OJO. SPOILERS.
Pues, sorprendentemente, me ha gustado mucho. Convertir (en esta nueva cinta) al protagonista, de su anterior y exitosa Drive, en un pussy(lánime) perdedor, es un sonoro e inesperado bofetón en la cara de todos aquellos que se aficionaron a posar con chupas de escorpión y palillos Cobretti; una oportunísima declaración de principios que no puedo sino aplaudir (y que explica, en cierta medida, algunos de los numerosos abucheos y muestras de odio que se han sucedido desde su estreno). No he querido escuchar el audiocomentario (ni otras interpretaciones que puedan circular por ahí) para que tenga algo de gracia el hecho de darle a la tecla y ver que clase de gilipolleces se me ocurren; vamos allá...
A un nivel básico la película parece querer retratar la toma de conciencia de un tarado (reprimido) respecto de sus taras... algo que (al final) no le sirve de nada, dada su incapacidad de perdonarse a sí mismo. Porque este Will Hunting no tiene a un Robin Williams creyéndose Dios y dándole (dándonos) el coñazo una y otra vez para espabilarlo, sino a un tal Chang que en vez de dar abrazos te los corta (los brazos). Un tipo marmóreo e implacable que aglutina todo lo que a Julian le gustaría ser (o siente que debería ser); un ideal inalcanzable que sólo existe en su (mala) conciencia para atormentarle. Primero lo intuye entre las sombras, lo teme (no sabe qué narices es) y trata de huir de él; más tarde va despertando su curiosidad (y admiración) y trata infructuosamente de seguirlo; como no consigue darle alcance (es sólo un sueño imposible) llegan la envidia, el odio y el resentimiento... trata de imponerse (sobreponerse) a él, pero su ego recibe una buena paliza; con la lección aprendida agarra su propia y simbólica espada para escarbar en sus orígenes. Desgraciadamente, tras la toma de conciencia no surge un ser nuevo, sino que, incapaz de perdonarse a sí mismo, opta por recibir jubiloso y consciente el simbólico castigo que, en el fondo, tanto anhelaba (sigue siendo un tarado, pero ahora plenamente autoconsciente; sin brazos, vamos).
Hasta ahí bien (ya da para resonancias religiosas, existenciales y bla, bla, bla)... pero es que lo más interesante de la película es cómo utiliza la típica dialéctica este/oeste (asumiendo conscientemente la mitificación que hacemos los occidentales de la cultura oriental), para psicoanalizar los valores y situaciones propios, utilizando para ello esa especie de purgatorio tailandés nacido artificialmentre de la conjunción de ambos espacios/realidades. Porque el concepto principal sobre el que gira todo es, en realidad, la idea de masculinidad o más concretamente la (mal llamada) identidad "de género" (se trata en realidad de identidad sexual, pero esta expresión se confunde hoy en día con orientación o inclinación). Para ello se sirve de una deliberada confusión (incluso inversión) de roles masculinos y femeninos, que deja a los hombres completamente desorientados, en paralelo a una metafórica mezcla/choque de culturas y de valores modernos y tradicionales.
Una buena muestra de ello es la significativa escena en la recepción del hotel, genial carta de presentación para una mujer/madre que asume el delirante papel de macho alfa: dictatorial, manipuladora, egocéntrica e inmoral; incluso se deja entrever que ha podido abusar de sus hijos... una ambigüedad muy bien llevada, porque al final no importa si ha sucedido realmente o no; lo significativo es que el resultado, a efectos prácticos, es el mismo: uno es un misógino impenitente y amargado que maltrata a las mujeres y el otro un traumado incapaz de relacionarse con ellas. Uno explosiona y el otro implosiona. Jugando como las sombras de otra escena decisiva, se puede decir que uno es la boca, el otro los ojos (indolentes) y delante de la estatua (símbolo, como en Seppuku, del peso de la tradición... pero aquí bajo una óptica muy diferente, centrada en la etología y la psicología) dice: "Time to meet the devil" y se produce un (único en todo el metraje) fade in desde negro que además se va enfocando poco a poco, como el despertar a una realidad nueva, un sueño, un delirio, una reflexión... El viaje de Julian para enfrentarse a sus demonios (tal y como dice su ¿brother?) comienza verdaderamente aquí.
El hermano misógino se define solo: entra en un prostíbulo y da rienda suelta a todas sus obsesiones: "¿Son mujeres?" pregunta al chulo. "Sólo la mitad" responde éste (de nuevo la confusión de roles). "Pues mejor tráeme a tu hija" viene a replicar. El proxeneta apenas tiene tiempo de ofenderse antes de que su interlocutor empiece a zurriagazos con todos/todas los presentes. Ya mazado vuelve a hacer lo mismo con la hija de otro padre, uno que sí la prostituye (o lo permite) a sabiendas... y la mata. Es entonces cuando aparece Chang. Una metáfora de la psique que castiga con su espada (el alma del hombre; del guerrero) la conciencia de los que han obrado mal. De tal forma que el padre que venga salvajemente a su hija, cuando finalmente reconoce que él es más culpable de lo ocurrido que nadie, pierde un brazo de manera ritual. No se puede perdonar a sí mismo por el error cometido (Sólo Dios perdona muchachos) y sufrirá ese dolor (esa amputación) el resto de su (corta) vida. Todo este variado mantra de relaciones paternofiliales se repite innumerables veces a lo largo de la película, siendo particularmente reveladoras la del hombre de la espada con su hija (amabilidad exquisita que ensalza lo oriental tradicional frente a la corrupción decadente y reinante de lo occidental moderno) y la del progenitor del niño discapacitado, que asume admirable y estoicamente su culpa y sólo pide (con serenidad oriental) piedad para su hijo, de tal forma que el que sufre el castigo en su lugar es el canalla traidor que lo vendió, muriendo éste de un tajo en una escena impactante y bien realizada (prótesis, creo recordar...).
Julian tiene también su propia escena definitoria; la de su ¿relación? pasiva con una prostituta: atado, reprimido e incapaz mientras ella se satisface a sí misma. Con sus ojos llorosos el hombre pasa a perderse en los oscuros pasillos de su mente... atisba algo en las sombras, algo que anhela pero que teme, porque supone el castigo de hacer consciente su desgracia y su mal. Palpa las sombras y la espada le corta premonitoriamente el brazo, mientras ella alcanza el orgasmo (su placer es el dolor de él; la "castración" no hace más que ahondar en el tema de la identidad sexual y la inversión de roles). La cosa continúa cuando, tras perdonarle la vida al asesino de su hermano (le cuenta lo ocurrido; nosotros no necesitamos escucharlo otra vez y sólo observamos lo que nos interesa: la reacción de Gosling... Bien por Refn), se lava las manos en agua, sangre, agua (no es la metáfora más sutil del mundo pero vale) mientras el tipo de la espada vuelve a atormentarle desde las sombras de su mente... y huyendo acojonado por esos sinuosos pasadizos de su coco, se reencuentra con la madre que lo parió posando chulescamente como el súcubo despreciable que es. Ella lo impulsa a ir en contra de su propia naturaleza, de sus instintos (hasta el punto de matar a su padre). Porque entre falsos Edipos y viceversa, comparaciones de tamaños y actos de sumisión en forma de encendidos rituales de cigarrilos, no pierde el tiempo tratando de minar la renuencia de su hijo a dejarse arrastar por ella, acusándolo incluso de odiar a su hermano y de perder el tiempo en su "fag boxing club" (se burla de esa búsqueda de lo tradicional, de lo atávico, de su condición masculina... la estatua). De tal forma que es ella la que manda matar al que llama yellow nigger (más dialéctica y confusión metafórica). Y es por ello que el hombre de la espada aparece en el susodicho "fag boxing club", donde todos los alumnos le reverencian en señal de respeto (como el elemento simbólico que es) haciendo que Gosling quede tan fascinado que lo persiga con malsana curiosidad sin poder darle alcance.
La escena de en la que finalmente luchan es cojonuda; Chang le da una paliza... como debe ser. "No te hostio yo, sino siglos y siglos de tradición" viene a decir ese plano intercalado de la estatua. Una lección que debe aprender. Es entonces cuando la represora se acojona y trata de manipularlo a la inversa, pero ya es tarde...salva a la niña, coge prestada una simbólica espada de su maestro, descubre con ella su origen y el de sus taras (no hay sutileza en la evisceración), y ya está preparado para recibir el castigo que conlleva.
Y con el hombre de la espada cantando "es sólo un sueño inalcanzable" (finalazo que resume todo lo anterior) termina el tinglado en menos de hora y media (tan pedante y pretencioso no será; otros se tiran ocho horas para adaptar El Hobbit, o lo que diablos sea eso que han filmado), con ritmazo, una proporcionada y justificada distribución de acentos y pausas (dado el estilo escogido), hermosa fotografía repleta de expresividad (la constante ceremonia de opuestos se transforma aquí en dialéctica entre luces y sombras; rojos y azules; blancos y negros; etc.) y excelente ambientación musical.
Globalmente el mejor Refn que he visto (Drive y Valhalla sólo me convencen a medias) aun con sus problemillas aquí y allá (la escena de la tortura con las mujeres de ojos cerrados, a pesar de su importancia, no está bien resuelta... y hay detalles humorísticos que se me antojan un tanto chirriantes: por ejemplo los sartenazos o el "TAKE IT OOOOOFFF" que me recordó al "HAS PISADO LA RAYAAAAA" de Walter en El gran Lewosky).
p.d. El hecho de retorcer el mito de Edipo para hablar de la identidad sexual me parece muy pertinente: durante el visionado me vino a la cabeza Tiresias (el ciego que le predice a Edipo que se va a quedar ciego) y su historia con las serpientes que copulan y que lo transforman primero en mujer y años más tarde de nuevo en hombre (lo que al final termina en un castigo divino de idéntico resultado: pierde la vista).