La mirada del otro
Masacrado tanto por crítica como por público, proyecto maldito y olvidado de Aranda que le valió la ruptura de su colaboración con Victoria Abril por diferencias creativas (el protagonismo acabó recayendo en una actriz italiana). Supone un intento de abordar la sexualidad femenina desde el punto de vista de una mujer moderna y de posición acomodada, pero que se siente oprimida por su realidad burguesa y familiar (ciertamente caricaturesco el retrato de esto), a la que considera hipócrita, prefiriendo desarrollar libremente una serie de relaciones eróticas que tampoco es que le reporten gran felicidad (de hecho acaban llevándola a situaciones sórdidas y a la perdición); le queda la maternidad como solución fácil y resignada a la crisis de identidad que sufre, así como el matrimonio con un tipo mucho menor que ella.
La película abunda en desnudos (menuda novedad) de ambos sexos y se recrea en el morbo, sin embargo, el hecho de que recurra a la elipsis para no mostrar los polvos, el intento por componer unos personajes de cierta enjundia que no son lo que aparentan (nos hablan de gente que engaña, de estadísticas que mienten), llevan a pensar que Don Vicente busca contar algo más, no sólo exhibir en cueros a damas de buen ver… otra cosa es que le falle la habilidad para lograrlo.
El guion ofrece un aspecto amorfo, lastrado por un contenido literario que no puede o no quiere dejar atrás, con unos diálogos rimbombantes y poco creíbles, un reparto con muchas caras conocidas que simplemente pasaban por allí, así como una distancia emocional (en el sentido negativo) respecto a nuestra heroína, una femme fatale que ni se entiende a sí misma, ni tampoco la entendemos nosotros… y es que esa idea de la damisela hiperactiva en el terreno del folleteo sigue siendo muy deudora de una fantasía masculina, antes que de un intento serio por ponerse en el lugar de ellas.
El humor más grotesco hace acto de presencia con una secuencia que roza el absurdo, en la que Ana Obregón y nuestra amiga ordeñan a conciencia a Alonso Caparrós para poder quedarse encinta la primera. Ronda también por ahí un cacharro de dudosa utilidad, una especie de videocámara con la que confesar los anhelos y las dudas; estamos a finales de los 90 y se percibe la fascinación por las incipientes tecnologías digitales (más intimidad con estos inventos que con las personas y etc.), se juega incluso con la idea del doble, lo real y lo ficticio, pero el tratamiento de estos temas parece que sólo llega a rascar la superficie, incluso verbalizándose cutremente.