El infierno del odio
Un hombre de negocios perteneciente a una gran empresa (Toshiro Mifune) se dispone a cerrar un importante trato cuando el hijo de su chófer es secuestrado por error. Con la fortuna que ha reunido puede salvar al niño, pero si lo hace, quedará humillado y en la ruina total.
Kurosawa firma uno de los mejores thrillers de la historia del cine, tal cual. Tres actos; el primero es un drama moral cuyo protagonista se enfrenta a una dura y difícil decisión, el segundo, la minuciosa reconstrucción policial de un secuestro y el seguimiento de las pistas con el fin de dar caza al criminal. Finalmente, el tercero es un recorrido urbano que describe sin paños calientes la miseria y las diferencias entre clases sociales. Tres películas en una sola y una nueva reflexión humanista del japonés; el odio como sentimiento que nos envenena hasta llevarnos a la tumba, el dinero como gran corruptor de las relaciones humanas (llegando a ponerse en cuestión algo tan elemental como la propia vida) y por encima de todo ello, como apunte esperanzador, la inquebrantable ética del individuo.
Con más de dos horas de metraje, es una película larga pero sin una sola escena fuera de lugar, donde cada uno de los personajes tiene su razón de ser (la esposa fiel, el joven madero entregado a la causa, el villano que no es tal...). Todo el comienzo es de teatro, con muchos actores moviéndose en una habitación mientras la tensión crece, más adelante la cámara adquiere un papel más vivo cuando salimos de ahí y el asunto se complica, pasando a la prensa y a la gente de la calle. Escenas memorables: la del tren (digna de un “polar” francés), el humo rosa, el devastador diálogo final... pero si hasta nos cuela una secuencia de ZOMBIES, el puñetero japo! Literalmente.
Descomunal. Te estalla en el cerebro de puro arte, de puro cine.