Denzel Washington como Don Pedro, príncipe de Aragón.
La imagen que ha puesto
@Grubert me viene al pelo, porque hace varios días que tenía pensado intervenir en este debate, y una de las películas que iba a mencionar era
Mucho ruido y pocas nueces, por parecerme el ejemplo más paradigmático, aunque realmente cualquiera de los
shakespeares de Branagh valdría como ejemplo.
Una cosa que hay que tener en cuenta antes que nada es que TODO en una película es artificio. Toda película es una representación, una pantomima. Si nos paramos a pararlo con detenimiento, las películas tienen muy poco que ver con la vida real. En la vida real las historias no siguen una estructura de tres actos separadas por puntos de giro. En la vida real no hay protagonistas, antagonistas, falsos antagonistas y escuderos. En la vida real no hay elipsis, ni
flashbacks, ni
flashforwards, ni comienzos en media res, ni insertos, ni cortes de plano, ni planos grúa, ni cámara al hombro. No hay
travellings circulares cada vez que una pareja se da un beso, ni suena de fondo una banda sonora que acompaña al estado anímico de cada momento. En la vida real la gente no habla de manera ordenada y precisa y respetando siempre el turno de palabra. En la vida real no suenan risas de fondo cada vez que alguien suelta un chiste, ni la gente empieza a cantar y a bailar de manera sincronizada cuando un personaje quiere exponer sus emociones. En definitiva, entre la clásica dicotomía entre Godard, quien afirmaba que el cine era
"la verdad, 24 veces por segundo" y Brian De Palma, quien afirmaba que el cine era
"la mentira, 24 veces por segundo" no cabe duda de que la afirmación más acertada es la de De Palma.
De hecho, siempre he sentido especial predilección por aquellos directores que en su cine suelen enfatizar esta naturaleza artificiosa del cine, exponiendo deliberadamente ante el espectador las costuras subyacentes, dejando claro que el cine no es más que una "representación", un artificio completamente alejado del mundo real. Branagh es uno de esos directores, no en vano se nota que viene del mundo del teatro, un ámbito en el que la limitación de medios materiales fuerza a que el espectador llene con su imaginación los huecos y las carencias: en el escenario de un teatro no se pueden recrear bosques y montañas, pero el espectador puede ver unos árboles de cartón piedra y recrear un bosque de verdad en su mente. Directores como Branagh entienden que en el fondo el cine no deja de ser más que una obra de teatro con unos decorados muy grandes y muy caros, y del mismo modo que en una obra de teatro todo es una pantomima, en el cine pasa lo mismo. Las reglas de la ficción no son las del mundo real, y en ese sentido toda ficción exige una "suspensión voluntaria de la incredulidad" por parte del espectador, imprescindible para que pueda adentrarse y disfrutar de ese mundo de ficción.
No obstante, Godard no estaba errado del todo: el cine no es verdad, pero tiene
apariencia de verdad, y cuanto más verosímil resulta un relato para el espectador, más suele conectar con él. Cuando un relato no se siente lo suficientemente creíble, el espectador tiende a desconectar de la historia. Y es que aunque la suspensión voluntaria de la incredulidad depende, en parte, de la propia subjetividad de cada espectador, también depende de las reglas del juego establecidas por los narradores. Generalmente, cuando un relato se suele ambientar en un periodo histórico del pasado, el espectador espera que dicho contexto histórico sea coherente con el conocimiento que ya tiene de dicho periodo histórico, a no ser que el relato deje claro desde un primer momento que no busca un rigor histórico. Por ejemplo, a ningún espectador le supone un problema que en
La vida de Brian en mitad de la película aparezca una nave extraterrestre, pero si sucediese lo mismo en la
Roma de John Milius, se sentiría estafado. A ningún espectador le suponía un problema que en una serie como
Xena, la princesa guerrera, te mezclasen a Ulises, Alejandro Magno, Julio César, Jesucristo, los Reyes Magos, vikingos, Genghis Khan y samurais japoneses porque desde el primer momento la serie te deja claro que es una serie de fantasía en la que la ambientación grecorromana no es más que un decorado. Lo mismo pasa con los
shakespeare de Branagh: a ningún espectador le molesta que Denzel Washington interprete al príncipe de Aragón, porque desde el inicio de la película queda claro que lo que estamos presenciando es un mundo de fantasía, con ninguna intención de ofrecer el más mínimo rigor histórico.
Y aunque ninguna ficción histórica está libre de anacronismos (todo relato histórico tiende a reinterpretar el pasado a partir del sistema de valores del presente), hay anacronismos que son más fáciles de digerir que otros. Por ejemplo, creo que a ningún espectador le supone un problema ver un
peplum en el que los personajes hablen inglés o castellano en vez de latín. El espectador sabe que los romanos no hablaban inglés, pero no le cuesta nada pasar por alto este detalle, porque entiende que el cambio de idioma no es más que un simple convencionalismo que busca facilitar la comprensión del relato. Pero si nos pusiesen a Idris Elba interpretando a Julio César, esto nos sacaría totalmente de la historia, porque el espectador es consciente de que Julio César no era negro. Da igual que Elba sea un actorazo como la copa de un pino: la historia se sentiría
falsa. Y aunque en el fondo que un actor negro interprete a un personaje histórico blanco objetivamente no sea un artificio demasiado distinto a hacer que Julio César se exprese en un perfecto inglés de Cambridge, subjetivamente es un artificio que no requiere el mismo grado de suspensión de la incredulidad por parte del espectador. Y esto no tiene nada que ver con ser racista ni "supremacista blanco" como dice el Señor Neurodivergente.
A mí personalmente no me supone ningún gran problema ver a intérpretes afrodescendientes (o asiáticos, o lo que se tercie) interpretando papeles nobiliarios en relatos de ambientación histórica, si argumentalmente está bien justificado o si queda claro que el relato no busca rigor histórico alguno. No he visto esta serie, pero si
@MeMySelf dice que la serie está ambientada en una especie de "mundo de fantasía" que no busca el rigor histórico, a mí me vale perfectamente. Es como la gente que pone a parir
Velvet por su falta de rigor histórico, lo que me parece una soberana soplapollez cuando desde el primer fotograma queda claro que la ambientación histórica, marcadamente fantasiosa, solo tiene un carácter estético. Pero reconozco que aún no me he atrevido a ver la última versión de
Los Miserables, la protagonizada por Dominic West y por Lily Collins, porque han puesto a un Javert negro, y ese simple hecho ya hace que la historia me resulte
falsa. Porque aunque la novela de Víctor Hugo no deje de ser ficción, los hechos históricos que constituyen el telón de fondo de la historia son reales, y para mí no me resulta creíble que en la Francia de Luis Felipe I un afrodescendiente fuese un inspector de policía de tan alta categoría. Como ya digo, esto no tiene nada que ver con la mamarrachada de ser un supremacista blanco, sino con saber un poco de historia. Y oyes, que igual luego veo la serie y me parece que Oyelowo hace un papelón y se convierte en mi encarnación favorita del policía francés, pero eso no quita que me chirríe. Lo mismo que en la serie de
El Cid me chirría ver a Doña Urraca dar unos discursos que parecen escritos por Irene Montero. Como ya digo, todos los relatos históricos son, en cierta manera, anacrónicos, pero hay anacronismo que
cantan mucho más que otros.
Pero lo que sí que me preocupa mucho más es la perniciosa ideología que subyace detrás de algunas de estas inusitadas licencias creativas. Hay creativos que afirman ser conscientes de que la historia no fue así, pero que a ellos no les interesa contar la historia tal como fue, sino tal como debería haber sido. Y esta voluntad por reescribir nuestro pasado y vendernos una historia en la que mujeres, negros, homosexuales y transexuales jamás han sido discriminados, sino que todos vivían en perfecta paz y armonía casi me parece hasta peligroso. A día de hoy, el machismo, el racismo o la homofobia son tendencias de pensamiento residuales a día de hoy (al menos en occidente) precisamente porque existe una conciencia colectiva de las discriminaciones históricas que han tenido que padecer estos colectivos. Vendernos un pasado idílico en el que todos los seres humanos vivíamos en paz y armonía puede llevarnos a olvidar los errores de nuestro pasado y, por tanto, volver a cometerlos en el futuro. Qué suerte tenemos de que no sepamos viajar en el tiempo, porque si esa tecnología llega a caer en manos de los
social justice warriors nos montan una policía temporal al más puro estilo
El fin de la eternidad en menos de lo que canta un gallo.