Intuyo que podría haber salido un desastre sin la mano de este hombre, que sabe equilibrar los distintos tonos, de thriller y acción, comedia negra, melodrama familiar, mediante una puesta en escena y un sentido de la narración medidos al milímetro, como acostumbra, en una película larga, densa; una chorrada que parece a ratos puro cartoon, pero que a la vez es una meditación sobre los tiempos actuales, América, el racismo, el activismo político, pero despojada con toda intención de coordenadas temporales y referencias concretas al situarla en lo que parece ser la actualidad, con analogías más que evidentes del trumpismo y la inmigración y unos malvados (los “amigos de la navidad”, o las élites blancas que gobiernan en la sombra) que no hace falta simbología ni alusiones para que sepamos qué son en realidad.
El grupo terrorista parece salido de los años 70 y la resaca del mayo del 68 (“75 francés” se llama, o algo así); lucha anti-imperialista, abortista, todo mezclado, buscando el heroísmo y el carisma propio del forajido, pero también la parodia de esa retórica exaltada revolucionaria… aquí sobresale la tal Perfidia, ese mito muy carnal sin embargo, de feminidad agresiva e hipersexualizada frente al macho militarizado que la acaba sometiendo (en lo que parece, por cierto, una desmitificación del empoderamiento feminista)... posteriormente reducido a un fantasma. Pero fantasma es también ese pobre cabrón que es el villano interpretado por Penn, deseoso de ser aceptado y con una parte de sí mismo que detesta.
Almas perdidas, familias disfuncionales, y en contraste, una buddy movie con un Benicio zen, lebowskiano, impasible, que es la molonidad absoluta (¡ese bailecito!) y el único que se mueve con seguridad y lo tiene todo controlado. Impagable también Di Caprio, rebelde trasnochado que disfruta garrulamente con “La batalla de Argel” y atraviesa una odisea disparatada con el gag de las “contraseñas”. Y un “coming on age”, el de la niña; esa juventud perdida y con problemas de identidad, fruto de las contradicciones de sus mayores y cada vez más desengañada y paranoica.
Vivencias íntimas de estos sujetos, pero muy imbricadas en un contexto social a punto de estallar. Un estado militarizado que actúa con impunidad absoluta, una secuencia central de lucimiento formal virtuoso como es la de Banktan Cross; los skaters, el plan de huida, las cargas policiales, el prota en bata por ahí… acompañada por el musicote insidioso del Greenwood, hipnótico de principio a fin. La persecución final es muy “Duel”, con esas carreteras cual montaña rusa (“olas del mar…”), el enfrentamiento, el reencuentro en medio de la nada.
Y es que, siguiendo la estela de su anterior película, parece que el oscuro PTA, sin renegar de ese pesimismo, de esas batallas perdidas que se suceden unas tras otras para que todo cambie y todo siga igual, deja un resquicio para la ilusión de tiempos mejores, de que esa generación actual encuentre su propio camino. Cine político sin política, divertimento sin pretensiones, y sobre todo, otra lección de cine.