Son cinco minutazos de créditos iniciales que presentan al último fulano que participó en la peli y siguen hasta acabar con actores y dirección, en un homenaje a todos los que hacen el film, la “orquesta” de Field. De fondo, un cántico indígena que está en las antípodas del artista romántico occidental. Un empezar ya de puta madre con un desconcertado espectador al que le espera un largometraje de concepción igualmente sinfónica y grandiosa, pese a tratarse de un drama volcado en un personaje muy individualizado, al que vamos a contemplar desde todos los ángulos y aún así seguiremos sin conocerlo por completo.
Sigue una entrevista sumamente erudita, conversaciones en que uno se pierde, con texto a mansalva y un virtuoso plano-secuencia que enmarca unas ideas en disputa y de inmediata actualidad, sobre si pueden y deben separarse el artista y la obra o no, sobre si es lícita la “cancelación”, o bien el magisterio del creador lo justifica todo, en que la protagonista se enfrenta a uno de los denominados “woke” ¿de parte de quién se pone la película? Para esta peña, Lydia Tár sería una pesadilla; es una persona LGTBI que sin embargo se ajusta más al relato liberal del gran genio hecho a sí mismo, detentador del poder desde lo más alto de la jerarquía, continuadora de la tradición de los maestros e imitadora de sus tics… pero hemos llegado a un contexto diferente que cuestiona esta realidad. Si Lydia renuncia a lo personal-político, a la identidad, no es sino para crear otra, la de un ídolo omnipotente, pero no tanto como parece.
Sin que lleguemos a conocer su grado de culpabilidad, sí que sabemos que no oculta nada bueno y que goza de cierta impunidad para hacer y deshacer a su antojo, y aquí poco importa su condición sexual. Pero existen unos silencios, o normas no escritas, que pueden volverse en su contra. El ambiente en que se mueve tiene una doble cara, podría decirse que todos los que la rodean guardan un interés personal, es un ambiente enrarecido, huérfano de relaciones humanas normales, salvo en lo relacionado con la niña, único soplo de aire fresco. Predominan espacios inmensos, colores fríos, la vivienda de ellas es como un hangar de paredes de hormigón.
El problema es lo convencional que viene a continuación, derivando en un thriller polanskiano y paranoico, inclinándose hasta por el terror, que tira del repertorio de rarezas, visiones, ruiditos perturbadores, pero traicionando esa elegancia para incurrir en instantes al borde del ridículo y poco creíbles, en lo que no deja de ser un vehículo para la exhibición actoral, variada en registros, emociones e incluso en lo idiomático. La caída en desgracia hasta el punto de la degradación lleva, ahora sí, a un divorcio definitivo entre el artista y la persona que hay detrás, la pérdida de cierta inocencia originaria.
Al final hay una condena, y firme, hacia el personaje, pero también una invitación a ponernos en su pellejo; sólo queda el destierro, engrasar la maquinaria al servicio del populacho. O a lo mejor es un volver a empezar, desde una de esas tradiciones ajenas, sin los egos y mierdas previos.