Allen nunca se ha ido, pero las 2 películas que lleva como octogenario le vuelven a situar en la primera línea de directores. Sus ideas y sus guiones siempre han seguido teniendo fuerza, pero en la década pasada, salvo honrosas excepciones como Match Point, descuidó los acabados (que no las ideas visuales). Esto se acabó a partir de Midnight in Paris, a partir de ahí volvió a cuidar mucho la foto y el look de todas sus películas, normalmente con Khondji al frente. Esto ha llegado al extremo en ésta última, como ya hiciera con La Rosa Púrpura, Zelig o Manhattan, de que los motivos visuales llegan a tener más protagonismo que el texto y aquí con Storaro se marcan un auténtico ejercicio de estilo, algo que ya hizo con Khondji en Magic in the Moonlight.
Lo que pasa es que si en la de Colin Firth, Allen construía sin complejos una screwball con toques allenianos, aquí se trata de una señora dramedia clásica que mira directamente a Annie Hall o Manhattan en su núcleo romántico (relación amorosa, New York), con toda la riqueza de sus paradojas y su manera de entender la vida como una puta mierda en la que hay momentos maravillosos.
Y lo hace con un magnífico Eisenberg y, sobre todo, con una Kristen Stewart que, por papel, interpretación y belleza, ENAMORA a cada plano como lo pudo hacer Diane Keaton hace 40 años. Es cierto lo que comenta Trelko de que hay algunas subtramas que no rayan a ese nivel, pero el núcleo amoroso central y la dicotomía Hollywood/New York es de una potencia y una frescura a todos los niveles que parece mentira que tenga 80 tacos ... Y remata con el mejor final de su carrera, con Manhattan, La Rosa Púrpura y poquísimas más.