Wim WENDERS

Difiero y bastante.

Don't come knocking y The Salt Of The Earth me parece que son unas muy buenas peliculas, y concretamente un fantastico ejemplo de documental en el caso del segundo.

Incluso Pina tenia cosas bastante interesantes!

Un saludo.
 
Paris, Texas

Un hombre sin nombre ni pasado (Harry Dean Stanton) surge del desierto mexicano, por perder ha perdido hasta el habla, pero gracias al contacto con sus seres queridos vuelve en sí y comienza a luchar por unir los fragmentos rotos de una vida. Historia mínima y llena de autenticidad, sin enormes alardes, para una película en el fondo sencilla, capaz no obstante de iluminar, como en un fogonazo, toda una existencia con sus alegrías y sus dolores, con lo peor y lo mejor que llevamos dentro. En realidad, una especie de western crepuscular, sobre un individuo que recuerda el pasado y busca redimirse de los errores cometidos... pero un western de sentimientos, una “road movie” de descubrimiento y liberación que recorre el paisaje mítico americano, cuya culminación es tan esperanzadora (el reencuentro materno-filial) como pesimista, pues para nuestro hombre, no todo tiene reparación posible. Pero le queda ese "París" texano como Ítaca particular a la que regresar al final del viaje, es decir, de la vida.

Película decididamente “especial” (no tengo otro adjetivo) y de autoría difusa, inimaginable sin la presencia magnética, misteriosa cual Mona Lisa, de Dean Stanton en el único papel protagonista de una dilatada trayectoria, capaz de transmitir con absoluta naturalidad y sin apenas esfuerzo cualquier emoción; lo mismo puede decirse del resto de intérpretes. Del guión de Sam Shepard (seguramente con un componente autobiográfico importante) y la música de Ry Cooder, lo mismo puede decirse. Finalmente, Wenders plasma el trabajo de cada uno mediante precisos encuadres; me chirría un poco, eso sí, una fotografía de colores extremos (con luces de neón hasta en la cocina de la señora), imagino que buscando la abstracción y estilización del relato. Lo del peep-show, pura imagen (desnuda) al servicio de la palabra (literaria), lejos de cualquier énfasis interpretativo de cara a la galería, momento decisivo de la narración donde quedan al aire esos sentimientos hasta entonces subterráneos.

Muy buena, poco más puede decirse.
 
Alicia Vikander, James McAvoy... he visto Submergence (2017) con interés inicial, hastío por la cursilería que van soltando y mofa a la espera de un final que, tal como preveía, es una nulidad artística. ¡Qué malo! ¿Así que este Wim Wenders es el del bodrio Paris, Texas? Esa la puse hace años, para ver a Nastassja Kinski, pero no llegué a hacerlo porque la tuve que quitar antes de que ella saliera... ¡Insoportable!
 
El amigo americano

Cuanto menos sorprendente (o igual no tanto) el enfoque dado por Wenders al personaje de Patricia Highsmith, convertido en una especie de cowboy errante por un entorno que no le pertenece, igual que la propia película sigue los caminos mil veces recorridos de un género puramente clásico y americano, pero transplantado a un ambiente del viejo continente (igual que años atrás hiciera gente como Melville) como es el de la ciudad de Hamburgo (recuperado para aquella El hombre más buscado). La peculiar amistad que se establece entre Ripley (Denis Hooper) y el prota (Bruno Ganz) parece trazar una equivalencia entre dos hombres distintos a rabiar, pero igualmente desubicados, buscando no saben muy bien el qué. Las motivaciones tras la trama de crímenes y mafias son muy humanas; el asesino y marchante de arte es un individuo extraño e imprevisible, un tanto demoníaco, pero también alguien solitario, que encuentra lo que anhela en un tipo honrado, de existencia tranquila y sin sobresaltos, un sutil artesano que hallará la solución a sus problemas ejerciendo de improvisado sicario…

Ciertas pistas, como la risotada maligna, podrían indicar que algo en él hasta entonces dormido se ha despertado (nos lo presentan moviéndose torpemente y topándose con obstáculos en su propia casa) al entrar en contacto con este mundo. El ambiente urbano tristón y decadente, con sus calles medio vacías, sus luces de neón irreales, sirve de marco para las andanzas de unos tipos ensimismados, como en un limbo (ese enigmático Nicholas Ray que está vivo y a la vez muerto) de diversas nacionalidades e idiomas. La secuencia del primer asesinato, memorable y muy bien resuelta mediante la acumulación de tensión y el lenguaje no verbal. Da que pensar el detalle de las cámaras de vigilancia, como la grabadora y la polaroid de Ripley, o los pequeños papeles reservados a cineastas míticos; imágenes construidas sobre otras imágenes o referentes. Irrumpen el destino y la fatalidad en forma de ambulancia en llamas (imposible recuperación, o redención, para el enfermo), en un final al borde de la nada (la playa, o límite de todos los límites -del bien y del mal, de la vida y de la muerte-).


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Perfect days va de un tipo solitario, silencioso y aferrado a sus rutinas, a un trabajo muy humilde que desempeña con devoción; una película desnuda, basada en la pura reiteración hasta el punto de ser nosotros uno más con este hombre, nos adentramos en su particular esfera, donde todo tiene su sentido propio, cada gesto, cada acción. Conocemos cada rincón de esa geografía íntima, doméstica y cotidiana a medida que transcurren los días y Wenders atrapa con su cámara este discurrir del tiempo, en un relato que prácticamente carece de trama y consiste en diversos encuentros con gente variopinta. Hace énfasis en el abismo que separa a un hombre maduro, amante de lo analógico (cintas de cassette, cámaras de carrete, lectura en papel) y los zoomers de hoy, entregados a lo digital, al estímulo inmediato y que le ponen “nota” a todo. Funciona un poco a base de pelar las capas de una cebolla, de una superficie inmutable que poco a poco se desprende hasta intuir la verdad última de un ser humano, sin necesidad ya de palabras o de discursos.

No es una película social, sobre las personas invisibles que desempeñan un oficio de mierda (nunca mejor dicho) ante la absoluta indiferencia y rechazo de sus congéneres, aunque píldoras de ello las hay, sino más bien una indagación existencial sobre las razones que llevan a un individuo concreto (aunque extrapolable a cualquiera) a tomar según qué decisiones vitales, una soledad elegida que puede ser un refugio interior y una huida del mundo. De este Hirayama no sabemos nada en realidad, y solamente al final y de modo oblicuo llegamos a reconstruir su trayectoria y a imaginar su pasado; desgarro y conflicto familiar, daño irreparable (¿su propia rebeldía juvenil y ruptura generacional?)… todo se repite y no podemos huir de la realidad definitiva, la muerte. Pero incluso esto puede asumirse con cierta naturalidad, como en un final de enorme ambigüedad que condensa el sentido de nuestra frágil existencia; la risa y el llanto, el dolor y la aceptación, tan próximos.

Ni que decir tiene que Yakusho hace una labor actoral notable, alejada del exhibicionismo y que invita a escrutar cada pequeño pliegue y expresión facial en busca de un significado efímero, como el movimiento de las sombras en las hojas de los árboles, como los cuadros abstractos con que sueña cada noche, las canciones que reproduce de camino al trabajo; casi un musical encubierto que confiere un ritmo determinado, con un puñado de temas clásicos un tanto trillados, pero de esos que no te importa escuchar una y otra vez; Van Morrison, Nina Simone, Otis Redding, entre otros, se entrecruzan con Faulkner y con Patricia Highsmith, a quien Wim parece tener muy presente. Y por supuesto, Lou Reed y su “día perfecto” que parece esconder algo amargo.

Buena comedia además, sustentada en un goteo de continuos gags y situaciones que son absolutas tonterías pero que funcionan muy bien y te ponen la sonrisa en la cara, lejos de un cine grave o trascendental en exceso (aunque a su manera, lo sea), o de un lenguaje visual muy rígido y formalista, abordando más bien las cosas inabarcables desde lo ligero a la manera de un clásico nipón como Ozu.
 
Tremenda joyita de peli es Perfect Days. Nunca pensé que ver durante dos horas a un señor limpiando lavabos, bebiendo café en lata y escuchando cassettes iba a ser tan agradable y conmovedor. De las que te dejan muy buen poso y ganas de volver a verla.
 
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