Re: LIBROS DE CINE - El macropost
UNA SUBLIME MEDIOCRIDAD
POR ÁNGEL GÓMEZ RIVERO
Recientemente, canal plus ha tenido el acierto de emitir un bloque temático dedicado al cineasta norteamericano Edward D. Wood Jr, más conocido por Ed Wood a secas, constituido por la homónima cinta de Tim Burton rodada en 1994 y por dos de sus títulos más famosos: Glen or Glenda? (1952) y Plan 9 from Outer Space (1956). Y digo acierto, por el hecho de que en este pintoresco mundo en el que nos ha tocado la suerte de vivir, ha de haber cabida para lo alegre y lo triste, para lo fuerte y lo débil, para lo bello y lo feo,... y, por qué no, para lo sublime y lo mediocre.
No hay duda de que, a raíz de la cinta de Burton, se ha creado toda una legión de buenos conocedores del estilo Wood, como ya sucedió con el Drácula de Coppola, donde una considerable parte del público —que jamás ha leído el nombre de Stoker impreso en papel— juraba a ciegas sobre una fidelidad inexistente; o como en el caso de Parque Jurásico, de Spielberg, que dio pie a multitud de doctorados en paleontología, cuando meses antes, algunos de esos doctores apenas distinguían un tiranosaurio de un brontosaurio. No obstante, nunca es tarde cuando la dicha es buena. Con Wood, insisto, ha pasado algo por el estilo. El pobre realizador que murió víctima de un infarto y dominado por el alcohol, jamás conoció los favores de un estreno como el que le ha brindado el citado canal televisivo. Lo suyo fue querer y no poder; pero su filmografía persiste, qué duda cabe. Y todo, oh ironía del destino, desde que una revista especializada catalogó a Plan 9... como el peor filme de todos los tiempos. El hecho demostraría una verdad a gritos: nos gusta lo que destaca; sea genial o miserable. Así de claro. Primero fueron las ventas en formato de cine casero, luego en vídeo, consiguiéndose pingües beneficios. Y el bueno de Wood se estará tronchando de risa allá arriba, viéndonos en picado, donde supongo ya le habrán enseñado a manejar una cámara con destreza.
Particularmente, recuerdo cómo en mi infancia y adolescencia solía coleccionar material extranjero relacionado con todos estos realizadores marginales, aunque sólo fuese como complemento a otros gustos más exquisitos y académicos. De Ed Wood, por ejemplo, nunca olvidé aquel emotivo detalle de filmar primeros planos a un Lugosi avejentado y dominado por la droga, sin que la cámara portase película alguna. Fue el bastón del mítico actor, justo cuando nadie se acordaba de él. Extranjero, al fin y al cabo, en tierra extraña; ésa en la que también se mezcla lo sublime con lo mediocre. El creador de papeles tan insignes como Drácula, Legendre o Ygor, no merecía acabar tal como lo hizo: “Dicen que estoy loco porque creo ser Drácula; pero la sociedad que me rodea, que se me impone, es mucho más absurda y demente que yo”. Wood lo entendió así, y su fascinación por el maestro, su agradecimiento, valían más que todos los documentos legales del mundo.
“Aquello fue una legión de colgaos”, oí en cierta ocasión. Sentí una leve molestia, y no porque se pusiese en juicio una filmografía deficiente e inocua, sino por que aquel grupito de personas representaban la unión y la solidaridad ante el poder establecido de las grandes productoras. Travestidos, homosexuales, deformes, fracasados, drogadictos...: marginados por el sistema, que tenían la inmensa osadía de, por arte de birlibirloque, poder realizar sus propios sueños, por espantosos y fallidos que éstos fuesen. El único pecado, tras su unión, fue el de querer soñar sólo un poco. Aquellos señores que catalogaron su Plan 9... como la peor cinta de la historia, no sabían el vendaval que iba a llegar con la década de los ochenta —donde más vejaciones ha sufrido el cine fantástico—, ni tampoco tuvieron en cuenta que en España tenemos a Jesús Franco, aún mejorando con el tiempo su registro de bodrios nacionales. Pero Wood seguirá riendo allá arriba, puede que rodeado de decorados, no sabemos si de cartón piedra o de polvo de estrellas.
A Ed Wood le debemos varios títulos más, tan fallidos como los anteriores, que no llegan ni a torpes bocetos: Bride of the Monster (1955), Night of the Ghouls (1959), etc. Pero él seguirá perviviendo a través de sus personales engendros. Y no olvidemos que es, pese a sus limitaciones como cineasta, el responsable de que Burton rodara su obra maestra. Si bien nunca consiguió una gran película, sí es cierto que motivó la realización de un filme bello y rotundo: auténtico canto a la amistad y entrañable mirada hacia lo más recóndito de la historia del séptimo arte.
Quizá haya una razón de peso para interpretar el actual y desmesurado interés en torno a este singular cineasta; una razón, freudiana si se quiere, que justifique dicho comportamiento colectivo. Y puede que sea el hecho de que todos nosotros, en el fondo, somos un poco Ed Wood: tan mediocres, como sublimes.