Irene González
La Moncloa facilitó hace meses un dossier a Pablo Casado sobre unas comisiones supuestamente ilegales del hermano de Isabel Díaz Ayuso por haber conseguido que su Gobierno escogiese una empresa para fabricar mascarillas en lo peor de la pandemia.
Este terremoto político que rompe el principal partido de la oposición sin posibilidad de que pueda presentarse a unas elecciones en el corto plazo empieza en un rumor de Moncloa susurrado en los oídos del celoso Casado, sin aportar pruebas sobre la veracidad de las acusaciones. En caso de que existiese el menor indicio de las mismas el PSOE no se las hubiese entregado a Casado, ya demasiado ciego para distinguir al verdadero enemigo, Ayuso o Sánchez, convirtiéndose así él en un peligro para España.
Pedro Sánchez conoció en sus propias carnes la derrota y el coste electoral que supone intentar destruir de forma sucia a una Ayuso enaltecida por el pueblo, en agradecimiento a su empeño por proteger a los madrileños precisamente del acoso del Gobierno sanchista. La campaña con la alerta antifascista llena de fotos de navajitas ampliadas por una que era Ministra —quizá lo siga siendo— sólo contribuyó a hundir a todo el que participó en ella. Los ataques de la izquierda desaforada indignaron a los ciudadanos que salieron a votar en masa a la Presidenta, como forma de proteger a quien les protegió del que entiende la política como ese callejón trasero oscuro de basura donde se siente impune.
Sánchez encontró en los celos de Pablo Casado la solución a su problema al ver que compartían enemiga. Con un rumor delegaba el trabajo sucio en los propios compañeros de partido, sin pruebas ni evidencias, quizá en medio de una negociación de los órganos constitucionales entre el PP, PSOE y Podemos. De esta forma no se desgasta Sánchez en el navajeo y traslada a su rival en las elecciones dicho coste, habiendo malherido a la única líder capaz de vencer a ambos en unas elecciones.
Casado se ha convertido en el colaborador más valioso para Sánchez y la izquierda enemiga de los intereses de España. Débil a las presiones que ejerce sobre él, sensible a sus desprecios, ocupa el lugar de perfecta y eterna oposición que pide permiso para existir. La influencia moral y política que ejerce la izquierda sobre el Partido Popular poseso por un centrismo desnortado sin capacidad para entender qué sucede en España ha convertido al principal partido de la oposición en una marioneta de los deseos e intereses de Sánchez.
Primero consigue que se una a el cordón sanitario impuesto a Vox, que es en realidad a toda la derecha, decidiendo que no puede pactar con nadie que no decida el PSOE, haciendo imposible que exista una alternativa de Gobierno.
Ahora un rumor de Moncloa desata que el PP acuda a agencias de detectives con encargos de dudosa legalidad para destruir personalmente a Ayuso, la única que Sánchez reconoce como rival. Tanto que ni se atreve a enfrentarse a ella y delega en la derecha domesticada.
Ángel Carromero, el más estrecho colaborador de Almeida y amigo íntimo de Pablo Casado
ha dimitido por su participación en el espionaje a Isabel Díaz Ayuso y que ha confirmado la agencia de detectives (personas vinculadas al PP) tras haberlo negado Teodoro. No es suficiente esta dimisión.
La Presidenta en un discurso lleno de decencia en el que denunció esta sucia operación contra ella excluyó a Almeida, probablemente porque necesita unir fuerzas para protegerse y acabar con la mafia de Génova, que es quien debe caer en pleno.
El líder del PP, Teodoro García Egea, ha contribuido en su comparecencia a que las dudas sobre ella, su familia y su Gobierno continúen en el patíbulo de
La Sexta al
acusar a Ayuso de no aclarar esas comisiones supuestamente ilegales después de que hubiese negado toda irregularidad.
Pablo Casado ha unido su destino personal y político a Teodoro García Egea, como vimos tras el fracaso de las elecciones de Castilla y León pues es quien dirige la estrategia política.
No es buena idea que quien sabe de cañerías se ocupe de los designios del país. En un último intento de liderazgo fallido del partido, Casado debería haber salido a dar explicaciones de todo lo sucedido sobre el espionaje a la Presidenta de la Comunidad de Madrid, de su propio partido y amiga desde hace 20 años.
Si el cordón sanitario de la centrista Génova sobre Vox enterraba toda posibilidad de que la derecha fuese una alternativa de Gobierno a Sánchez y los separatistas, este levantamiento de alfombras por parte de Ayuso —
poner el foco sobre el que te ataca en callejones oscuros es lo más efectivo— puede ser una oportunidad para un cambio de dirección y de rumbo, pues son las más altas cúpulas y no un fontanero regional quien ha de asumir responsabilidades.
Aunque ganase Génova esta guerra,
todo militante del PP sabe que Pablo Casado ya ha perdido ante sus votantes y nadie quiere al frente a quien les llevará a una derrota que se avecina segura y rodeada de vergüenza entre los suyos. Que caiga Génova es una cuestión de supervivencia para el partido y especialmente para quien tiene poder institucional.