Estuve en una casa de cuatro plantas enorme, con ascensor, en la calle Alfonso Fernández Causells, en la zona de Puerta de Hierro en Madrid. Al ir como invitados Alberto y su novia, Isabel Díaz Ayuso, hubo seguridad privada contratada por él, no por el homenajeado. Sí, comprobaron si tenía antecedentes penales y tuve que dejar el móvil en la entrada, apagado y en un sobre cerrado .
Soy un rojeras, copón, pero no soy peligroso, más allá de ser un poco bocazas y calentarme, no tanto como antes, hablando de política. Iba advertido por mi amigo, que conste, y no me metí en ningún lío (los más "moderados" eran de Ciudadanos, imaginaos el percal). Muchos cayetanos de punta en blanco, con pulseritas de España y polos caros (no entiendo nada de ropa, me sacó de dudas el hermano pequeño de mi amigo). Yo iba con unos pantalones chinos y polo, nada del otro mundo, y así no desentonar...más si cabe.
Hubo canapés variados, de Viena Capellanes (no son baratos, no), una tarta de pastelería de ese mismo establecimiento y bebidas varias ( yo bebo agua, salgo muy barato). Le dieron los regalos allí, con pinta de ser carísimos ( flipé con una bicicleta de montaña de casi dos mil euros, un dato confirmado a posteriori en casa, cuando busqué marca y modelo); le regalé una camiseta molona (
"Cuando muera quiero que con mi cuerpo hagan supositorios para seguir dando por el culo después de muerto") y un directo de
Tarot (un grupo finlandés que nos gusta a los dos), aunque lo abrió después (me tiene calado y el primer detalle podría haber sido demasiado polémico en ese ambiente).
He dejado lo mejor parte para el final, cabrones.
Isa y Alberto llegaron, como las estrellas del evento, diez minutos después que un servidor. Ella con vaqueros azules claros, un "top" blanco de tirantes y chaqueta roja corta ( si os reís, como yo, por ese detalle somos igual de gilipollas), con unas sandalias azules claras con poco tacón. Sorprende en persona que no es baja, alrededor de 1`65, y no tiene ni mal culo ni poco pecho; de cara normal, iba bastante maquillada. Me la presentaron y olía a un perfume de ¿flores? no muy fuerte, yo soy alto y me tuve que agachar para darla dos besos (estoy en 1`90). No, no hablé nada con ella. A Alberto si le saludé, pues le conocía de dos veces anteriores, y luego hablamos de baloncesto un ratillo, con nuestro amigo común presente.
Poco más que añadir, no me detectó esa señora como un "rojo peligroso", ya está. Pasé desapercibido, señores.