Respuesta: Festival de Cannes 2010
¿Oliver Stone? ¡Vendan!
Luis Martínez (Enviado especial) | Cannes
El regreso del cineasta a Wall Street peca de naíf, obvio e indeciso, a pesar de la presencia imponente de Michael Douglas.
Gordon Gekko es a los 80 lo que el tiburón de Spielberg a los mares del sur:
un cabrón que explota. Su frase: "Se trata de dólares, chaval. El resto es conversación";
sus camisas a raya de cuello blanco, sus tirantes de patilla ancha y, sobre todo, su móvil marcando paquete son la perfecta radiografía de un tiempo con hombreras y peinado 'mullet'. Hortera. Repita conmigo: HOR-TE-RA.
Pues bien, vuelven los ochenta. Lo dice la publicidad, la nueva burbuja inmobiliria, Lady Ga Ga y, por supuesto, Oliver Stone, el director de 'Wall Street'. Es decir, lo afirma el responsable de la película protagonizada por Michael Douglas (él es Gordon Gekko) que
marcó un antes y un después. ¿De qué? Eso es otra pregunta.
Pues bien, regresa. 'Wall Street. El dinero nunca duerme', la
continuación dos décadas más tarde de las industrias y andanzas del capitalismo financiero, apareció en Cannes. Gran expectación, pero (avancemos la cuenta de resultados)... 'Crash', desplome bursatil. La idea del director no es otra que
seguir el ritmo de los ciclos económicos. Lo que en los 80 fueron bonos basura, ahora son 'subprime', 'ninja' o algo peor. De por medio, claro está,
el desastre.
Con este arranque, Stone se lanza a un retrato pretendidamente despiado de los tiempos que corren.
Se trata, claro está, de denunciar que, nos pongamos como nos pongamos, si no acabamos con cosas tales como la especulación, la avaricia y, de paso, los malos sentimientos, la cosa no funcionará jamás. Ni lo hizo en el pasado ni lo hará en el tiempo por venir. Tal cual.
Lo malo no es la inocencia
El problema no es el punto de partida. Puede parecer ingenuo porque, en efecto, lo es. Pero no hay motivo para estigmatizar la ingenuidad por mucho que se parezca a la estupidez. No son lo mismo. El problema, decíamos, es otro. Lo que no termina de encajar es la
absoluta falta de ideas que preside la película de cabo a rabo. De entrada, el director pretende explotar al máximo el
poder de atracción de una figura icónica como la Gekko. Bien. De hecho, la película se abre con Douglas saliendo de la prisión desposeído de todo su poder. Mejor. Y, llegados a este punto, se apaga la luz.
El proverbial y adrenalínico montaje de Stone -atropellado, radical y voraz- pronto se transforma en una
reiterada colección de tics visuales empeñados en subrayarlo todo. Unos niños juegan en el parque a hacer burbujas de jabón; el malvado interpretado por Josh Brolin guarda en su despacho una alegoría de su propio futuro ('Saturno devorando a sus hijos', de Goya); unas piezas de dominó corren por la pantalla para anunciar lo que está pasando; en una fiesta para recaudar fondos,
la cámara se detiene en la joyas de las asistentes...
Algunos dirían que es obvio, y no. Es simplemente simple. Por completar la lista de bajas, un último detalle: el poco sutil modo de utilizar una ecografía de un niño para ablandar el corazón insensible de un escualo del mercado de futuro.
Pero todo lo anterior no pasan de ser simple detalles. El guión (el más gordo de los detalles si se quiere) apenas consigue que el asunto avance al lado de lo que importa:
los esfuerzos por redimirse de Gekko. Cierto es que cada aparición de
Douglas impresiona. Cada vez más cerca de su padre, a un paso del mito. Impresiona y gusta impresionarse con su presencia. Pero no es suficiente. El Gekko que decía aquello de "La cuestión, señoras y señores, es que
la avaricia, a falta de una palabra mejor, es buena" apenas se deja ver en un historia detenida, cansina y, lo peor, que no explota. Admitámoslo, hay cosas que sólo gustan si hacen ¡boom! Como el tiburón, de Spielberg o de las finanzas.