Cure (1997)
En Cure se nos presenta un Tokyo absolutamente fantasmal, rodeado de tinieblas, sumido en la más completa de las crisis y avasallado por una contemporaneidad que lo transforma prácticamente en una ciudad de fantasmas. El fantasma como la clave del cine de Kiyoshi Kurosawa, pero no solo el exterior y amenazante, las sombras que acechan cada hogar y oficina, sino también el que habita en el alma de cada habitante de la ciudad contemporánea, la oscuridad que anida en el hombre del presente, producto de diversas crisis, entre ellas la soledad y la terrible frialdad que rodean su vida.
Es ahí donde Kurosawa se mueve, en ese espacio entre el mundo de los vivos y el de los muertos, con personajes que transitan las sombras de lugares que se van haciendo cada vez más inhóspitos y fríos. Y su cámara lo registra con una absoluta naturalidad, un punto de vista lúcido y moral que nos deja ver todo pero que no juzga y sabe mantener las distancias con respecto a lo oculto, a lo que no deberíamos ver, conformándose con una aterradora sugerencia. El gusto por el plano general, por los suaves movimientos de cámara que no llaman la atención sobre sí mismos y que recogen el desplazamiento de los personajes en una puesta en escena maestra. Creadora de ambientes acechados por una sobrecogedora claustrofobia, filmando cada habitación y calle de Tokyo como si los objetos y pasillos estuvieran poseídos por un extraño misterio. Las puertas, ventanas, luces y sombras de la ciudad transmiten una palpitación y una viveza extraordinarias: cada objeto y gesto en el cine de Kurosawa es expresivo.
En medio de este caos e incerteza se nos introduce un
procedural con un detective que sigue la pista de un hipnotizador. Se van sucediendo los crímenes y la maravilla de la puesta en escena de Kurosawa no busca inmiscuirnos en cada secuencia de manera mórbida: nos da la sensación de que estos acontecimientos no son más que causales e inevitables en el mundo en el que se desarrolla este caso. Tomemos por ejemplo la escena de la playa, con un uso maestro del plano general y los movimientos de cámara. Los personajes quedan atrapados en el encuadre, como pequeñas siluetas contra la inmensidad del paisaje. Aquí lo que nos aterroriza es la tremenda sensación de vacío e inmensidad que transmite el horizonte, el terror de la nada que nos plantea el encuadre y los personajes solitarios que lo anidan. Hay una enorme sensación de horror expresivo en esta secuencia. Las líneas se van borrando y descubrimos el verdadero trauma del detective, esa represión de emociones que lo carcome, la crisis familiar....
Como tantas otras veces, tenemos el hogar como punto central del cine de Kurosawa, el núcleo del que surgen las crisis y las verdaderas preocupaciones del protagonista. Filmado, como todo lo demás, con un increíble control de lo cotidiano, Kurosawa no busca hacer un espectáculo de su historia de caza al hipnotizador, o posterior intento de comprender sus motivos, sino que parece sugerir que el horror surge de la manera más natural posible, producto de un fantasma interior del que nos es imposible deshacernos, la normalidad empieza y termina alterada: no hay normalidad, en esencia. Solo una falsa calma, registrada por una cámara que filma de nuevo una calle vacía, como si en ella fuera a dar comienzo el fin de los tiempos.