Tres colores: Rojo. La recordaba muy buena, pero no tanto, qué barbaridad, la mejor de las 3, la que lo redondea todo y, probablemente, la mejor última obra de ningún director.
No sólo cierra la trilogía sino que lo hace volviendo a los temas explorados en La doble vida de Verónica. El rojo de la bandera francesa, la fraternidad, la solidaridad, en definitiva, el amor entendido en su sentido más amplio es como el polaco enfoca este valor, absolutamente concentrado en la figura de una inmejorable (creo que me he enamorado) Irene Jacob.
La película pivota entorno a la relación entre Jacob y Trintignant, una modelo y un juez retirado. La figura del juez es la esencial, está aislado, amargado y recluído, pero ejerce una función de demiurgo omnisciente espiando telefónicamente a su comunidad de vecinos sin interceder para nada, al contrario que cuando llevaba la toga. Kieslowski, hábilmente, eligió la profesión de juez para combinarlo con la idea (ya estudiada en Verónica) del azar y el destino, y así contraponer los conceptos de justicia "humana" y justicia "divina".
Sólo es la punta del iceberg, porque la alegoría del juez también mira directamente al hecho de tomar decisiones vitales en momentos críticos de nuestra vida, así como el tema de las escuchas telefónicas y las muchas conversaciones que vemos durante el metraje fundamentan una crítica a la comunicación electrónica (mucho más fría y distante) contrapuesta a la comunicación cara a cara (Jacob-Trintignant) que es lo que arroja luz y calor a las vidas de ambos.
El tema del azar, tocado ampliamente ya en Verónica, es clave y, desde el punto de vista técnico, depara unos maravillosos planos secuencia enlazando a Valentine (Jacob) y la historia de su vecino, que no se llegan a conocer hasta el último segundo.
El juez y la modelo se van retroalimentando durante todo el metraje, ella, con su bondad, iluminará la apagada existencia del jubilado y, a través de esa luz, él visualizará la posibilidad de que tan adorable criatura pueda "salvar" la vida de alguien con dificultades amorosas similares a las que pasó él de joven y que no supo superar.
Con ella el juez se mueve y, a través de la credibilidad de su sabiduría, la empuja a ella a moverse, resultando, por azar o por justicia divina o poética, que una vida con relato análogo al de Trintignant pero 35 años más joven se "salve", un relato que nos ha ido contando paralelamente Kieslowski y que enlaza al final, muy en la línea lynchiana de La doble vida de Verónica, a modo de alter ego, de segunda vida corrigiendo los errores de la primera a través de la virtud (fraternidad/solidaridad/bondad/amor) encarnada por Valentine.
Una virtud que no solo es la respuesta a los errores del juez, sino también a los protagonistas de las anteriores películas, como el de Binoche en Azul que al principio, en aras de la libertad, adoptaba una conducta muy similar a la del juez.
La fraternidad, el rojo de la sangre entre hermanos se escenifica al final con 7 hermanos cachorritos, 7 supervivientes de la catástrofe catártica. La gran pancarta roja de Valentine se retira y vemos su reverso blanco, el color del ideal, la solución a tanta angustia existencial.