The Last Days of Disco (1998)
En The Last Days of Disco podemos sentir, a medida que va pasando el metraje, esa sensación que le comunicaba Fred a Violet en Damsels in Distress, la de que estamos viviendo el declive de la decadencia. Pero antes de llegar a ese declive, hay una decadencia, y antes de esa decadencia, existe un camino que apunta a las estrellas. Por lo tanto es maravilloso ver cómo filma Stillman esa burguesía ensimismada en sus rituales, inmersa en un mundo que se va aislando del resto de la realidad, una pequeña burbuja que aparece aquí registrada con una enorme belleza. Porque desde el primer plano de la película, con los tacones de Alice y Charlotte, sentimos una excitación que nos indica un advenimiento: el de la noche y la fiesta que está en su momento álgido. Pocos cineastas han capturado tan bien una entrada a una discoteca: el tráfico nocturno que va y viene, convocando nuestra atención, la emoción por lo que nos encontraremos dentro, las interminables colas y todos los favoritismos hilarantes que en ellas se producen.... Todo un
in crescendo de emociones que culmina con una sonrisa de Alice a Charlotte mientras esta última se quita la chaqueta y las dos entran en el núcleo del local a la vez que
Doctor's Orders de Carol Douglas nos hace creer que esta burbuja es real y bella. Y en el mismo plano, cuando ellas se pierden en la discoteca, aparece Des al fondo, que persigue a una amante engañada, a la que acompaña hasta un taxi mientras le cuenta una mentira recurrente, la de su falsa homosexualidad.
Hemos visto, en muy pocos minutos, una condensación de algo que Stillman siempre ha manejado a la perfección: el uso de los espacios en el cine, los movimientos de los personajes descompuestos en grupos que van aumentando y disminuyendo y cómo todo, a través de un tempo preciso, punteado por la música y los desplazamientos, confluye en una planificación tradicional pero de una precisión y exactitud tremendas. No hay ningún corte automático, nada en la puesta en escena que no responda a una necesidad dramática. Es la manera en la que Stillman filma el mundo, siempre cercano a sus personajes, por muy irritantes o vanidosos que estos sean. ¿Cómo olvidar todos esos bailes, literales o no, de parejas y tríos en la discoteca? ¿O esos complots que se forman mientras dos personas hablan y otra escucha, sigilosamente, detrás? Es muy emocionante ver a Alice, una Chloë Sevigny bella y fuerte, sentada con una mirada que denota toda la fragilidad del mundo, perdida en la noche, cuando decide levantarse y unirse al baile. Y entonces llega Tom, empieza a bailar con ella y la cámara de Stillman los registra de una manera muy íntima y especial, sus brazos se entrelazan e intuimos todas las posibilidades de una relación que puede estar dando sus gloriosos primeros pasos.
La película discurre de esta manera a la par que Stillman captura las oficinas, los apartamentos y las calles de la ciudad con una gracia y una adecuación perfectas. La luz del otoño es inolvidable en The Last Days of Disco: esa secuencia de seducción entre Alice y Tom, seguida de Alice abandonando la casa mientras cruza una puerta para dirigirse al trabajo. Porque hay muchas puertas en esta película, y todas están muy bien filmadas, ya sean las de la trastienda de la discoteca o las de la privacidad del hogar. Este director siempre ha sabido capturar maravillosamente bien los espacios privados, de intimidad, de sus personajes, a los que filma en todo su esplendor mientras se airean en una caminata diurna (inolvidable esa patada al perro por parte de Alice) o se arreglan para sumergirse en la noche. Los personajes de Stillman siempre se están moviendo. No hay rastro de academicismo en su mirada. Todo está en un continuo desplazamiento. Y los diálogos son maravillosos y punzantes: esas geniales y continuas réplicas de Charlotte, entre lo entrañable y lo irritante, ese carácter inseguro y vanidoso de Josh o el genial Chris Eigeman, que repite por tercera vez con Stillman, interpretando al inclasificable Des.
Se van sucediendo los travellings de seguimiento grupal, que nos transportan de un espacio a otro, las elipsis que nos sitúan un paso más cerca de ese declive de la decadencia, y las perfectas secuencias musicales, inolvidables en su modulación (
Amazing Grace). Poco a poco ese mundo se va descomponiendo, la noche empieza a mostrar las huellas de la realidad del exterior, las manchas que tan solo eran una pequeña molestia antes empiezan a extenderse entre las relaciones personales y nos damos cuenta de que los días de la música disco han acabado, pero también una cierta manera de entender la vida y de relacionarse entre los personajes que habitan la película. Las relaciones se van reestructurando y algunos personajes abandonan el mapa. La realidad empieza a imponerse en esta burbuja. Es así cómo Alice y Josh terminan cogiendo un metro, en la última etapa que veremos de una vida que no hace más que continuar para ellos, mientras bailan al son de
Love Train acompañados de una multitud en una fuga surrealista deliciosa y un nuevo ciclo vital se intuye a la vez que las luces del túnel se disipan.