El desvío, de Edgar G. Ulmer
La fatalidad es el gran tópico del cine negro, prácticamente su razón de ser. Sin embargo, pocas veces ha sido llevada tan al extremo la idea como aquí, hasta el punto de que el protagonista empieza siendo totalmente inocente, pero entonces el destino empieza a joderle en forma de casualidades funestas, o tomando la apariencia de los otros dos grandes clichés del género, además del tipo desvalido; el delincuente y la pareja de éste, una damisela turbia capaz de cualquier cosa y que desde luego lo complicará todo (voz y físico impagables, por cierto). Nuestro hombre termina incluso por asumir una identidad que no le pertenece, la de un tipejo que en realidad no es nada ni nadie. Todo lo que quería era llegar a Los Ángeles, Hollywood, los sueños, volver con esa hembra soñada... pero lo que encuentra es algo digno de la peor pesadilla.
El argumento sería la cosa más inverosímil del mundo si no fuera porque trata de exactamente eso; la puta mala pata elevada a dimensiones metafísicas, cuanto más te esfuerces por ser feliz, peor lo vas a pasar. Pero al tal Ulmer le resbalan las filosofías, pues con esta peliculita va al grano y evita complicaciones de cualquier tipo, toda una lección de síntesis narrativa y conceptual. Muy marcado el papel de la voz en off, la conciencia de un narrador que duda hasta de sí mismo, aportando un matiz psicológico, obsesivo y de incerteza nada casual. La atmósfera, típicamente “noir” con sus sombras y niebla, carreteras y moteles, aunque el nulo presupuesto redunda en un nulo artificio. El plano final es, visto el percal, muy interpretable (creo yo), una cosa entre lo real y lo imaginario que ilustra muy bien todo lo expuesto, con esa lotería del auto-stop.
Cine negro como Drácula, un concentrado de pura serie B, pero de la más auténtica, donde son las limitaciones y la necesidad lo que marca el estilo y el camino a seguir.