Veo que no hay post del que fuera uno de los directores icónicos del cine europeo y universal de siglo XX: Ingmar Bergman, estandarte del cine "lento" jajaj, e intelectual y de personajes atormentados y en eterno conflicto. De contenido altamente dramático.
Me he propuesto revisar algunas de sus películas y ver otras muchas que no había visto, e iré escribiendo mis impresiones por aquí, además de poder leer las vuestras.
Escenas de un matrimonio. (1974)
Originalmente concebida como una serie de ocho capítulos en su “etapa moderna”, aquí se exhibió reducida en salas de cine. Me temo que es esta la copia que he podido ver, pese a la larga duración total del filme (casi tres horas).
Las intimidades de un matrimonio a lo largo de los años. Dividida en capítulos, se nos muestra cómo la relación va degenerando de una aparente e inmaculada felicidad amorosa donde todo es perfecto, hasta una mutua aceptación, una vez expuestas a la luz tras largos años de encuentros y desencuentros, las miserias internas.
La película es un devastador análisis de las relaciones de pareja, con un texto lleno de certeras reflexiones sobre el sexo, el amor, o la falta de él, el odio, el cariño, la costumbre, la rutina, la cobardía... hay un momento especialmente lúcido y aterrador, por lo que tiene de espejo en el que muchos espectadores nos podemos ver reflejados, en el que una señora , tras veinte años de matrimonio le confiesa al personaje de Ullman (que tramita divorcios) que en su matrimonio nunca ha habido amor, que no sabe lo que es querer a sus hijos, y que ha llegado un momento en su vida en el que físicamente casi le es imposible sentir estímulo alguno ante nada. Extiende la mano, toca la mesa, y dice “siento la mesa, pero la sensación es pobre, apagada”. Me parece un símbolo perfecto del anquilosamiento emocional, de la vida teledirigida que llevan muchas personas y que desemboca en “vidas de tranquila desesperación” usando palabras de Thoreau. ¿Hay REALMENTE amor en nuestras vidas? Sobre eso, y sobre el egoísmo y la falta de madurez tan común en las relaciones conyugales, inciden las palabras puestas en el personaje de Josephson a propósito de su matrimonio: “Somos niños, nos comportamos como niños consentidos” o “Toda la vida he sido un analfabeto sentimental”.
Todo el metraje se sostiene en los fantásticos actores protagonistas, dos de los fetiches de Bergman:
Liv Ullman y Erland Josephson. Ellos son la película. Casi no hay plano en donde no aparezcan, y sus expresivos rostros se adueñan de la pantalla, y dan profunda dimensión al texto en los numerosos primeros planos que alternan. Visualmente es algo sosa y no contiene esa belleza plástica tan típica de otras obras suyas famosas (como “El séptimo sello”).
Me sorprende mucho el tono tan sumamente civilizado que mantienen los personajes incluso en las discusiones más amargas (salvo en una muy patéticamente humana escena de la película), no sé si propio del carácter nórdico o del particular enfoque que nos presenta Bergman aquí. En ese sentido echo en falta un poco más de emotividad, tanto en la relación entre ellos, como en el tratamiento del director, antojándoseme todo de un aspecto un tanto frío y distante; aún así algunos momentos retratan muy bien la angustia y desesperación de los personajes. Quizá demasiado intelectuales y discursivas las conversaciones del matrimonio, al menos para considerarlas realistas, pero creo eso que es marca de la casa y forma parte del universo Bergman.
Una mirada analítica y profunda sobre las fascinantes relaciones hombre/mujer, y todos los recovecos emocionales que encierran. En el año 2003 retomó a los mismos personajes en Saraband, y rodó en vídeo. La tengo pendiente.
Persona. (1966)
Bergman concibió el guión de esta película (ubicada en su “periodo de madurez”) mientras estaba convaleciente en el hospital a causa del estrés. Sabiendo esto quedan claras las conexiones personales con el personaje de Liv Ullman.
La película cuenta la historia de una actriz, interpretada por una jovencísima Liv Ullman, que durante una representación teatral pierde el habla, al parecer voluntariamente, y recibe los cuidados de una joven e inexperta enfermera (Bibi Andersson). Durante el proceso se producirá una inquietante “fusión” o más bien “fagocitación” de personalidades.
Se trata de un filme que podríamos calificar de experimental, jalonado con imágenes casi subliminales que crean sensaciones en el espectador, la mayoría de las veces sensación de desasosiego, acrecentada por una música propia del género de terror. El personaje de Liv Ullman guarda un terrible secreto, que surge a la luz en la magistral secuencia en que Andersson se transmuta en su paciente. Se nos muestra la secuencia (una conversación) dos veces, desde los dos puntos de vista de las intervinientes, culminando en la famosa imagen de la cara formada por las dos mitades de las protagonistas. Fantástica también la secuencia posterior al descubrimiento de la traición al ingenuo personaje de Andersson, momento a partir del cual la ingenuidad pasa a convertirse en, para mí, maldad: la secuencia del cristal roto “olvidado” en el suelo. Tras ese momento algo se rompe en la relación y en el personaje de Andersson, que pasa de ser puro e inocente a corromperse hasta tal punto que fagocitará a la actriz que antes se alimentaba de otras personalidades para imitar.
Leo por ahí que la película trata de ser una reflexión del poder de los medios (hay una muy impactante secuencia de Ullman mirando horrorizada un suicidio a lo bonzo por TV) y del cine dentro del cine (la película se abre y cierra con el encendido y apagado de una lámpara de arco de proyector), pero he de reconocer mi limitación al no encontrar en esas imágenes más relación con la historia que el mero hecho de imprimir cierta sensación, un tanto indefinible, en el espectador.
La factura de la película es impecable, y contiene numerosos bellos planos para el recuerdo, como todos los de la secuencia de la onírica visita nocturna de Ullman a Andersson, o todos los que forman parte del “prólogo” de la acción. Muy sugerentes.
Me he propuesto revisar algunas de sus películas y ver otras muchas que no había visto, e iré escribiendo mis impresiones por aquí, además de poder leer las vuestras.
Escenas de un matrimonio. (1974)
Originalmente concebida como una serie de ocho capítulos en su “etapa moderna”, aquí se exhibió reducida en salas de cine. Me temo que es esta la copia que he podido ver, pese a la larga duración total del filme (casi tres horas).
Las intimidades de un matrimonio a lo largo de los años. Dividida en capítulos, se nos muestra cómo la relación va degenerando de una aparente e inmaculada felicidad amorosa donde todo es perfecto, hasta una mutua aceptación, una vez expuestas a la luz tras largos años de encuentros y desencuentros, las miserias internas.
La película es un devastador análisis de las relaciones de pareja, con un texto lleno de certeras reflexiones sobre el sexo, el amor, o la falta de él, el odio, el cariño, la costumbre, la rutina, la cobardía... hay un momento especialmente lúcido y aterrador, por lo que tiene de espejo en el que muchos espectadores nos podemos ver reflejados, en el que una señora , tras veinte años de matrimonio le confiesa al personaje de Ullman (que tramita divorcios) que en su matrimonio nunca ha habido amor, que no sabe lo que es querer a sus hijos, y que ha llegado un momento en su vida en el que físicamente casi le es imposible sentir estímulo alguno ante nada. Extiende la mano, toca la mesa, y dice “siento la mesa, pero la sensación es pobre, apagada”. Me parece un símbolo perfecto del anquilosamiento emocional, de la vida teledirigida que llevan muchas personas y que desemboca en “vidas de tranquila desesperación” usando palabras de Thoreau. ¿Hay REALMENTE amor en nuestras vidas? Sobre eso, y sobre el egoísmo y la falta de madurez tan común en las relaciones conyugales, inciden las palabras puestas en el personaje de Josephson a propósito de su matrimonio: “Somos niños, nos comportamos como niños consentidos” o “Toda la vida he sido un analfabeto sentimental”.
Todo el metraje se sostiene en los fantásticos actores protagonistas, dos de los fetiches de Bergman:
Liv Ullman y Erland Josephson. Ellos son la película. Casi no hay plano en donde no aparezcan, y sus expresivos rostros se adueñan de la pantalla, y dan profunda dimensión al texto en los numerosos primeros planos que alternan. Visualmente es algo sosa y no contiene esa belleza plástica tan típica de otras obras suyas famosas (como “El séptimo sello”).
Me sorprende mucho el tono tan sumamente civilizado que mantienen los personajes incluso en las discusiones más amargas (salvo en una muy patéticamente humana escena de la película), no sé si propio del carácter nórdico o del particular enfoque que nos presenta Bergman aquí. En ese sentido echo en falta un poco más de emotividad, tanto en la relación entre ellos, como en el tratamiento del director, antojándoseme todo de un aspecto un tanto frío y distante; aún así algunos momentos retratan muy bien la angustia y desesperación de los personajes. Quizá demasiado intelectuales y discursivas las conversaciones del matrimonio, al menos para considerarlas realistas, pero creo eso que es marca de la casa y forma parte del universo Bergman.
Una mirada analítica y profunda sobre las fascinantes relaciones hombre/mujer, y todos los recovecos emocionales que encierran. En el año 2003 retomó a los mismos personajes en Saraband, y rodó en vídeo. La tengo pendiente.
Persona. (1966)
Bergman concibió el guión de esta película (ubicada en su “periodo de madurez”) mientras estaba convaleciente en el hospital a causa del estrés. Sabiendo esto quedan claras las conexiones personales con el personaje de Liv Ullman.
La película cuenta la historia de una actriz, interpretada por una jovencísima Liv Ullman, que durante una representación teatral pierde el habla, al parecer voluntariamente, y recibe los cuidados de una joven e inexperta enfermera (Bibi Andersson). Durante el proceso se producirá una inquietante “fusión” o más bien “fagocitación” de personalidades.
Se trata de un filme que podríamos calificar de experimental, jalonado con imágenes casi subliminales que crean sensaciones en el espectador, la mayoría de las veces sensación de desasosiego, acrecentada por una música propia del género de terror. El personaje de Liv Ullman guarda un terrible secreto, que surge a la luz en la magistral secuencia en que Andersson se transmuta en su paciente. Se nos muestra la secuencia (una conversación) dos veces, desde los dos puntos de vista de las intervinientes, culminando en la famosa imagen de la cara formada por las dos mitades de las protagonistas. Fantástica también la secuencia posterior al descubrimiento de la traición al ingenuo personaje de Andersson, momento a partir del cual la ingenuidad pasa a convertirse en, para mí, maldad: la secuencia del cristal roto “olvidado” en el suelo. Tras ese momento algo se rompe en la relación y en el personaje de Andersson, que pasa de ser puro e inocente a corromperse hasta tal punto que fagocitará a la actriz que antes se alimentaba de otras personalidades para imitar.
Leo por ahí que la película trata de ser una reflexión del poder de los medios (hay una muy impactante secuencia de Ullman mirando horrorizada un suicidio a lo bonzo por TV) y del cine dentro del cine (la película se abre y cierra con el encendido y apagado de una lámpara de arco de proyector), pero he de reconocer mi limitación al no encontrar en esas imágenes más relación con la historia que el mero hecho de imprimir cierta sensación, un tanto indefinible, en el espectador.
La factura de la película es impecable, y contiene numerosos bellos planos para el recuerdo, como todos los de la secuencia de la onírica visita nocturna de Ullman a Andersson, o todos los que forman parte del “prólogo” de la acción. Muy sugerentes.
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