“La bruja” viene acompañada de un subtítulo que dice “Un cuento folklórico de Nueva Inglaterra”. Esto es seguramente lo que mejor define el film del que estamos hablando, pues la película tiene de base leyendas, mitos, historias orales y, por encima de todo, supersticiones. Muchas supersticiones, todas ellas basadas en la inquebrantable certeza de que siendo un buen hijo de Dios y librándose de todo tipo de pecado (la lujuria, la soberbia, la ira; etc), ningún mal caerá encima de uno mismo. Es con esta idea de base que se desarrolla esta historia en la que una familia de colonos formada por William (Ralph Ineson), el padre de familia; Katherine (Kate Dickie), su esposa; Thomasin (Anya Taylor-Joy), la hija mayor; Caleb (Harvey Scrimshaw), el hijo mediano; y los gemelos Jonas (Lucas Dawson) y Mercy (Ellie Grainer), deciden iniciar una nueva y aislada vida en las afueras de un tenebroso bosque tras ser expulsados de una colonia. No tarda en acontecer una primera tragedia que trastocara a la familia, a lo que le seguirán varios incidentes macabros que terminarán con la frágil moral de la familia, quienes empezarán a señalarse entre ellos como culpables de todo lo malo que sucede, con una mirada más acusatoria hacia las mujeres.
Sin embargo, lejos de las corrientes modernas del cine de terror de convertir el monstruo en un reflejo externo de las debilidades o temores del protagonista, dejando la duda sobre si lo paranormal es real o una visión psicológica; aquí nos dejan claro que la bruja es bien real, y el director Robert Eggers lo plasma utilizando iconografía propia de ellas pero con un enfoque tan tenebroso y mal rollero que un simple vuelo en escombra se convierte en una imagen de pesadilla. Además, el director huye de golpes de efecto o de toda visceralidad y apuesta en crear una atmósfera y una tensión crecientes que te atrapan y afligen a medida que avanza la narración, de un modo parejo a lo visto en el cine de terror minimalista actual como “Babadook” (Jennifer Kent, 2014) o “It follows” (David Robert Mitchell, 2014).
Así, el director teje todo un mundo cerrado y encapsulado en la abandonada casucha en la que tiene lugar la acción, y nos hace participes de la acción con unos personajes cuya mayor defensa es rezar al señor, y un uso del inglés antiguo (mejor verla en versión original). Éstos son elementos que no hacen más que incrementar esa sensación de ser testigos de algo perteneciente a una leyenda de un tiempo y lugar lejanos, y a medida que avanza la narración nos damos cuenta de que estamos presenciando cosas que escapan a toda lógica de la realidad, hechos demasiado malditos para ser reales, pero a la vez demasiado cercanos como para negarlos. A través de sus acciones, nos presentan a la bruja que da título a la película como una criatura salida del mismísimo averno, totalmente ajena a la idea o esbozo de humanidad y con una sed de atormentar a su débiles presas por el simple placer de martirizarlas que la convierten en una de las creaciones más perturbadoras que nos ha ofrecido el séptimo arte.
A parte, la película es un auténtico portento a nivel técnico. Eggers y el director de fotografía Jarin Blaschke utilizan un look visual pictórico que acentúa la idea de estar viendo algo fuera de tiempo, dan a la imagen una tonalidad gris y desaturada que agrava la atmosfera pesadillesca de la historia, y utilizan las sombras y la oscuridad para arrollar inquietud en todo momento. “La bruja” tiene una planificación y puesta en escena muy clásicas, con un ritmo narrativo pausado para que los acontecimientos calen lo máximo posible, y el pulso narrativo mantenido por Eggers y la montadora Louise Ford es sublime, y sobrecogedor considerando que se trata de una opera prima. Igual de efectivo es el uso del audio, con multitud de pistas sonoras que suceden fuera de campo, y un uso tétrico de la música que remite a Stanley Kubrick y sus películas “2001: Una odisea del espacio” (1968) y “El resplandor” (1980). La buena mano de Eggers se alarga también hacia la dirección de actores. A parte de contar con un plantel excelentemente escogido, los dirige como un magistral veterano sacando de ellos todo tipo de emociones y reacciones, y que se suman a la sensacional atmosfera para conseguir la sensación de terror buscada. Este último aspecto toma su máxima cota en una de las secuencias más terroríficas de la película, una que deja en total y manifiesta evidencia algunas secuencias parecidas en películas tildadas de mayor envergadura. El director consigue crear terror en su esencia más pura a partir de diálogos, una milimétrica planificación y una mano con los actores que parecen, y nunca mejor dicho, pura brujería. Lo consigue sin recurrir a artificios de maquillaje, de efectos especiales, o de trucajes sonoros; lo hace todo a partir de, simplemente, unos actores entregadísimos y el talento desbordante de su director.
Lo peor que se puede decir de “La bruja” es que su condición de película artística y su aversión hacia los recursos del género de terror la puedan alejar de un público masivo, porque por todo lo demás la película no falla en ningún aspecto. Es importante hacer hincapié en la idea de que esta película se trata de una opera prima, porque el trabajo de Robert Eggers aquí alcanza unos niveles cinematográficos que pocos directores consiguen tras años realizando películas. Hemos comparado su uso del sonido con obras de Kubrick, pero en realidad se podrían crear más paralelismos en su puesta en escena, su creación de un ambiente malsano, una fotografía pictórica, o un concepto del terror que, lejos de intentar reinventarlo, es fruto de una visión única y particular de Eggers, del mismo modo que hizo Kubrick en el mencionado film protagonizado por Jack Nicholson.