Aunque Fernando sobreviviera a la toma de Granada, seguiríais separados. Incluso con su líder derrotado y él coronado como Rey de Aragón y la villa menor de Cataluña, tú, mi hija Isabel de Cerdeña y de Nápoles, continuarás separada. Te quedaría el amargor de la inmortalidad en el frío invierno, en el asolador verano, en el otoño primaveral que asoma la llegada de las primeras fresas... Bien a espada o por el angosto tiempo, Él morirá...se marchará, quedando aquellos que solo moran en la montaña sagrada.
….y no habrá consuelo para ti. Él encontrará la muerte final, una imagen de esplendor para los reyes de Aragón, la gloria intacta a pesar de desmoronarse el mundo. Pero tú, Isabel, la única y más grande Reina conocida de Castilla y de las Españas, te consumirás en la oscuridad y en la duda, como un anochecer de invierno castellano que llega sin estrellas ni molinos. Aquí morarás, sumida en tu pesar, vagarás entre la soledad más cruel, y bajo la grandeza de tu reinado que irá yendo a menos y de los tristes paseos por el camino de mortecinos árboles, tendrás que seguir hasta que el mundo cambie de Reina, y saldes la cuenta de tus largos y gloriosos años de vida. Ya nada queda aquí para ti, mi Reina, que es también hija mía.