Como slasher retro es un buen homenaje y una reproducción fiel, con la matanza desde luego a la cabeza. Dos mitades, la primera más dilatada, de presentar, definir y meter en ambiente, la segunda, de ofrecer la carnaza que hemos venido buscando. Como ejercicio nostálgico y deconstructivo de una época tiene mucho que ver con lo que hacen Tarantino y PTA. Capta la ingenuidad de aquella primera década de la pornografía, a punto de transformarse para mejor o para peor con el surgimiento del video, el choque generacional en la América post-Vietnam, o los diferentes modos de encarar el trauma de la violencia; el optar de unos por el despendole, el ensimismamiento de otros después de haber perdido los mejores años de sus vidas, en un rincón perdido donde vivir aferrado a las armas y a la religiosidad de los telepredicadores.
La cuestión pornográfica tiene sus ramificaciones económicas (el típico emprendedor anti-impuestos que busca darle a la gente lo que quiere y explotar el filón), sociales y de mentalidad (las mujeres que experimentan libremente con su sexualidad), artísticas también (el eterno debate de si el porno puede o debe ser arte). La peli se muestra afinada al tratarlas todas ellas, con esa jovialidad e ilusión de quienes creían estar llevando a cabo una divertida revolución contra un status quo conservador y luchando contra el tabú; este West se alía aquí en cierto modo contra los “ofendiditos”, trazando un paralelismo entre el puritanismo de ayer y de hoy. En cualquier caso, es entrañable la mirada que dirige hacia unos personajes que suelen ser carne de cañón, así como esa búsqueda del tiempo perdido, sea en relación con el cine guarro, sea con respecto a la propia temática del horror gore. Como siempre, sexualidad y muerte oscuramente vinculadas, reclamando nuestro deseo, nuestra atención, susceptibles de convertirse en un producto, pero atención; úsese con mucho cuidado.
La película es por lo tanto esa misma cerdada con pretensiones artísticas, material de derribo tratado como obra maestra, y ahí tenemos la actitud comprensiva y a la ver burlona hacia la figura del cineasta, sus contradicciones, su desengaño cuando uno es parte de la realidad que filma y no ve las cosas desde afuera; su doble moral, en definitiva. El epílogo señala el aspecto “meta” con descaro, y cómo se flipa este Ti, aportando niveles de ficción internos, un uso algo chocante del montaje paralelo, el recurso del programa televisivo. Terror diurno, naturaleza amplia frente a interiores ominosos, construcción del espacio y del sonido (no hay más que ver el plano de apertura, una bienvenida a una Texas que siempre ha sido un universo paralelo), con música de susurros femeninos, o bien de temazos del momento. Un suspense añejo (los cocodrilos), un sacarse el nabo giallesco con una secuencia en rojo puro, memorable del todo, que no olvida la lírica de lo grotesco, por no hablar un tramo final de aplaudir fuerte, de coña marinera como buena parte del film realmente, o uno medio que incluso descoloca bastante en su inserto musical. Me falla eso sí el maquillaje muchachadesco y el doble papel, que me sacó bastante y encima tiene su peso, y los diálogos a veces se pasan de expositivos.
El fondo es muy Sunset Boulevard/Eva al desnudo: la rueda de la fortuna, la fama, el glamour y la juventud como valores supremos en este movimiento liberador, el empoderamiento de dudosa moralidad tan de A24... ¿estamos ante un librarse por fin de todo mal y culpa… o ante la conversión precisamente en un agente de ese mal? Quedan fuera del juego quienes llegaron demasiado tarde, los condenados a la decrepitud física, a la compasión y a la condescendencia… y a lo peor, al verdadero infierno; el del deseo frustrado. Más que simple monstruosidad o intolerancia, lo suyo es un tipo de odio, un resentimiento, muy humano.