Ayer presenté en sociedad mi hamster a los llorones.
Hoy quiero hablaros de la gastronomía valenciana, estoy harto de las panochas albaceteñas, ¡los valencianos también tenemos derecho a integrarnos en la sociedad!
De pequeño, en la maravillosa Panadería San José (junto a mi colegio, y todavía hoy abierta y la lleva la misma familia, siguiente generación) probé por primera vez los rollitos de anís, también llamados rosquillas de anís o rollos de aguardiente.
Se trata de una masa redondeada, crujiente por fuera / esponjosa por dentro (si se hace bien) y con un delicioso toque a anís. Podría estar horas comiendo un... eeeeh, rollo de anís, claro.
Ahora un poco más en serio: el truco está en el anís que le pones. Hay panaderías que no llegan. Lo que pruebas es una masa con el fantasma del sabor del anís. Apenas un toquecito, nada. Otras, se pasan. Vamos, te comes media docena y llegabas borracho al colegio, casi.
En la panadería San José les daban el toque justo. Le habían cogido el punto, coño, claro que sí. Además, te los comías recién horneaditos, yo siempre me compraba dos y una chocolatina. Y podías ver como te los hacían a través de una ventanita que comunicaba con el horno donde lo hacían todo ellos mismos. Bollería recién hecha.
El segundo producto de la panadería de mi infancia del que os quiero hablar, eran los
saladitos. Ignoro si se conocen con otro nombre por ahí, aquí han sido saladitos toda la vida: pequeñas masas de hojaldre (apenas un bocadito) rellenas de jamón, de queso, de sobrasada, de chorizo... lo normal era pillarte dos o tres, uno de cada sabor. Mis favoritos eran los de sobrasada, seguidos de cerca por los de queso. Os olvidaréis de lo que es la bollería industrial: los saladitos estaban hechos en el momento, de hecho podías pedir que te los guardaran de un día para otro y los hacían por la mañana temprano y te los apartaban directamente para ti. Si había suerte, los pillabas recién hechos, que era como darle un bocado a la pura ambrosía: con el relleno todavía calentito (tiemblo al pensar en la viñeta que Wontnerman podría sacar de aquí) y el hojaldre tostado y crujiente. Os olvidareis para siempre de lo que son los donuts, donetes y demás mierda: un saladito de sobrasada, directo a las arterias todas las mañanas, hace que te salga
pelo en el pecho.
Si no tenías suerte y ya llevaban un par de horas en una bolsita con tu nombre, bueno, estaban de puta madre igual, había incluso quien los prefería fríos directamente... no en mi caso.