Una marvelada de segunda o de tercera para pasar el calor del verano y mientras dar tiempo a la gente para ver series y prepararse para la siguiente fase. Está claro que esto debió hacerse hace una década, en lugar de aquel petardo descafeinado que fue Iron Man 2, pero mejor tarde que nunca supongo.
Marvel no acaba de encajar bien el género de espías en su molde, incluso tomándolo desde su base más pulp (homenaje pretencioso y crepuscular a Bond incluido) y renunciando a los grises, el realismo, los conflictos morales, etc. tan comunes. Acaba desvirtuándolo y convirtiéndolo en simple envoltorio molón en su afán de hacer un producto para todos los públicos. Algo queda de la despiadada labor de esta gente sin alma, de una meta-mirada poco complaciente hacia el personaje (la fina línea que separa a un sicario profesional y a un superhéroe aclamado popularmente). Que si decisiones pasadas poco edificantes, afanes de redención, desamparo y búsqueda de pertenecer a algo… como era de esperar, se queda todo por el camino y la cosa deriva en más de lo de siempre. Concretamente, en un drama familiar entre ñoño y tirando a bizarro, en el que todo es de lo más tonto, de lo más blandito, y que si funciona es gracias al buen equipo actoral, que pueden con el humor (a veces bastante fuera de lugar) o con el drama. Casi mejor la Florence que Scarlett, y siempre es un acierto el grandullón como recurso cómico-patético (hay incluso cierta nobleza, o ingenuidad, en quien al menos profesaba una ideología -curioso mensaje por Hollywood-, en lugar de los actuales villanos corporativos).
En lo estético sigue la línea gris sin colorines, más parecida a una serie de televisión (creo que tengo que verme una para entender la escena post-créditos con Silvia Abril… devuélveme veinte minutos de mi vida, Kevin Feige). Al principio le cuesta la vida encarrilarse, entre tanta información dispersa y tanto salto de un lugar a otro. Las secuencias de acción nos hacen olvidarnos de que esto se sostiene un poco sobre la nada, siendo la del puente la que más me ha convencido. El malo, tan soso como nos podíamos imaginar, el secuaz mudo que imita las técnicas del rival podría estar mucho mejor aprovechado y lucirse más a estas alturas. Cómo no, sororidad y “me too” como trasfondo (un Weinstein que obtiene poder gracias a muchachas desamparadas -eso sí, todo complemente desexualizado, hasta el punto de hacer gratuita la idea de las espías buenorras-), aunque lo de la anulación de la voluntad es la cosa más infantil y facilona (nos la explican al principio, a mitad y casi al final de la peli con el marrano, para que no se pierda nadie). La subtrama del “conseguidor” parece que está para humanizar, pero poco aporta. El contexto geopolítico más allá de los créditos iniciales se queda cojo no, cojísimo, mientras que la banda sonora tiene que tener coros soviéticos sí o sí.