El día de la investidura frustrada me exponía Xavier Sardà en los pasillos del Parlament la denominada teoría italiana. Catalunya empieza a parecerse a cada vez más a Italia: La gente va por un lado y los políticos profesionales por otro.
Había ido en taxi desde Francesc Macià y, como buen observador, le llamó la atención que no pasaba nada. Las calles estaban llenas, los negocios abiertos, el tráfico espeso. Era cierto. Voy a plantear un pregunta atroz: ¿ustedes han notado alguna diferencia entre ser gobernados por el 155 y por la Generalitat? No, cap ni una. La gente de a pie no ha notado nada.
Al contario. El Gobierno español paga ahora las farmacias puntualmene, los veinte millones de la renta mínima garantizada y hasta las subvenciones a la premsa catalana, incluida la digital. Cosa de la que me alegro. Pero les aseguro que otros más que yo.
Por supuesto, sí que lo han percibido los consejeros encarcelados -sin duda una medida judicial desorbitada- y los altos cargos cesados, que han dejado de percibir sus nóminas. También los de TV3, que siguen campando a sus anchas. Así pueden llenar los Telenotícies o el Preguntes Freqüentscon agravios.
Pero el soberanismo está jugando con fuego. Si persiste en el bloqueo institucional -investidura telemática, gobierno por skype, presidencia simbólica- la gente llegará simplemente a la conclusión que no pasa nada, que son prescindibles. Nos hemos cargado simbólicamente 40 años de autogobierno.
Además, parece que el Estado se ha puesto las pilas: ha anunciado las obras de soterramiento de la vía del tren en l’Hospitalet, Montcada i Reixach o Sant Feliu de Llobregat. Ni siquiera ha tenido que ir el exconseller Rull a Madrid a dar la tabarra.
El ministro Méndez de Vigo, una de las bestias negras del procesismo, ha exepresado también el apoyo del Gobierno español a los Juegos del Mediterráneo 2018 con una visita in situ. A mí me sorprendió que hasta había el Secretario de Deportes de la Generalitat, Gerard Figueras, rindiendo pleitesía. Y eso que fue presidente de la JNC. Eso sí, sin el lacito. Es aquel que un día, siendo diputado, pillaron en un exceso de velocidad y dijo que lo hacía por Catalunya.
La Generalitat también va a su ritmo: la conselleria de Cultura ha presentado el año Fabra, en honor del 150 aniversario del seny ordenador de la llengua catalana, i Territori ha iniciado las obras de integración de los Ferrocarriles en la trama urbana de Sabadell a su paso por los barrios de Can Feu i Gràcia.
En realidad, la aplicación del 155 fue una balsa de aceite. Funcionarios de Lleida hiceron una tintinada en honor a Puigdemont, que permanece en Bélgica, y los de Girona desplegaron un lazo gigante. Pero nadie rompió una farola, ni cortó una calle ni quemó un contenedor. Felizmente porque yo soy hombre de orden.
Algunos de los cargos más representativos del proceso -como Amadeu Altafaj, Albert Royo o Pere Soler i Campins- se fueron a casa tras despedirse por twitter o por carta. El resto permaneció osadamente en su puesto bajo las órdenes del pérfido Gobierno español. Ni una dimisión. Ahora que se juegan penas de cárcel nadie se ha hecho el valiente con una autoinculpación. Por si acaso.
Pero lo que decía, a este paso los catalanes nos haremos una pregunta terrible: ¿Si tras 100 días del 155 el hombre de la calle no ha notado ninguna diferencia para qué sirve el autogobierno? A veces pienso que para que algunos vivan del cuento.