Los idiotas de antes y de ahora, los adoradores de la nada pretenciosa y adornada, de mundos tan absurdos como herméticos, acusan a Loach de maniqueísmo, de hacer un cine viejo y caduco.
Me parto de risa ante su ira y su llanto al constatar que ese director al que desprecian ha conseguido triunfar en un festival que mima las modas efímeras, a esos creadores vanguardistas, coñazos y vacíos en los que ellos militan y a los que ni siquiera el público puede maldecir porque sus películas son inestrenables, ya que los distribuidores y los exhibidores, aunque se lo monten de experimentalistas y de modernos, saben que lo suyo ante todo es un negocio y que no son gilipollas, que los espectadores sensatos no darían crédito ante la vacuidad intelectual que intentan promocionar los patéticos farsantes y sectarios de los medios, esos mentirosos con audiencia limitada a sus seres queridos y algún cinéfilo adolescente y perdido.