Respuesta: Balada Triste de Trompeta, de De La Iglesia.
Las virtudes de Álex de la Iglesia se fundamentan sobre un tríptico: un inmejorable talento para lo visual, especialmente con la planificación de acción y la espectacularidad bien entendida; una considerable capacidad para la dirección de actores, cuyo desfile de secundarios fantásticos nos remite a lo mejor de nuestro cine, Berlanga a la cabeza; y por último, una personalidad arrolladora, llena de mala leche, sin tapujos y de una crueldad y pesimismo inusual.
Se podría decir que "Balada triste de trompeta" es, exactamente, ese tríptico: es un desfile de secuencias espectaculares y grotescas con un reparto cirquense lleno de rostros entreñables en una historia no tan agradable... pero también es un compendio de los errores que viene arrastrando Álex y que parece que no va a quitarse ya jamás.
El germen de la película es su particular "a tomar por culo" al mundo. Es inevitable ver que todo el discurso que subyace en la película (su mala conciencia por la infidelidad y el autodio con Areces como su alter ego, su obsesión por el inseparable cainismo que nos define como españoles, su búsqueda de una inocencia a través de repetir iconos de la nostalgia mancillados) es tan absolutamente puro, frenético e impulsivo... como injustificable.
Es una película de "instinto", una película, como diría Jodorowsky, rodada no con el corazón o con la cabeza... si no con los cojones. Con todo lo bueno y lo malo que trae. Lo bueno, ya comentado; lo malo: su incapacidad para no ver que Carolina Bang es una actriz desastrosa, el exceso de primeros planos que cubren deficiencias en decorados oscuros y que no lucen nada, exceso de efectos digitales, dispersión de los argumentos, incoherencias temporales y anacronismos, la simpleza de las metáforas, la sensación de ver un clímax constante donde los protagonistas encuentran callejones sin salida... en los que ¡de repente! ya no se encuentran....
La sensación es estar viendo un primer borrador de guión, un premontaje, la sombra de algo que podría ser una obra resumen de un modo de pensar (aunque es, sin duda, su película más iracunda) y que se queda en un greatest hits donde las secuencias brillantes se ven unidas por errores mayúsculos.
Álex demostró en "Los Crímenes de Oxford" que era incapaz de ponerse sobrio y maduro. Sencillamente, no iba con él. Y el intento de recuperar la vitalidad e inocencia macabra de sus primeros trabajos en "Plutón BRB Nero" lo único que demostró es que era imposible volver atrás. Aquí está Alex, entre dos aguas: incapaz de enfrentarse al futuro ni de recuperar el pasado. Como ese payaso triste al que interpreta Areces, un personaje indefinido, ni suficientemente cuerdo como para ser comprendido ni demasiado loco como para abstraerse. Como esos posts borrachos y de madrugada donde vomita sus penas y odios mientras lamenta lo poco que duerme. Álex, ese hombre roto por dentro que ya no es un hombre con maquillaje de payaso, si no un monstruo con la cara pintada.