Cine policiaco elevado al cubo, quizá el título más sólido de un tipo que ha sabido recoger el espíritu del género y llevárselo a su terreno en un ejercicio de dilatación narrativa, de tomarse su tiempo para definir y mimar a sus personajes, dejar espacio al diálogo y finalmente hacer estallar la violencia. Creo que las anteriores tenían cierto problema con este salto hacia el desmadre y la fantasmada pulp, que aquí parece solventado, aunque cierra con un epílogo no muy creíble y quizá demasiado idílico para lo acostumbrado (o será que este hombre tiene corazón, a fin de cuentas). El poner a dos polis fachas de protas (en los clásicos roles de joven frente a veterano), entrando a fondo en sus vidas privadas y dando una visión empática (gente quemada, fuera de su tiempo y víctimas de la “corrección política”), aún con sus métodos más que discutibles, bien podría considerarse (con la que está cayendo) una provocación para la mentalidad liberal-progresista estadounidense actual… la trama cubre lo de siempre; camaradería, destino muy negro, límites morales difusos, con un punto de cine social un tanto setentero (canciones soul incluidas) en cuanto a degradación urbana y pérdida de valores.
Con todo, da la impresión de que los bandos enfrentados (policías y negros chungos) quedan igualados y no son tan diferentes en cuanto a principios y motivaciones, y la desconfianza precisamente acaba siendo fatal. A destacar una planificación meticulosa y en profundidad, el uso de fuentes de luz y color con maestría (para muestra, el viaje hacia la localización donde tiene lugar el tiroteo final, semejante a un descenso hacia los infiernos). Hacen acto de presencia unos villanos enmascarados que parecen encarnar un mal absoluto y sin el menor escrúpulo, que sólo nuestros dos perdedores pueden enfrentar. Sobradas como la de la “extracción” no es que aporten nada concreto, pero son una muestra más de provocación, la particular (y cafre) firma del director… pero ésto no es nada comparado con la subtrama de la mamá al borde del ataque de nervios, que sólo puede entenderse como de una crueldad infinita. Los tiempos muertos, la vigilancia, el sandwich, acaban siendo el pilar fundamental; parece que cada plano, cada frase, aportan algo, cosa digna de ser celebrada en un momento en que larga duración equivale cada día más a relleno o a serie televisiva comprimida.