John HUGHES (1950-2009)

Precisamente ayer encontré y grabé el trailer en castellano de la chica de rosa en un VHS... Casualidad.

¿No te decía que no me sonaba ese diálogo? Nunca vi 16 velas en VHS, pero si en un montaje extraoficial (mucho antes de que saliera en DVD en España) que mezclaba la imagen del DVD americano con el audio de VHS español, y esa escena estaba sin doblar. Luego en DVD aquí venía redoblada.
pero entonces la estrenaron en España sin esa escena??? o quizás la medio cortaron...
 
pero entonces la estrenaron en España sin esa escena??? o quizás la medio cortaron...

Sin acceso a, por lo menos, el VHS comercial que saliera entonces, o los recuerdos de quien pudiera verla en cines españoles, no creo que se pueda responder con un 100% de seguridad a eso. Yo creo que esa escena no se vio en el montaje de estreno en España, al menos todo apunta a eso. Y estrenar películas censuradas no era precisamente cosa rara en los 80. Sin ir más lejos, en España siempre nos hemos comido la misma versión censurada de Videodrome de Cronenberg, tanto en cines como en VHS y DVD, siempre la versión con cortes.

A veces ni siquiera es una censura "nacional" sino que se compra una versión censurada por otro país, como pasó con algunos DVD de Warner, que compartíamos másters con Alemania, y en Alemania estaban censuradas y por lo tanto, a España nos llegaron censuradas, Mad Max 2, Tango y Cash, El último boy scout y alguna más. Cuando se dieron cuenta, rectificaron y las relanzaron con un "VERSIÓN ÍNTEGRA" en la carátula.

Otro ejemplo menos evidente, Christine, de Carpenter. Que no tiene ninguna escena cortada, pero donde el doblaje suaviza las continuas expresiones malsonantes que dicen los personajes. Y seguro que habrá ejemplos a patadas.
 
Un chaval que le pide las bragas a una tía y la tía se las da!!!!
Otros dos hablando de violar a una tía cómo lo más normal del mundo, el otro llevando la tía borracha inconsciente para hacerse fotos y fardar con los colegas....Y luego se la folla y la tía tan feliz al día siguiente...
Es argumento de peli porno total!!!
Creo recordar que en su día leí una entrevista en la que Hughes decía que Dieciséis velas fue una respuesta directa a Porky's, película que creo recordar que le pareció muy mala y que él pensaba que podía hacer cine para adolescentes de mayor calidad. Eso explicaría el origen de esa parte más "porno" de la película, que por cierto no casa demasiado con la parte de comedia romántica protagonizada por Molly Ringwald. Es como si Hughes se pusiese a escribir la película respuesta a Porky's, luego se le ocurriera la trama romántica y juntara las dos. Esos vaivenes argumentales hacen que la peli sea más irregular que otras posteriores de Hughes, aunque eso no la impedido adquirir su estatus de "título de culto" gracias a sus entrañables personajes y escenas míticas.
 
“Mejor solo que mal acompañado” (1987)

(“Planes, Trains & automóviles”)

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A modo de introducción:

- De los grandes maestros de la Escuela de la editorial Bruguera, únicamente Francisco Ibáñez y Jan continúan activos. No; no os habéis equivocado de crítica ni yo me he tomado un cuarterón de orujo. Seguid leyendo por favor. Una de las características de Ibáñez es que apenas tiene personajes secundarios, y cuando estos aparecen son perfectamente intercambiables y casi clónicos, muñecos animados diría yo: hombre del bigote; matón1, matón 2, matón 3; señora rellenita, señora delgadita…

Sin embargo, comparemos a Ibáñez con José Escobar o el propio Jan antes citado: sus protagonistas son importantes, pero ellos no serían nada sin una amplia galería de secundarios con nombres y apellidos. En ocasiones estos secundarios no tienen más que un par de frases en toda la historieta, pero su trabajo no es sólo importante, es esencial para que avance la acción.

Escobar en sus historietas de Zipi y Zape rodeó a sus protagonistas de un entorno de vecinos, peones manuales, tenderos, maestros, amigos, familiares, delincuentes, agentes de la autoridad. Todos y cada uno de ellos fueron mimados en su tratamiento y humanidad con el mismo cariño que la pareja de diablillos protagonistas. Nos reímos y compartimos las vivencias de los gemelos, pero aquellos que les acompañan nos dejan un poso que es casi tan relevante como el de los protagonistas. Su función es fijar a nuestros héroes en un entorno definido. Una ciudad, un barrio y aquellos que lo moran. “Érase una vez una ciudad”

Y si todavía habéis tenido la paciencia de seguir leyendo
–porque esto va para largo- sin pensar que os estoy tomando el pelo o que me he equivocado de página, sabed que este es uno de los grandes méritos del cine de John Hughes: su amor incondicional por los secundarios. Un amor que le entronca con los grandes directores de cine clásico americano ¿Sería arriesgado decir que no recuerdo un mimo por los secundarios tan acentuado desde los tiempos de Lubitsch, Sturges o Billy Wilder?
Acompañadnos ahora en un viaje, nunca mejor dicho, en el que dos caballeros bien distintos vivirán una experiencia que les cambiará para siempre. “Érase una vez un viaje”

Dos hombres y un destino, por no decir nada de unos cuantos aviones, trenes y automóviles:

- “Mejor solo que mal acompañado” no es sólo mi película favorita de John Hughes, sino un filme que ha significado mucho en mi vida. Desde que la vi por primera vez en televisión, a finales de los años 80, cada año que pasaba no podía dejar de decirme que todavía era un filme muy reciente, que el mundo que reflejaba no había cambiado y que un día podría conocerlo, tal y como aparecía en pantalla, y sin embargo ya han pasado prácticamente 27 años...

En esta película se da una de esas felices conjunciones que solo pasan de muy tarde en tarde. Con sus más y sus menos, sus mejores y peores filmes, creo que nadie puede cuestionar a estas alturas la genialidad de Steve Martin y John Candy como nombres a figurar con mayúsculas en la historia de la comedia americana.

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Cuando Steve Martin asume el compromiso de esta película, su fulgurante trayectoria como guionista, actor, músico, productor y escritor, cuyo salto a la fama se había dado al encargarse de la presentación del “Saturday Night Life” durante los años 70, su carrera no le había hecho ningún desprecio al drama, aunque ésta era una faceta no tan cultivada por su parte como la comedia disparatada.

Al enfundarse el traje de Neal Page, el encopetado ejecutivo dedicado al marqueting que espera llegar a tiempo a su casa de Chicago desde Nueva York para celebrar el Día de Acción de Gracias con su familia, Steve Martin demostraría que el hombre de los mil tics, que tanto había hecho reír al público, tenía no solo un as, sino toda una baraja oculta, capaz de arrancar una lágrima al espectador.

Su físico y en especial su cabello blanco le permitían en esta película parecer sin resultar impostado, un verdadero hombre de negocios sobrio y serio como pocos. Además, bajo la batuta de Hughes, el actor se vio obligado a renunciar a la gran mayoría de sus tics gestuales, desplegándolos solo cuando es estrictamente necesario. En ese sentido, me recuerda a cuando Peter Sellers o Robin Williams conseguían ser dirigidos de modo que contuvieran su histrionismo. Así nos regalaron lo mejor de sí mismos.

John Hughes tiene dos niveles de tratamiento de los sketchs, por ello siempre que se revisitan sus películas se encuentran nuevas ocurrencias. El primero son los gags evidentes verbales o físicos, que buscan entrar por los ojos y arrancar la risa inmediata del espectador, pero hay también todo un nivel subterráneo de humor no descifrable a primera vista, heredados también de la gran comedia americana clásica, como por ejemplo cuando se entretiene en jugar al equívoco mostrándonos en primer plano las tarjetas de crédito con las que Page y Griffith pagan la habitación en el primer motel que comparten. Una es una Diners que pertenece a Neal y otra una tarjeta de crédito de tres al cuarto, que parece en su diseño una Diners y que acabará en la cartera de Neal por error para dar lugar a un gag futuro o las auto referencias continuas a su propio cine, como cuando Susan, la mujer de Neal Page está viendo la televisión mientras habla con su marido y escuchamos en la pantalla a una pareja discutir en estos términos: “Has encontrado la horma de tu zapato”; “¡Estoy descalza!”. No sólo se trata de un chiste lingüístico, sino que es ni más ni menos toda una secuencia de “La Loca aventura del matrimonio” en aquel momento en fase de filmación. La pareja que discute es la formada por Kevin Bacon y Elizabeth McGovern.

Estamos ante un estilo de cine más, mucho más elaborado de lo que pudiera parecer, con un amor por el esmero y cuidado en todos y cada uno de los mínimos detalles hasta conseguir un engranaje perfecto en el que nada es dejado al azar y que, una vez más solo recuerdo haber visto entre los grandes maestros del cine clásico.

Todo lo anterior, hace cuestionable definir a John Hughes como un Maestro del cine de los años 80. Eso sería pecar de reduccionista. En mi opinión, su cine es intemporal. Podría haber sido rodado en cualquier época de la historia y continuará siendo vigente en cualquier tiempo porque su temática: la disección de las relaciones personales, tamizada por el humor, no está lastrada a una época o escenario concreto.

Habría muchos modos de precipitar el encuentro entre los dos protagonistas de esta historia. El guion se entretiene en presentarnos a Neal Page intentando vender una campaña de publicidad de cosmética ante un cliente que no acaba de estar convencido tras pasarse un par de horas mirando la propuesta sobre cuál de los anuncios se adecúa más a lo que busca para su empresa. Ningún problema, seguirán la discusión tras las vacaciones. Se trata de pasar el fin de semana con su familia, que es presentada en breves pero indicativas secuencias como una modélica e idílica familia americana con esposa y tres niños pequeños, disfrutar del Día de Acción de Gracias y nada más. Parece sencillo ¿no? Fin de reunión, vuelo y en casa. Sí, es incluso hasta demasiado sencillo.

El comienzo del filme es impecable y Martin borda la preocupación que todos hemos sentido en algún momento cuando estando en una cita, nuestro interlocutor no tiene la más mínima prisa y nosotros miramos disimuladamente el reloj con el rabillo del ojo porque se nos está haciendo tarde. Impecable el personaje de ese cliente que no acaba de decidirse y al que sin embargo no se le puede meter prisa porque del cierre de esa campaña se derivará un negocio que supondrá una jugosa comisión para la agencia en la que trabaja Neal Page.

Sin embargo, aunque él todavía no lo sabe, ese día las cosas empiezan a torcerse para el serio ejecutivo, como si fuera uno de los protagonistas-marioneta de un episodio de “The Twilight Zone” y Hughes empieza ya a cocinar a fuego lento el caos en un menú elaboradísimo. Un detalle tan trivial como el olvido de sus guantes en el despacho del cliente demostrará tener su relevancia y es que el director no da puntadas sin hilo. Esos guantes los necesitará más adelante, pero repetimos, él todavía no es consciente de ello. En cuanto Page baja en el ascensor a la calle, comienza para su incredulidad su descenso a los infiernos…

La sutilidad con la que el guion empieza a calentar en el horno ese menú se nos muestra con una escena genial y llena de ritmo. Hora punta, imposible coger un taxi. Page ve uno pero en la acera de enfrente otra persona también lo ha visto. Podría ser cualquiera pero, damas y caballeros, esa persona es ni más ni menos que… tachán, tachán, ¡el gran Kevin Bacon!, el hombre que no envejece y que según Internet está conectado con todos y cada uno de nosotros; el héroe que salvó a un pueblo al que le tenían vetado bailar el rock and roll y por ello es recordado años después en la galaxia entre los tripulantes de la nave estelar Milano. En fin, Kevin Bacon… por tanto, no se trata de un rival fácil de batir.

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La persecución para hacerse con el taxi funciona casi como un cortometraje silente, delirantemente rápida, con cierto sabor retro, al que contribuye el traje y el sombrero de ala ancha de Steve Martin (no es descabellado pensar que ese corredor de fondo podría haber sido todo un Gary Cooper, un Clark Gable o sobre todo un Cary Grant) entre ambos competidores, a cual más elegante con sus gabardinas de ejecutivos de Nueva York. No es un duelo de bailes, pero cuando se trata de correr, Bacon demuestra que también es caballo ganador. Los aficionados a Bacon disfrutarán de su agilidad, luciendo su característico pelazo leonino al viento y es inevitable no sentir simpatía por él cuando le arrebata el auto a Martin, saludándole y peinándose con la mano al tiempo que se introduce en el taxi. No dice una sola palabra, pero ahí tenemos ya a un primer secundario notable, sin el que el filme no sería lo que es. Digamos adiós a Kevin y a su taxi porque lo recuperaremos como se merece y ya como protagonista absoluto en nuestra siguiente crítica.

No obstante, a pesar de la agilidad de Bacon, Neal Page ha tenido un obstáculo adicional para perder el taxi: tropieza con un voluminoso baúl lleno de etiquetas, lo que denota que corresponde a alguien harto viajero y cuyo nombre bien visible sobre la tapa es “Del G. Griffith”.

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Page intenta hacerse con un segundo taxi utilizando las armas que mejor domina: labia y dinero, intentando convencer a un abogado que está justo a punto de subir en él. Esa escena es esencial para entender cuán diferentes son Neal Page y Del G. Griffith, a quien estamos a punto de conocer. Mientras el primero pone por delante la cartera, el segundo hace uso de su astucia y sentido común (dejo al libre albedrío del espectador que conjeture cuál de los dos tiene más peso) para que, aprovechando que ambos hombres están discutiendo por la propiedad del vehículo, coger el taxi y llegar al aeropuerto. Dos maneras de afrontar la vida que están a punto de encontrarse. Page perseguirá a la carrera al taxi, lo abordará entre insultos y verá apenas un segundo a un sorprendido Griffith mirándole con cara de no entender nada. Sin embargo, el taxi sigue su camino, Page tropieza de nuevo y acaba tomando un autobús para llegar al aeropuerto. Allí descubrirá que el vuelo lleva retraso. Las llamas del infierno empiezan a acariciar su caro abrigo de ejecutivo.

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En la sala de espera volverá a coincidir con Griffith.
El cuadro es digno de ser descrito: un hombre orondo, que se entretiene en leer una novela barata erótica “The Canadian Mounted” (atención al título con doble sentido en una nueva muestra de que Hughes aprovecha cualquier momento para colarnos una de sus bromas), de la empresa “Lámparas y apliques americanos”, un vendedor de aros de cortina de baño, que recorre todo el país y cuya máxima es “Ama a tu trabajo y adora a tu mujer”. Un hablador impenitente y al que quedará pegado literalmente en un viaje mucho más largo de lo que ambos pensaban debido a los sucesivos retrasos que provocan las condiciones meteorológicas adversas, lo que les obligará a dar un rodeo de dos días hasta llegar a su destino.

Pero antes de arrancar el viaje, mantengámonos todavía un poco más en la sala de espera del aeropuerto. No nos han llamado aún a embarcar. Nuestro vuelo lleva demora como ya sabéis. Quién está detrás de Del Griffith. Ni más ni menos que John Candy, quien también había hecho sus pinitos en los años 70 con gran éxito en el “Saturday Night Life”, lo que le llevó a convertirse en uno de los rostros cómicos más populares de la pequeña pantalla.

A diferencia de otros humoristas que han usado la gordura como base de su humor, en el caso de Candy el físico siempre fue para él un lastre que le impedía mostrarse tal y como le hubiera gustado ser. “Érase un hombre a un cuerpo pegado”. Candy detestaba las bromas sobre su cuerpo y compensaba su figura con un intenso esfuerzo para mostrar sus verdaderas capacidades como actor. “Mejor solo que mal acompañado” suponía un punto de inflexión en su carrera. El actor avejentó su aspecto tiñendo y rizando su cabello en un color más oscuro, se dejó bigote para aparentar más edad y nos regaló la que para muchos, servidor incluido, es el papel de su vida y una muestra de hacia dónde podría haber ido su carrera de no habernos dejado tan pronto.

Para Candy este camino debía ser el que marcase el tipo de papeles que quería interpretar y para desligarse de su físico dejó de fumar y se puso a régimen, a pesar de estar sobre aviso: los ataques al corazón no eran inusuales en su familia y fue uno de ellos el que nos privó de él en 1994, mientras filmaba “Caravana al Este”, mediocre producción recordada hoy por ser una de las primeras ocasiones en que se reutilizó material de escenas ya filmadas para poder terminar la parte que no pudo rodar el fallecido actor.

Volvamos a ponernos en ruta. Por fin nos llaman a embarcar. Estamos en movimiento y ponerse en movimiento en América significa horas, kilómetros, digo millas y paciencia.

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Esta circunstancia brinda a Hughes la oportunidad de retratar a la América del día a día, la de los aeropuertos y moteles de carretera, las cafeterías, transportes públicos y privados, en lo que es una declaración de amor a un país y sus costumbres. Estamos ante una comedia que utiliza el paisaje y sus tipos humanos para avanzar y es para quitarse el sombrero la estima con el que el director demuestra querer a su patria retratándonos y diseccionando con precisión cervantina tipos humanos tan dispares como la azafata ante la que se encara Page cuando no puede hacer uso de su billete de primera clase y ha de pasar todo el vuelo al lado de Griffith y sus pies sudados; el viejecito que se queda dormido sobre el hombro de Page, otro jugosísimo cameo sin frase, del entrañable Billy Erwin, actor popular en su vejez y que los aficionados a la deliciosa “En algún lugar del tiempo” recordarán siempre como Arthur, el botones que pone a Christopher Reeve sobre la pista de su amada Elise MacKenna para que se decida a viajar atrás en el tiempo a su encuentro;

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los empleados que anuncian los sucesivos retrasos y cancelaciones de los vuelos debido a las condiciones atmosféricas adversas; el psicodélico taxista rockero de Wichita con un tupé del tamaño de Texas, que les acompaña al primero de los moteles que comparten y que tiene decorado su coche con suspensión de camión como si fuera un clon mecánico de Elvis Presley;

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los diferentes encargados de motel en los que se alojan;

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el recio matrimonio de granjeros que les llevan en su camioneta, cuya pequeña y ruda mujer es fuerte como un toro -cuando uno de sus hijos nació de lado ni siquiera lloró- y cuyo marido tras escupir se limpia la mano de saliva chocándola con Page;

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la encargada de la oficina de alquiler de coches, todo miel y amabilidad hasta que Page le saca de quicio; el taxista malhumorado que primero noquea y después levanta a Page del suelo pillándole literalmente por los huevos.

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Junto a estos tipos humanos, interpretados todos ellos por reputados secundarios, Hughes nos regala una serie de gags para el recuerdo. Gags que si lo pensamos, no distan mucho de poder haber sucedido en realidad, cuando uno se enfrenta a los rigores de un viaje, en el que perder el equipaje, duchas que no funcionan, sufrir un robo o tenerse que alojar en lugares que no le desearíamos ni a nuestro peor enemigo, están a la orden del día con televisores a monedas, camas vibradoras de tercera clase y almohadas de gomaespuma. Cuántos de nosotros no habremos vivido en un viaje experiencias como las de Page y Griffith. No hay fantasía en lo que relata el filme. Exageración de hechos, pero de hechos auténticos.

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Imposible olvidar la secuencia de la noche en el primer motel que comparten Page y Griffith, cuando tras ducharse, Page se queda a medias porque le cortan el agua y le dejan con todo el jabón en los ojos, entonces descubre que Griffith ha utilizado todas las toallas disponibles, ha abandonado el lavabo hecho un asco y solo ha quedado libre una minúscula toalla y ha de hacerse con ella a ritmo de coreografía de ballet; el tener que compartir una cama encharcada de cerveza, al explotar las latas de bebida que Griffith había dejado sobre la cama vibratoria, con un tipo gordo que no para de hacer ruidos guturales y despertarse abrazados como tortolitos al día siguiente y separarse como si ambos hubieran hecho algo malo arrancándose a hablar de cosas de “hombres” para mostrar su hombría; cuando Page se lava la cara por la mañana y contempla horrorizado que en el agua del lavabo flotan los calcetines de Griffith y para rematar la faena se está secando también con los enormes calzoncillos de su parlanchín compañero de cuarto;

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el momento en que viajan en la parte de atrás de la camioneta de los granjeros al aire libre a una temperatura de dos grados bajo cero y se quedan congelados y Page ve un guante sobre un montón de paja que intenta coger y bajo el que aparece un perro, que también se congela pobrete cuando la camioneta llega al final;

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el viaje en autobús con todo el pasaje cantando la canción de “Los Picapiedra” tras el fiasco de Page al tararear “Three Coins in a Fountain” una vieja canción de los años 50 popularizada por Frank Sinatra y en el que destaca la pareja besuqueándose apasionadamente, que acaba el morreo fumado un cigarrillo como si hubieran tenido relaciones sexuales; las persuasivas técnicas de ventas de Griffith, cuando tras robarles el dinero un raterillo, vende con gran éxito aros de cortina como si fueran pendientes empleando argumentos tan disparatados como que tienen helio en su interior, diseñados por el Gran Mago de China en el siglo IV, grabado el autógrafo de una famosa, que responden a un antiguo diseño de valor incalculable o que hacen parecer mayores a un grupo de niñas;

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el enfado de Page ante la encargada de la agencia de coches de alquiler cuando ve que su vehículo ha desaparecido

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y sobre todo la mítica secuencia en la que John Candy conduce otro auto de alquiler a ritmo de “Mess Around” de Ray Charles primero, cantando y reproduciendo los movimientos de los músicos, quedándosele atascado el anorak en el asiento sin poder llegar con las manos al volante del coche y poco después lo pone por accidente en contra dirección, que acaba rematándose con el incendio del vehículo en un más difícil todavía. Para la historia queda el momento en que mientras el coche es atravesado en contra dirección por dos enormes camiones, Page se imagina a Griffith caracterizado como un sonriente demonio y ambos a su vez aparecen como esqueletos.

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De todos modos, más allá del humor, lo que convierte a esta película en uno de los clásicos modernos americanos más queridos no solo en su país de origen sino en el resto del mundo, es la química perfecta entre Steve Martin y John Candy. Pocas veces el espectador puede celebrar la coexistencia de dos talentos que en un partido de tenis virtual se pasan la pelota sin que ésta jamás toque el suelo. Sería muy difícil atribuir la victoria a cualquiera de los dos, pero voy a proponer a ambos como campeones por dos momentos tan especiales como emotivos.

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John Candy se lleva el juego, set y partido en una de las secuencias más recordadas de la película y demuestra como apuntábamos antes, el gran actor dramático que hubiera podido ser de haber estado más tiempo entre nosotros. Yo diría que es la “SECUENCIA” de la película en mayúsculas. Me refiero a cuando la primera noche ambos han de compartir motel en Wichita. Tras hacer estallar las latas de cerveza en la cama por la vibración del colchón y hacer imposible que Martin concilie el sueño por los sonidos guturales de Candy, en un guiño a Jack Lemmon cuando hace lo propio en “La Extraña Pareja”, en una cafetería con Walter Matthau, Martin se levanta airado de la cama y amenaza con marcharse, pero primero le canta las cuarenta a Candy, acusándole de ser un bocazas sin remedio que le está haciendo la vida imposible desde su primer encuentro en la batalla por el taxi.

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Candy escucha a Martin. Le deja que se desahogue. Oye con el ceño fruncido, aunque sin alterarse, cómo Martin ironiza sobre si tal vez el vendedor de aros de cortinas no tendrá un resorte oculto en el pecho que haga que hable sin parar y que entendería perfectamente que alguien se pegara un tiro después de haberle conocido. Entonces, tras la bronca, y en el amago de marcharse de la habitación, tiene lugar el “MOMENTO”. Candy responde sereno pero taxativo, mientras lentamente se va elevando una música que arropa a la perfección sus palabras. Su réplica es tan increíblemente cierta, que no me resisto a copiarla literalmente, aunque añada también el enlace al video:

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- “¿Pretende herirme? Hágalo si así se siente mejor. Soy un blanco fácil. Tiene razón, hablo demasiado. También escucho demasiado y puedo ser un cínico sin corazón como usted pero no me gusta herir a los demás. Piense lo que quiera de mí. No voy a cambiar. Me gustome gusto. Le gusto a mi mujer. Les gusto mucho a mis clientes porque la mercancía es genuina. Lo que ve es lo que hay (“What you see is what you get!” en el inglés original)”. Acabadas estas palabras que le ponen a uno el corazón en un puño, vemos a Martin arrepentirse y bajar los ojos, mientras Candy embutido en un colorista pijama a cuadros que le hace parecer un peluche gigante, se acuesta. Para arrancarnos una sonrisa, le vemos mirar por el rabillo del ojo para ver si Martin se acostará de nuevo o no, como efectivamente sí hace.



Pero he dicho que también le ofrecería por derecho la copa del ganador a Steve Martin y ello nos brinda el momento en que se descubre el secreto que oculta la vida nómada de Del Griffith, en una tímida denuncia que Hughes hace a la existencia de los viajantes de comercio, que si bien no alcanza –ni tampoco pretende por supuesto-la virulencia de la obra maestra “Muerte de un Viajante” de Arthur Miller, sí pone en la llaga lo que supone para estos infatigables trabajadores, cuyos hogares son las más de las veces esos moteles baratos de carretera y las salas de espera de las estaciones de trenes, autobuses y las terminales de aeropuerto, mientras acarrean de aquí para allá sus muestrarios de venta luchando por la ansiada comisión.

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Al igual que Willy Loman en la obra de Miller, la filosofía de vida de Del Griffith es que si le gustas a la gente, si le muestras que no hay trampa ni cartón en ti, todo es más fácil. Aunque en esta ocasión no porque busques triunfar en la vida, sino porque eso es lo que te hace sentirte feliz y satisfecho. En ese sentido, Griffith es el reverso luminoso de todos los Willy Loman que han actuado de un modo positivo pero no porque verdaderamente creyeran en ello, sino porque era la máscara que teatralmente había que ponerse para cerrar la venta y triunfar. Griffith renuncia a la máscara. Su rostro es auténtico, sus ideales verdaderos, sin obsesión por alcanzar el éxito, ya que éste le ha venido, dentro de su pequeño mundo de viajante de comercio, por haber sido siempre él mismo, sin engaños, sin manipulaciones, sin reproches y por ello ha podido seguir adelante sin remordimientos. Sólo así puede hacer ver a Page que ese bocazas que quizá le quitó el taxi es mucho mejor persona de lo que a él le pareció desde el principio.

Cuando ambos personajes se despiden tras haber conseguido que Page llegue a su domicilio a solo un tramo que salvará en un tren de cercanías, la cámara se recrea en su rostro y en las vivencias pasadas. Cierto que ha sido un infierno pero ya ha pasado todo. Atrás quedan los días correteando de aquí para allá para salvar todos los obstáculos y regresar con su familia. El ejecutivo intenta mirar la hora en el gesto reflejo que todos hacemos al consultar nuestro reloj de pulsera pero ya no lo tiene. Sonríe pensando en su familia que de punta en blanco le espera para celebrar la festividad, aunque sea con retraso. Todo estará listo: el pavo en el horno, el pudding calentito, las velas encendidas, los niños bien peinados y su esposa ¡Ah! su esposa… esa mujer que le tiene robado el corazón aguardando para abrazarle. Dios mío cómo ama a su mujer. Lo daría todo por ella. Se da cuenta de que a pesar del trabajo, ha descubierto que en realidad lo más importante es vivir para su mujer y sus hijos. Lo sabía, desde que dijo las palabras adecuadas en la iglesia hace años pero lo había olvidado y algo en este viaje se lo ha hecho recordar.

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Neal Page sonríe también recordando los accidentes, los malentendidos, las vivencias con su improvisado compañero de viaje con el que cada vez se ha ido sintiendo más unido ¡Madre mía cuando se despertaron abrazados el uno al otro con las manos metidas bajo las sábanas! Cierto que ha habido más de una ocasión en que lo hubiera estrangulado, sobre todo cuando quemó el coche y su cartera con las tarjetas de crédito tras casi acabar muertos en un tramo en contra dirección o cuando le acusó de estar siempre tocándose las pelotas, bromeando sobre que Larry Bird no toca tantas pelotas en una noche como Page en una hora y si no añoraría el tener otro par de pelotas y unos cuantos dedos extra.

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Cierto que gracias a que empeñó su fabuloso reloj pudo conseguir habitación en el ultimo motel de la ruta y que estuvo tentado en dejar que su parlanchín compañero se helase de frío en las ruinas del coche, cuando el dueño del motel no aceptó su garantía de pago exhibiendo un reloj Casio como si fuera una modelo de un anuncio barato, pero al final le hizo pasar a la habitación y ambos vaciaron el mueble bar y brindaron por sus casas y esposas.

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Tendría que explicar después de las vacaciones a sus compañeros de oficina que había conocido al tipo más estrafalariamente increíble de su vida y cómo condujo un automóvil calcinado que casi le lleva a prisión de no ser porque el agente de carreteras se apiadó de él, sabiendo que llegaba tarde para la fiesta de Acción de Gracias, y aunque les retiró el uso del coche pudieron seguir en ruta en el interior de un camión frigorífico… tendría… tendría… tendría…

En ese momento, la sonrisa se congela en el rostro de Page y empieza a iluminarse una idea en su mente que va apagando su humor
¿Qué es eso que dijo Griffith en el motel cuando éste le reprochó que hablaba como un muñeco sin resorte? ¿Sí, qué fue? que le gustaba como era y le gustaba a su mujer. Y luego estaba aquello… sí, cómo fue… ahora recuerda la mirada de profunda tristeza que Del Griffith le lanzó, cuando también en el motel le replicó que al menos y en el peor de los casos siempre tendría una mujer con la que envejecer a su lado y cómo respondió que la palabra amor no bastaba para definir lo que él sentía por Marie.

Piensa Neal, piensa, que algo se te ha escapado… y cuando en la cafetería se reprochó que últimamente había estado demasiado tiempo fuera de casa, qué respondió Griffith mientras se atiborraba de comida, algo así como que hacía años que no iba a casa. En ese instante, la mente del genio del marqueting Neal Page suma dos y dos y lo “COMPRENDE” todo.

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Fue como si de golpe hubiera tenido una visión de la verdad universal y le pareciera indescriptiblemente triste. Debe regresar a la estación porque entonces ya sabe todo ¡Cómo no lo comprendió antes! Debería haberlo sospechado cuando veía a su amigo… sí, porque ahora sabe que Del Griffith es su amigo, colocando amorosamente la foto de su mujer Marie sobre la repisa de la mesilla de noche, como si fuera una reliquia.

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En la estación, en la sala de espera, Griffith está tal y como le dejó. No se ha movido de su banco. Sus cachivaches, su anorak, todas sus pertenencias. No hace falta preguntar. Hay momentos en que solo con la mirada dos personas pueden intercambiar más palabras que con horas de discurso. Del Griffith habla. John Candy habla. Marie ha muerto. Murió hace ocho años. Él no tiene casa. Lleva su recuerdo en todos y cada uno de sus viajes. Habrá tiempo para arreglar el tema de la casa pero ahora hay que obrar y Neal Page es un hombre que a pesar de este viaje terrible sabe cómo hacer las cosas. No hay discusión. Del pasará el Día de Acción de Gracias con su familia.

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Ambos acarrean el pesado baúl de Griffith. Con él, al tropezar allá en Nueva York empezó todo. Griffith se resiste apocadamente a entrar en el hogar de Page. La seguridad le falla al mejor vendedor de aros de cortina del mundo. Se reviste de timidez, como coraza para blindar su temor a qué pueda suceder cuando le reciba la familia de su nuevo amigo.

Sin embargo, no puede haber recibimiento más cálido. Allí están los padres de Page y sus suegros. También los niños a quienes tanto ha echado de menos pero todavía falta alguien. Page levanta la mirada y allí está ELLA en la escalera. Su esposa y él es su marido, pero no es el mismo hombre que se marchó hace dos días para cerrar un acuerdo comercial en Nueva York. El hombre que ha regresado, lo ha hecho de algo más que un simple viaje de negocios. Neal Page regresa de un viaje iniciático que ha cambiado su vida para siempre.

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A aquellos que no hayáis visto nunca esta película y os aventuréis en ella por primera vez, os recomiendo que os fijéis en esta secuencia.
Cómo se miran la esposa y el marido. Es cine. Ambos son actores, pero pocas, muy pocas veces, he visto una mejor representación visual del sentimiento amoroso entre dos personas que en ese momento. Fijaos en el rostro de Steve Martin, esos ojos cuando ella aparece. Uno realmente podría creer que es su mujer de verdad y no de película.

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  • “Cariño quiero presentarte a un amigo mío”.
  • “Hola señor Griffith”.
Laila Robins está magnífica en ese plano. Un rostro serio, una belleza madura e inteligente. Su saludo al nuevo amigo de su esposo es muy especial. Con pocas palabras y una mirada penetrante hacia John Candy, muestra cómo ella sabe lo importante que ha sido Griffith para su marido a través de las llamadas telefónicas que se supone que él ha ido haciendo fuera de cámara. De este modo, el recién llegado no es en modo alguno un extraño. Ella ya se lo ha podido ir imaginando durante esos dos largos días de ausencia de su esposo y su mirada irradia tanto ternura como agradecimiento.

A continuación los esposos se funden en un fuerte abrazo y en un beso, un beso pequeño y tan sencillo como creíble y ya quisieran muchos figurines de Hollywood ser capaces de evocar el amor de un marido por su mujer, como Steve Martin y Laila Robins con solo sus miradas. Si alguien no es capaz de mirar así a quien ama, me parece que debería replantearse si realmente está enamorado de esa persona. Eso, amigos míos es talento de intérpretes y labor de cinco estrellas de un director. Mil gracias por regalarnos este momento John Hughes.

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No obstante, Hughes va a por todas. Podría haber cerrado el filme con esa secuencia pero él quiere ir más allá. Todavía tiene unos instantes para regalarnos una pequeña joya para el recuerdo. La presencia de todos los familiares de la pareja asistiendo felices a modo de coro a este momento, pero en especial la de Del Griffith sujetando su gorra, manoseándola con sus dedos gordos, como si fuera un niño grande. La ternura que emana John Candy en ese instante, la satisfacción de saber que él ha contribuido a reunir a la pareja, la felicidad de formar parte del momento y de haber encontrado a un amigo. John Hughes nos reserva el último plano para el rostro del actor, que de nuevo sin palabras, simplemente con su expresión remata con un broche de oro este filme intemporal mientras suena una estupenda interpretación de “Every time you go away” de Daryl Hall capaz de llegarnos al corazón y quedarse allí para siempre.

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Hay espacio todavía para un último gag o de lo contrario no estaríamos hablando de John Hughes. Tras los títulos de crédito descubrimos que el cliente al que la agencia de Page le había ofrecido la campaña de publicidad, se ha pasado esos dos días revisando los anuncios encerrado en su despacho, con la cena de Acción de Gracias sobre la mesa sin tocar y sigue sin tomar una decisión sobre cuál anuncio escoger.

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A modo de conclusión, la popularidad y profundo calado de “Mejor solo que mal acompañado” en la cultura emocional americana, se demuestra por ejemplo en los homenajes que le dan en tres capítulos de la serie “Family Guy” (“Padre de Familia”) de Seth MacFarlane. En el primero de ellos, el helicóptero que pilotan Brian y Stewie está a punto de estrellarse y se reproduce la sensación de horror que en el filme aparece cuando el auto de Page y Grifith es atravesado por dos camiones. En esta ocasión es el pequeño Stewie el que viste el disfraz de demonio que en la película llevara John Candy.

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El segundo es uno de los episodios especiales de la serie homenajeando a la saga de “Star Wars”. En él se recupera la figura de Candy interpretando el “Mess Around” de Ray Charles, con Martin y él, como si fueran soldados imperiales pilotando una nave estelar y sobre todo el más especial de todos, en el que Peter Griffin repite casi literalmente a su mujer la secuencia del motel, cuando se defiende de aquellos que le acusan de bocazas, alegando que no piensa cambiar, porque le gusta a sus amigos, hijos y clientes. Esta vez, su mujer Lois toma la réplica de Steve Martin. Es un homenaje en el que no le falta ni siquiera la misma banda sonora que acompaña a ese momento en la película.



Y si hay quien pueda dudar el impacto de la película en el imaginario colectivo, existe hasta una teoría que defiende que el personaje de John Candy no existe y que se trata de una alucinación de un desquiciado Steve Martin, al igual que el Tyler Durden de “El club de la lucha”, quien víctima del stress laboral, como le sucediera al personaje interpretado por Edward Norton en aquel filme, crea a Del Griffith como su alter ego, a modo de mecanismo de defensa para poder regresar a su hogar. La teoría nos invita a revisar el filme desde esta inquietante perspectiva…

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Hughes filmó metraje como para hacer un filme de tres horas de duración, aunque como es habitual, los deseos del director se estrellaron contra las exigencias del estudio que le obligaron a recortar la duración a un formato más convencional de hora y media. Tal vez algún día, todo o al menos parte de ese metraje en poder de los archivos de la Paramount, pueda restaurarse y ver la luz.

No puedo finalizar estas líneas sin aplaudir el estupendo doblaje en castellano. A Steve Martin le puso su voz Camilo García, uno de los dobladores habituales del actor. Elección perfecta para realzar la seriedad del personaje y los momentos de su enfado, que no son pocos, cada vez que Martin se ve sometido a una situación límite. Mientras que John Candy fue doblado por Juan Fernández por primera y única vez. Fernández, voz habitual de Eddie Murphy supo aportar tanto la comedia como la ternura que requería este personaje tan especial y casi único de la carrera de Candy.

Un par de años después, Hughes brindaría a Candy un papel similar en “A solas con nuestro tío”, aunque sin la profundidad del que nos ocupa. No solo similar sino que el plano final de la película es prácticamente idéntico, aunque de ello ya hablará Atreyub en su crítica.

Y ahora sí el final de veras.
Hace unos años, tuve que rendir cuentas en mi trabajo acerca de la calidad de unos documentos ante unos clientes americanos. Estos afirmaban que los documentos no estaban completos y que faltaban más y nos hacían responsables a nosotros de falta de transparencia. Ante esta acusación en la que me vi inesperadamente sometido a un tercer grado de lo más inquietante en un pequeño despacho, les respondí con una sonrisa cargada de veneno, que no se les ocultaba nada. Allí sobre la mesa estaba todo: “What you see is what you get!” y entonces recordé a mi buen amigo Del Griffith, que me había enseñado la importancia de esa frase veintitantos años antes. Había tardado todo ese tiempo en poder ponerla en práctica, pero como sucede con el cine de John Hughes, éste siempre estará ahí para que podamos recurrir a él, incluso para pedirle prestadas unas frases.

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Esta si que mola...y el texto de @Wontnerman para enmarcar :palmas:palmas:palmas

No te estrenan una de estas ahora ni a tiros...
 
Esta si que mola...y el texto de @Wontnerman para enmarcar :palmas:palmas:palmas

No te estrenan una de estas ahora ni a tiros...

Es una maravilla. Todo. La película, y el texto de @Wontnerman claro. Si no lo has leído, escribió otro texto para comentar "La loca aventura del matrimonio", texto que da para imprimir y encuadernar, también.
 
Es una maravilla. Todo. La película, y el texto de @Wontnerman claro. Si no lo has leído, escribió otro texto para comentar "La loca aventura del matrimonio", texto que da para imprimir y encuadernar, también.
Me la revise tambien hace unos dias y creo que esta bastante menos lograda que esta... sin duda una de sus cimas junto a Todo en un Dia.... esta peli de "Planes, Trains" desprende humanidad por los cuatro costados, cada personaje y secundario tiene su momento y no juzga a ninguno... lo dicho, ciencia ficción estos días.

PD: el momento de la tipa del alquiler de coches hablando por telefono y haciendo esperar al cliente jodido en frente de ella podría ser Spain y Berlanga 100% :mparto:mparto
 
Esta si que mola...y el texto de @Wontnerman para enmarcar :palmas:palmas:palmas

No te estrenan una de estas ahora ni a tiros...

Eso no lo estrenarian a dia de hoy, pero sin tirar cohetes, Todd Philips lo intentó con Due Date hace ya 12 años protagonizada por Robert Downey Jr., Zach Galifianakis y Michelle Monaghan. Sé que no es lo mismo, pero estaría dentro del mismo grupo.
 
vista Career Opportunities (1991), con guión de Hughes, muchas de sus claves se pueden ver en la peli que funciona muy bien al principio, aunque la trama criminal al final (entiendo su inclusión para hacer avanzar la historia), me ha gustado menos; es peli menor de Hughes pero es lo de menos, porque una absorbente Jennifer Connelly se come toda la pantalla, es increíble.

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Estupenda.









Y la película también.
 
La Connelly se suele quejar de lo muy sexualizada y cosificada que se sentía en la adolescencia... Y yo entiendo que ella se pudiese sentir molesta. Pero es que es materialmente imposible ser varón heterosexual y que no se te revolucionen las hormonas al ver una hembra así. Es la biología, amigo.
 
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