Cure
Tomando como base un thriller policíaco de toda la vida, con asesinatos retorcidos, psicópata y detective (con una complicada vida familiar) que sigue su rastro, cada vez más obsesionado, el bueno de Kiyoshi echa una lúgubre mirada sobre una sociedad enferma. El mundo que retrata es un mundo desolado, cutre, lóbrego, sin llegar a caer en una estilización evidente ni barroca, pero así basta. Puede que tenga que ver, en éste y en otros títulos de la misma época y latitud, la tremenda crisis económica que sufrió Japón en los noventa, aunque la propuesta se sostiene por sí misma, sin necesidad de ser metáfora de algo concreto. El tal Mamiya, inquietante villano de la función, me ha recordado al Meursault de El extranjero de Camus; un individuo sin recuerdos, sin identidad, el hombre vacío de toda emoción, capaz de revelar la cruda realidad del ser humano, por terrible que resulte. Acabamos descubriendo que las muertes no son tan casuales como parecía, ni sus autores tan inocentes. Hay realidades dentro de nosotros, frustraciones, deseos ocultos, miedos, que jamás nos atreveríamos a confesar ni a afrontar (el final del psiquiatra, sin comentarios)… pero la película no duda en destacarlo, sin optar por la explicitud (gore, truculencias) más que de manera muy puntual.
El hipnotismo tiene un papel relevante como puerta de acceso a lo oculto. Curioso que, incluso siendo tratado de forma (más o menos) científica y racional, sí que evoca algo fantástico y sobrenatural. La identidad del malo es un misterio (¿seguro?), algo así como un mal capaz de sobrevivir al tiempo; el final, con la camarera de la cafetería, parece cargado de pesimismo, insinuando que la movida no ha hecho sino comenzar. El caso supone para nuestro prota la oportunidad para descubrirse a sí mismo, su muy jodida situación de incomunicación marital, a la espera de un viaje, de una cura, siempre prometida, pero que nunca llega; la auténtica felicidad la postergamos, echamos la culpa a otros, al trabajo, a lo que sea, pero la causa de la enfermedad a veces somos nosotros, porque no nos atrevemos a ser felices, ni a enseñar nuestro auténtico (horrible) rostro, los secretos de nuestro Barbazul interno. Más detalles: los medios usados para hipnotizar son básicamente fuego y agua, muy simbólico por lo de lo elemental, lo básico de dentro de la mente. Médicos, policías, maestros, diferentes sectores sociales en estado terminal, gente robotizada (y quien coño no lo estamos hoy, hipnotizados por mil mierdas). La mujer del detective, aunque loca, no está más perdida que los otros.
Y a todo ésto, la puesta en escena es de lo más encomiable, sin estridencias, con un montaje preciso y eficaz, o bien optando por no cortar el plano y desarrollarlo con sutiles travellings, con un ritmo lento y sin prisas, profundizando en la historia, revelando con cada crimen un poco más de su modus operandi, de la siniestra realidad en forma de engimática X a la que nos enfrentamos finalmente.