Harkness_666
Son cuatro
Colorado Jim
Otra más del ciclo Stewart, con título en castellano inventado y sin nada que ver con la “espuela desnuda” que tiene cierta importancia. El asesino de un sheriff es apresado y convertido en objeto de deseo de un variopinto grupo de extraños, unidos por el azar en un paraje montañoso; un soldado expulsado del ejército por indisciplina, un buscador de oro, un hacendado arruinado metido a cazarrecompensas… y una muchacha, lo que añade tensión sexual a la ecuación. Obligados a colaborar para llevar al tipo ante la justicia y cobrar la jugosa recompensa, el viaje no será fácil, pues además de impedimentos como los indios o una naturaleza hostil, el primer obstáculo son ellos mismos, las tensiones que no tardan en aflorar. Interesante juego de medias verdades, de claroscuros morales, con Stewart como hombre atormentado por su pasado y predispuesto hacia el abismo, tras la búsqueda inútil de un paraíso que dejó de existir... como un Ulises que vuelve a su Ítaca y esta se revela como un gran engaño, pues Penélope sucumbió a los pretendientes. Aquí se nota la huella de la guerra civil americana, las vidas arruinadas por unos ideales, la necesidad de redención y de comenzar de nuevo, quizá en esa tierra prometida que es California. Son todos unos pobres desgraciados sin lugar en el mundo, que no encajan; les iremos conociendo mejor a medida que se desvelan a sí mismos, que descubren cruelmente la vida, como la chica, atrapada en un conflicto de lealtades… otros, como el impulsivo mozalbete, sabemos que la van a liar a la primera de cambio.
Vuelve a destacar la pura aventura física, tan excelentemente dosificada por un Mann que potencia cada encuadre y obtiene un relato fluido, del que no se desaprovecha prácticamente ni un minuto y bastan unos detalles para esbozar a cada personaje, que es de lo que va la peli, con su trasfondo a cuestas, en una combinación de hondura psicológica y simple divertimento de género que nunca han sido incompatibles dentro de un cine comercial; la mirada que echa el prota a los cuerpos caídos de los indios, el agua convirtiendo los recipientes en instrumentos musicales, la pelea sin música ante las miradas de los demás, como revelando el patetismo de esta… por otra parte, está el típico perdedor sin suerte tras el sueño dorado, cuya credulidad y frustración acaban siendo lo que le pierde. Y luego tenemos al taimado, al engañoso villano cuyas habilidades no consisten tanto en utilizar la pistola como la lengua; de nuevo es el malo porque la vida le ha hecho malo, y finalmente, la bomba que lo hará estallar todo. Una vez más, la geografía es determinante, el lado salvaje que conecta con el lado más puramente humano, lo mejor y lo peor, las interioridades turbias imposibles de ocultar ante semejantes espacios; zonas rocosas como escondite y trampa mortal, entornos de gran amplitud como bosques y llanuras, sin que falte ese río de aguas caudalosas que es un peligro y que suele ser donde todo se decide. Y un puñado de diálogos que son filosofía (“Si de joven hubiera podido ver lo que tenía por delante… no tendría estos problemas”).
Otra más del ciclo Stewart, con título en castellano inventado y sin nada que ver con la “espuela desnuda” que tiene cierta importancia. El asesino de un sheriff es apresado y convertido en objeto de deseo de un variopinto grupo de extraños, unidos por el azar en un paraje montañoso; un soldado expulsado del ejército por indisciplina, un buscador de oro, un hacendado arruinado metido a cazarrecompensas… y una muchacha, lo que añade tensión sexual a la ecuación. Obligados a colaborar para llevar al tipo ante la justicia y cobrar la jugosa recompensa, el viaje no será fácil, pues además de impedimentos como los indios o una naturaleza hostil, el primer obstáculo son ellos mismos, las tensiones que no tardan en aflorar. Interesante juego de medias verdades, de claroscuros morales, con Stewart como hombre atormentado por su pasado y predispuesto hacia el abismo, tras la búsqueda inútil de un paraíso que dejó de existir... como un Ulises que vuelve a su Ítaca y esta se revela como un gran engaño, pues Penélope sucumbió a los pretendientes. Aquí se nota la huella de la guerra civil americana, las vidas arruinadas por unos ideales, la necesidad de redención y de comenzar de nuevo, quizá en esa tierra prometida que es California. Son todos unos pobres desgraciados sin lugar en el mundo, que no encajan; les iremos conociendo mejor a medida que se desvelan a sí mismos, que descubren cruelmente la vida, como la chica, atrapada en un conflicto de lealtades… otros, como el impulsivo mozalbete, sabemos que la van a liar a la primera de cambio.
Vuelve a destacar la pura aventura física, tan excelentemente dosificada por un Mann que potencia cada encuadre y obtiene un relato fluido, del que no se desaprovecha prácticamente ni un minuto y bastan unos detalles para esbozar a cada personaje, que es de lo que va la peli, con su trasfondo a cuestas, en una combinación de hondura psicológica y simple divertimento de género que nunca han sido incompatibles dentro de un cine comercial; la mirada que echa el prota a los cuerpos caídos de los indios, el agua convirtiendo los recipientes en instrumentos musicales, la pelea sin música ante las miradas de los demás, como revelando el patetismo de esta… por otra parte, está el típico perdedor sin suerte tras el sueño dorado, cuya credulidad y frustración acaban siendo lo que le pierde. Y luego tenemos al taimado, al engañoso villano cuyas habilidades no consisten tanto en utilizar la pistola como la lengua; de nuevo es el malo porque la vida le ha hecho malo, y finalmente, la bomba que lo hará estallar todo. Una vez más, la geografía es determinante, el lado salvaje que conecta con el lado más puramente humano, lo mejor y lo peor, las interioridades turbias imposibles de ocultar ante semejantes espacios; zonas rocosas como escondite y trampa mortal, entornos de gran amplitud como bosques y llanuras, sin que falte ese río de aguas caudalosas que es un peligro y que suele ser donde todo se decide. Y un puñado de diálogos que son filosofía (“Si de joven hubiera podido ver lo que tenía por delante… no tendría estos problemas”).