Carne de neón es el nuevo largometraje de Paco Cabezas, basado en un corto que el propio director rodó en 2005. Se trata de su segunda película tras ‘Aparecidos’, thriller sobrenatural estrenado en 2007. En esta ocasión, Cabezas aparentemente cambia el género fantástico por la comedia de acción, aunque más adelante veremos que dicha definición está lejos de encajar en un producto ciertamente extraño y desconcertante. En cualquier caso, el director y antiguo guionista televisivo se ha rodeado para la ocasión de un reparto bastante interesante compuesto por una mezcla de jóvenes nombres televisivos junto a sólidos veteranos del cine español.
Carne de neón cuenta la historia de Ricky (Mario Casas), un joven chapero que, al enterarse de la salida de prisión de su madre prostituta (Ángela Molina), decide invertir todos sus ahorros en montar un prostíbulo, con el que ganar todo el dinero posible para procurarle a su progenitora una vejez alejada de las calles. En este cometido le ayudarán sus amigos Angelito (Vicente Romero) y el Niño (Luciano Cáceres), un camello y su tosco ‘ayudante’ respectivamente. Sin embargo, y a pesar de su dura existencia, puede que Ricky sea en el fondo demasiada buena persona como para explotar a los demás …
Carne de neón empieza como una copia descarada del cine gangsteril de Guy Ritchie, imitando el ritmo, la planificación, los personajes y las filigranas visuales de ‘Snatch, cerdos y diamantes’ o ‘Lock & Stock’. Sin embargo, al rato de comenzar la proyección, la película da un giro hacia un planteamiento radicalmente oscuro, donde el drama ‘concienciado’, la crueldad, y la violencia explícita y desatada se adueñan de la función. Todo ello mientras, de vez en cuando, reaparece el tono bruticómico de la comedia ‘ritchiana’. Estos desconcertantes cambios de tono acaban por convertir a ‘Carne de neón’ en un producto confuso, y hasta desagradable en su globalidad.
Uno podría pensar que estos giros radicales podrían responder a un experimento de Cabezas, con el objetivo de provocar una reacción en el espectador que le haga pensar en la sordidez de lo que está viendo. Sin embargo, lo único que acaba produciendo es rechazo en tanto que en una escena se nos revuelve el estómago, mientras que en la inmediatamente siguiente se nos pretende hacer reir. Sencillamente, lo que le ocurre a Carne de neón es que se trata de varias películas en una, y el director nunca acaba de decidirse por hacer ninguna en concreto. Lástima, porque no es mal realizador, y cada escena funciona razonablemente bien por separado. Pero hay que tener un talento excepcional para conseguir que esa mezcla funcione de manera natural, y Paco Cabezas aquí demuestra no poseerlo.
Lo que sí destaca para bien es el notable nivel técnico de la película, con una puesta en escena, un montaje y una fotografía que impactan en una cinta española, aunque imite el estilo de otros. Es de suponer que parte de dicho mérito lo comparte el equipo argentino que presumiblemente ha participado en el film, ya que éste ha sido rodado principalmente en Buenos Aires. Las calles porteñas, asimismo, aportan un look distintivo a lo que podría esperarse de un film ambientado en los bajos fondos españoles, y contribuyen de manera decisiva a dotar de una gran estilización a ese mundo sórdido en el que se mueven los personajes.
Carne de neón, por tanto, es una fallida mélange de géneros que deja en evidencia de manera extrema las virtudes y las limitaciones de Paco Cabezas. Sin embargo la destacable factura técnica, y la competente dirección de escenas del sevillano, hacen presagiar futuras obras con bastante más interés, si es que se centra en hacer una sola película, claro.