Paul Thomas Anderson

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Pues así como quien no quiere la cosa, va a cumplirse una década desde el estreno de The master.

La relación entre dos personalidades antagónicas pero fatalmente vinculadas, dos polos (no tan) opuestos como son los del visionario y el idiota. Carisma, don de gentes, superioridad intelectual... frente a un despojo humano presa de sus instintos, un hombre maldito, inadaptado social y obseso sexual de vida desestructurada y cierto pasado enigmático, que por si fuera poco, ha combatido en la guerra. Parece tonto, pero no lo bastante, pues al menos es capaz en su simpleza de reconocer a un charlatán. Aún así es el mejor amigo y el acérrimo defensor, necesitado de una figura paterna que venerar y más desinteresado, más sincero en su tortuoso afecto que la propia familia. Es la cruda, palpitante realidad que estalla en la cara del gran mago de las abstracciones, la irracionalidad que en el fondo este practica y con la cual se identifica en su fuero interno. Pues ambos son niños grandes que improvisan (o eso parece), bribones a distintos niveles, sea embaucando con doctrinas seudocientíficas o envenenando con brebajes inmundos, idéntica bazofia que tragarse con gusto.

¿Y qué es la fe, sino esa entrega incondicional y a veces dolorosa? Incluso parece auténtica esa supuesta unión espiritual, del destino, o lo que sea. La amistad profunda, el amor, están una vez más teñidos de violencia, de dominación, mientras que la sexualidad está cerca de ser un instrumento de control. El paternalismo de ciertos individuos, su habilidad para manipular (la acción descansa sobre diálogos, interrogatorios, pruebas, que funcionan cual tensos duelos mentales), denotan a veces su propios puntos débiles.

La lógica un tanto enfermiza de las religiones es la que finalmente sostiene al creyente-pecador, que a su manera, acaba definitivamente “convertido”, empleando esa misma retórica barata y hueca para sus fines, hallando cierta paz y funcionalidad; hay mala uva en un desenlace en el que se hace realidad ese sueño erótico, el de quien desea... a una muñeca de arena. Curiosamente, la peli, que busca ser esa Gran Película Americana, se acaba pareciendo bastante a un acto de iluminación, contado por un loco y que nada significa.

Está claro que Anderson siente una especial inclinación por los perdedores y solitarios con tendencias misántropas... ¿estará hablando de sí mismo? Padres perdidos, mujeres castradoras. Quienes sostienen el chiringuito no ocultan nada bueno (La Adams, lunática convencida o Lady Macbeth sin escrúpulos). La única forma de romper es huir en moto, a toda velocidad y en dirección opuesta. Un maniquí humano denota una elegancia de cartón-piedra en unos grandes almacenes. La América de posguerra es esa tierra feliz, ingenua, pero la vida civil y normal puede ser también el infierno de muchos tras una playa del Pacífico semejante a un limbo, un mar que adquiere aquí una cualidad hipnótica (el mar del inconsciente, de los sentimientos… a saberse), inescrutable. Se busca atrapar el sentir de una época, irónicamente, mediante un ejercicio de memoria imaginada, como extraído del pensamiento del amado líder, de reconstrucción alucinada de un período de tiempo que seguimos como a tientas, en una película inabarcable, con su punto surreal, tragicómica.

Mucho alcohol, que sostiene a esta gentuza. Normal la necesidad de pertenecer a algo, de creencias que llenen de significado estas vidas, el surgimiento de doctrinas más cercanas a la reciente autoayuda que a la ciencia, mezcla de misticismo y psicologismo. La aparición del barco sí que parece algo sobrenatural, un paraíso flotante que experimentará su posterior caída. Con unos encuadres a lo Kubrick, con planos-secuencia de virtuoso y un soundtrack crispante pero con pasajes ensoñadores, además de una recreación ambiental meticulosa hasta en el último pliegue de ropa, PTA nos corroe la mente, como en la escena no sabemos si onírica de las mujeres desnudas, como lo hacen unas performances puramente físicas de Hoffman y Phoenix, uno inspirando con sus gestos tanta fascinación como rechazo, el otro próximo a la deformidad o a la caricatura física. Final anticlimático, de una sobria emotividad, que alude a un cúmulo de emociones contradictorias… pero así somos las personas según Anderson; farsantes patológicos, chiflados incurables.


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Pues así como quien no quiere la cosa, va a cumplirse una década desde el estreno de The master.

La relación entre dos personalidades antagónicas pero fatalmente vinculadas, dos polos (no tan) opuestos como son los del visionario y el idiota. Carisma, don de gentes, superioridad intelectual... frente a un despojo humano presa de sus instintos, un hombre maldito, inadaptado social y obseso sexual de vida desestructurada y cierto pasado enigmático, que por si fuera poco, ha combatido en la guerra. Parece tonto, pero no lo bastante, pues al menos es capaz en su simpleza de reconocer a un charlatán. Aún así es el mejor amigo y el acérrimo defensor, necesitado de una figura paterna que venerar y más desinteresado, más sincero en su tortuoso afecto que la propia familia. Es la cruda, palpitante realidad que estalla en la cara del gran mago de las abstracciones, la irracionalidad que en el fondo este practica y con la cual se identifica en su fuero interno. Pues ambos son niños grandes que improvisan (o eso parece), bribones a distintos niveles, sea embaucando con doctrinas seudocientíficas o envenenando con brebajes inmundos, idéntica bazofia que tragarse con gusto.

¿Y qué es la fe, sino esa entrega incondicional y a veces dolorosa? Incluso parece auténtica esa supuesta unión espiritual, del destino, o lo que sea. La amistad profunda, el amor, están una vez más teñidos de violencia, de dominación, mientras que la sexualidad está cerca de ser un instrumento de control. El paternalismo de ciertos individuos, su habilidad para manipular (la acción descansa sobre diálogos, interrogatorios, pruebas, que funcionan cual tensos duelos mentales), denotan a veces su propios puntos débiles.

La lógica un tanto enfermiza de las religiones es la que finalmente sostiene al creyente-pecador, que a su manera, acaba definitivamente “convertido”, empleando esa misma retórica barata y hueca para sus fines, hallando cierta paz y funcionalidad; hay mala uva en un desenlace en el que se hace realidad ese sueño erótico, el de quien desea... a una muñeca de arena. Curiosamente, la peli, que busca ser esa Gran Película Americana, se acaba pareciendo bastante a un acto de iluminación, contado por un loco y que nada significa.

Está claro que Anderson siente una especial inclinación por los perdedores y solitarios con tendencias misántropas... ¿estará hablando de sí mismo? Padres perdidos, mujeres castradoras. Quienes sostienen el chiringuito no ocultan nada bueno (La Adams, lunática convencida o Lady Macbeth sin escrúpulos). La única forma de romper es huir en moto, a toda velocidad y en dirección opuesta. Un maniquí humano denota una elegancia de cartón-piedra en unos grandes almacenes. La América de posguerra es esa tierra feliz, ingenua, pero la vida civil y normal puede ser también el infierno de muchos tras una playa del Pacífico semejante a un limbo, un mar que adquiere aquí una cualidad hipnótica (el mar del inconsciente, de los sentimientos… a saberse), inescrutable. Se busca atrapar el sentir de una época, irónicamente, mediante un ejercicio de memoria imaginada, como extraído del pensamiento del amado líder, de reconstrucción alucinada de un período de tiempo que seguimos como a tientas, en una película inabarcable, con su punto surreal, tragicómica.

Mucho alcohol, que sostiene a esta gentuza. Normal la necesidad de pertenecer a algo, de creencias que llenen de significado estas vidas, el surgimiento de doctrinas más cercanas a la reciente autoayuda que a la ciencia, mezcla de misticismo y psicologismo. La aparición del barco sí que parece algo sobrenatural, un paraíso flotante que experimentará su posterior caída. Con unos encuadres a lo Kubrick, con planos-secuencia de virtuoso y un soundtrack crispante pero con pasajes ensoñadores, además de una recreación ambiental meticulosa hasta en el último pliegue de ropa, PTA nos corroe la mente, como en la escena no sabemos si onírica de las mujeres desnudas, como lo hacen unas performances puramente físicas de Hoffman y Phoenix, uno inspirando con sus gestos tanta fascinación como rechazo, el otro próximo a la deformidad o a la caricatura física. Final anticlimático, de una sobria emotividad, que alude a un cúmulo de emociones contradictorias… pero así somos las personas según Anderson; farsantes patológicos, chiflados incurables.


Ver el archivo adjunto 34395
que piniculon....
 
Ayer me revisioné El hilo invisible, y la verdad es que aún con lo calmada y tranquila que es me sigue encantando, según tengo entendido la fotografía tambien es suya.

Normal que tenga ese ego y que le de tanto a la coca no?.
 
<blockquote class="twitter-tweet" data-media-max-width="560"><p lang="en" dir="ltr">First look at Leonardo DiCaprio on the set of Paul Thomas Anderson’s upcoming untitled film.<br><br>(via: <a href="https://twitter.com/jasonosia?ref_src=twsrc^tfw">@jasonosia</a>) <a href="https://t.co/NPNUpXFCiC">https://t.co/NPNUpXFCiC</a></p>&mdash; Film Updates (@FilmUpdates) <a href="">January 30, 2024</a></blockquote><script async src="https://platform.twitter.com/widgets.js" charset="utf-8"></script>
 
aquí dicen que ""puede"" estar basada en otro libro de Thomas Pynchon, Vineland.

Wikipedia resume así su argumento:
Se desarrolla principalmente en California y su centro de gravedad, si se le puede encontrar uno solo, es la relación de un agente del FBI implicado en el proyecto COINTELPRO y una cineasta radical experta en artes marciales

Vamos, que el amigo PTA parece que quiere rivalizar con su colega QT para ver quien es mas cinéfilo de los dos :mparto :mparto
 
Inherent Vice peli es mi favorita de PTA. Creo recordar que Groucho se leyó el libro y, evidentemente, había descartado muchas cosas pero respetó bastante PTA.
 
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