Desde aquellas noches en las que todas las señoras de este país se iban a la cama con su marido y también con José María García, el vestuario del Madrid siempre ha tenido más misterio que las cuentas secretas de los bancos suizos. Ahora bien, algunos de esos jugadores, durante años, entendieron que el vestuario era una parcela sagrada, un reducto de privacidad, un lugar de reunión donde exponer y solucionar sus problemas, un santuario que debía estar aislado de publicidad, opiniones e injerencias externas. Ahí, en el vestuario, es donde se cuece la materia prima de un equipo. Donde los compañeros, tengan la filias y fobias que tengan, deben respetar un código universal, una ley no escrita: preservar su intimidad. Se trata no sólo de la salud del equipo, sino de la supervivencia del grupo, de su futuro como colectivo. El vestuario debe ser la lavandería doméstica de suplentes y titulares, de indiscutibles y discutidos, de canteranos y extranjeros. Un equipo sin un vestuario fuerte está condenado a la nada. Y uno que airea sus secretos, se está suicidando.
Este Madrid, atropellado por los gases verbales y envuelto en el ruido, se ha levantado la tapa de los sesos jugando a la ruleta rusa. La lavandería del vestuario se ha hecho pública y ya no funciona como un equipo de fútbol, sino como parte de una industria de intrigas. Como una telenovela de largo recorrido, de personajes grotescos, que va por entregas y que mantiene el interés a pesar de que los espectadores ya saben cuál será el final. Porque en este Madrid todo acabará como el rosario de la aurora, con un cadáver de por medio y un portavoz anunciando, a 30 de junio, que el homicidio fue cosa del ama de llaves en la cocina, de madrugada, y con el candelabro. En este Madrid lo menos importante es el fútbol, todos sospechan de todos y existe sobredosis de casquería. El Madrid ya no ocupa el centro de artículos deliciosos y tertulias reposadas, ahora se ha instalado en esas peleas de barro, tan entretenidas como viscosas, donde uno aguanta con los ojos como platos viendo cómo despellejan hasta al apuntador. Muy tétrico.
En esas, habló Sara Carbonero, que no es la mejor periodista del mundo pero sí la novia del mejor portero del mundo. Dijo que el vestuario del Real Madrid está dividido y que los jugadores no comulgan con su entrenador. Nada que no se comente en cualquier fosa séptica hecha tertulia, pero sorprendente viniendo de alguien que, dicen, vale más por lo que calla que por lo que cuenta. Carbonero, beneficiaria y víctima del machismo, adrede o sin querer, pone en evidencia el discurso que varios jugadores (entre ellos, Casillas), han repetido como un mantra en público: que están a muerte con el míster. No deja de ser curioso que la aseveración de Carbonero haya tenido más recorrido social e incluso más credibilidad que una explosiva portada del Marca (¿para reír o para llorar?), pero el hecho es que el vestuario que debía preservar su intimidad, si ya tenía más agujeros que el Prestige, ahora es un circo de tres pistas. La teoría difundida por Carbonero en Televisa no deja bien parado al capitán del Madrid, ni al vestuario, ni al entrenador, ni al club. Ni en la hipótesis más hiriente, ni en la más inocente. Es una crónica rosa de sucesos.
Ahora imaginen por un momento a Casillas. Pareciera que ha perdido el ángel y que ya no podría gritar al viento aquello de ‘me siento seguro’. Ha intentado mantener la calma en una situación embarazosa para él y se ha embutido en su brazalete de capitán, pero cuanto más institucional ha sido su discurso, más amargura ha recibido. Ha recibido lecciones gratis de madridismo tras una vida ligada al club, ha sido tachado de seudo y de chivato, ha sido relegado a la suplencia porque Adán estaba mejor que él según su entrenador y ha tenido que pasar por el quirófano para estar ocho semanas de baja mientras algún badulaque negaba la gravedad de su lesión. Lo ha hecho después de una noche donde llegó a la clínica sólo, con la mano fracturada, conduciendo a una mano y sin la compañía de ni uno sólo de esa legión de empleados que, dicen, trabajan para el Madrid. Ahora Casillas, un experto en salir airoso de las llamas, es víctima del fuego amigo. Y está ardiendo como una tea. Esta noche se juega un Madrid-Barça. No juega Casillas, pero es el partido más trascendente de la temporada para él. Estará más presente que nunca. A la intemperie.