Otra vez Keanu en su inexpresivo papel de asesino legendario y letal. Hace gracia que el esfuerzo de este hombre por mantenerse alejado de su profesión sea inversamente proporcional a su capacidad de liquidar al cabrón que ose cruzarse en su camino. Nueva inmersión en el disparatado mundillo criminal presentado en la anterior entrega, donde todos parecen conocerse, con sus propios códigos, instituciones y lógicas internas, ya no digno de un cómic, sino de un videojuego, o juego de rol incluso... llevado a un absurdo que era de esperar (ese final digno de Matrix, o la esperable ruptura de las reglas, que anuncia una tercera parte y promete más y mejor). No faltan detalles simpáticos como lo de las telefonistas tatuadas y vintage, o el rollo idiomático en pantalla.
En realidad no hay demasiada creatividad en cuanto a acción y violencia, casi todo son tiroteos (ya marca de la casa) planteados con gran sentido físico, casi como peleas cuerpo a cuerpo, pero resultarían repetitivos si no fuera por la enorme importancia dada al espacio, el color, el movimiento, con una vuelta a la archisabida sala de espejos wellesiana (reciclada aquí en obra de arte contemporáneo), o una secuencia en las catacumbas romanas... casi lo mismo que hace el Refn, pero en chorra y sin pretensiones onanistas, con el mérito de hacer olvidar la nada absoluta que nos están contando (simplísima y apenas existente la trama). Casi diría que disfruto más contemplando la incansable exhibición de lujo y ambientes, de diálogos y poses estudiadas.
Agradecible la presencia de la tal Ruby Rose, aportando un morbazo andrógino considerable, aún siendo un personaje-florero 100% (por muy masculino que nos lo pretendan mostrar).