A lo que más se parece, creo yo, es a Tommy de Ken Russell y a idas de olla similares, emparentadas con el glam setentero. Entiendo que esto busca ser una perversión de un género que controlo entre poco y nada que es el del musical, de su carácter de evasión y fantasía edulcorada, colocándonos una historia tremenda y trágica sobre la fama, los egos, los hijos que acaban pagando los errores de los padres… sobre el artista provocador frente al apolíneo, uno que encarna el más puro malditismo y aspira al fenómeno de feria, a remover y estimular el morbo por lo grotesco, revelando incluso algo incómodo de nosotros, y el otro que pretende la catarsis clásica, que muere con tal de agradar a los espíritus sensibles cual ritual purificador, siendo ese eterno femenino, frágil víctima destinada al sacrificio que obsesiona y atormenta al héroe. Su choque imposible traerá a la existencia a una niña que es la combinación de dos mundos, milagro o aberración según se mire. Opera-rock en toda regla, un continuo musical sin fisuras, sin números independientes que rompan el equilibrio narrativo; medio trabajo es compositivo de los Sparks, quizá destaca ese prólogo a modo de obertura que anuncia ese componente de espectáculo, de representación o farsa irreal, con el propio Carax como demiurgo y maestro de ceremonias… gravita como un sentimiento de culpa muy descorazonador en medio de todo el pifostio y veo que algo de autobiográfico hay en semejante descenso al abismo de los juguetes rotos y las paternidades disfuncionales.
Imponente el Driver y su vozarrón. Acompañamos a tan indeseable personaje, cortocircuitada la identificación con cualquier ser medianamente aceptable en lo moral, pues aquí sólo viven los monstruos, la inocencia por los suelos (literal), seres incapaces de sustraerse a los papeles predeterminados que interpretan. No se salva ni el público, atacado en su falsedad; no le pasan una al asesino cuando ellos mismos son quienes se extasían y disfrutan con la muerte ritualizada de sus ídolos. Mucha sátira (y un tanto gruesa) hacia los ídolos fugaces, la exposición constante a los medios, y en particular, de las tan actuales denuncias por acoso sexual... tiene que venir un gabacho a reírse del “me too”.
Pero todo palidece ante la genuina protagonista del film, que es la nena; un hallazgo inenarrable, sublime, que podría haber quedado en mera ocurrencia, en excentricidad, que sin embargo se alza como potente metáfora y que lejos de agotarse, evoluciona, hará que alucines, te partas la caja, y muy probablemente, que tengas pesadillas para el resto de tu puta vida con Baby Annette, así de maravillosa y de horripilante es. La primera mitad puede ser la más floja, con ellos dos cantando que se quieren incluso en pleno casquete, pero a partir del nacimiento la cosa se convierte en un recital giñolesco de mucho cuidado, dejando imágenes para el recuerdo, barrocas en su evidente artificio, que remite a ratos a una oscura versión del realismo poético francés, con maldiciones, crímenes, celos, ascensos y caídas... y ese final (“dejad de mirar...”)