Miquel Giménez
Cuando la verdad histórica está tan desprestigiada, tan retorcida y tan manipulada es poco menos que inútil pedirle a la gente que reflexione. Hemos llegado a un punto en el cual lo único que puede mover a un cierto esfuerzo mental por parte de la masa embrutecida por fútbol y Sálvame es pedirles que comprueben su cartera. Si se halla próvida, no sigan leyendo. Si, por el contrario, está vacía, igual esto les interesa. Porque dicen que hay que aislar a Vox, a quien achacan poco menos que el Diluvio Universal. En este caso es Gabriel Rufián, diputado en el Congreso por Esquerra. No se le conoce oficio ni experiencia laboral. De profesión, sus soflamas, podríamos decir.
Este personaje, que se ha caracterizado por representar el papel de buen charnego respecto a sus amos separatistas, lo tiene todo para decirle que mejor no se meta en camisas de once varas. Porque Vox será lo que ustedes quieran, pero ni es amigo de etarras, ni es seguidor de terroristas de Terra Lliure, ni mantiene pactos con la extrema derecha capitalista catalana – eso es Junts -, ni ha pretendido dar un golpe de estado ni justifica a los que se fugan para no dar la cara ante la justicia. Es decir, que si comparamos a Vox con la gente de Rufián, mucha pedagogía va a tener que hacer el infrascrito para convencer a los trabajadores de que no voten a Abascal.
La realidad es muy otra.
Sucede que a los separatistas, si los sacas de sus pueblecitos secuestrados del interior, de la comarca, de allí donde ejercen el caciquismo más brutal, no son nada. Ya pueden desgañitarse los cupaires o los de Esquerra, porque los trabajadores de verdad, los que antes votaban siempre a Felipe y a Guerra, los de esa Santa Coloma de Gramanet de la que es oriundo don Gabriel y de la que parece saber tan poco, podrán estar desencantados son el socialismo
ful de Sánchez, podrán decir que Iglesias les tomó el pelo, podrán haberse convertido en abstencionistas o incluso podrán acabar votando Vox, pero dudo mucho que ninguno de ellos se deje convencer por un separatismo que los mira como ciudadanos e segunda, obliga a que a sus hijos se les enseñe todo en catalán y desde los medios de la generalidad se pasan el día insultando a España. No los veo predispuestos a aceptar que los andaluces, por vía de ejemplo, sean unos vagos, como tantas veces se ha dicho desde las filas esteladas.
El primero, Pujol en los años sesenta, porque aquí nadie se ha escondido nunca.
Tampoco los veo aplaudir porque al separatismo se le dé todo lo que pide mientras que los extremeños carecen, siguiendo con los ejemplos, de una red ferroviaria decente. Ni tampoco los imagino pensado que ser autónomo, o tener un bar, o un pequeño comercio sea mucho mejor aquí que en Madrid, por más que se les diga que
Ayuso es facha.
Barrios obreros
Como las cosas se demuestran en la práctica, vamos a poner un ejemplo de aquellos que pueden calificarse como prueba del algodón.
Vaya usted, señor Rufián, a dar un mitin a un barrio obrero, pero obrero de verdad, de esos donde la inmigración ilegal tiene acojonado al personal, donde la gente está en paro, donde se producen desahucios a diario, donde el índice de fracaso escolar es apabullante. Vaya usted ahí y dé un mitin. Y que después el mitin lo dé Vox. Si ustedes renuncian a los provocadores habituales, observará algo muy curioso: sus promesas de una república ideal se van por el desagüe de la vida real, de la calle, de los problemas de la gente que no tiene el sueldazo que usted cobra. Porque la verdad no es ni de derechas ni de izquierda.
Decir que Cataluña está irremediablemente social, política y económicamente hundida por culpa de usted y de los suyos es verdad. Decir que por culpa de su falso buenismo hay auténticos guetos en muchos barrios catalanes en los que ya casi no se puede entrar si eres de aquí también lo es. Esa realidad que disgusta a los que, como usted, pretenden hacernos ver de color de rosa una sociedad destrozada, so pretexto del falso progresismo de un puñado de privilegiados.
Sea sincero al menos una vez en su vida y diga que no quiere informar a los trabajadores.
Lo que quiere es meterles el miedo en el cuerpo con la vieja cantinela de los fachas. Vergonzoso, máxime cuando ese fascismo – aunque elegante, como el que decía Jean François Leonard – lo representan los separatistas mejor que nadie.