Cada vez que muere un famoso, Internet se llena de mensajes de luto y despedida. Pero creo que en pocas ocasiones, las muestras de dolor son tan sinceras y masivas como están siendo las de la muerte de Toriyama.
Pocas obras pueden presumir de tener el impacto que tuvo en la cultura popular "Dragon Ball". No fue el primer anime en llegar a España (antes tuvimos otros como "Candy Candy", "Mazinger Z", "Heidi", "Marco", "Meteoro", "Comando G", "Ulises XXI"... incluso creo recordar que en la TVG "Dr. Slump" se estrenó antes que DB), ni el primer manga (antes tuvimos "Akira", "Ranma", "El puño de la estrella del norte"...), pero "Dragon Ball" fue una revolución cultural en toda regla, una de las principales responsables del boom del manganime en España. La serie de Toriyama no fue la única que lo petó en aquellos años, otras series como "Los caballeros del Zodiaco" o "Campeones", entre otras, también lo petaron bastante fuerte. Pero de "Dragon Ball" se trapicheaban fotocopias de decimosexta generación y, ante la total ausencia de merchandising oficial, no paraban de salir productos piratas (como colecciones de
trading cards o los cutre posters que te regalaban si te comprabas chorrocientas bolsas de Matutano) y con Oliver y Benji nunca se llegó a tanto (aunque sí que llegaron a sacar algunos cómics piratas).
Yo en mi infancia vi centenares de series de dibujos animados, pero si me preguntaseis cuál fue el primer episodio de "David el gnomo" que vi, o dónde estaba la primera vez que vi "Las tortugas ninja" no sabría responderos. Sin embargo, os puedo describir con pelos y señales el primer día que vi un episodio de "Dragon Ball", dónde estaba y qué estaba haciendo. Fue una tarde de julio del año 1990, yo estaba en una casa de veraneo que mis abuelos habían alquilado en Cabo de Cruz (Boiro), eran sobre las 15:30 de la tarde, habíamos acabado de comer, y haciendo zapping en la tele me encontré en la TVG con una serie de dibujos animados que no había visto nunca. Me puse a verla, y en pocos minutos estaba flipando con lo que estaba viendo: una pelea de artes marciales entre un niño calvo y un tipo enorme y peludo. El tipo enorme estaba ganando la pelea porque llevaba años sin lavarse y vencía a sus contrincantes simplemente porque todos quedaban anulados por su olor. Hasta que en un momento dado otro crío con el pelo como si hubiera metido los dedos en el enchufe y con rabo de mono, le dice al niño calvo que él debería ser inmune al olor porque no tiene nariz, tras lo cual el calvorotas le pega una paliza de campeonato al guarro.
El capítulo siguiente era todavía más surrealista si cabe. Mostraba la pelea entre un hindú que era muy fuerte y que quería ganar el premio del torneo para dárselo a los habitantes de su pueblo, en el que todos eran muy pobres, pero que estaba perdiendo la pelea contra una mujer cuya estrategia de lucha era quedarse en ropa interior para hacer pasar vergüenza a su rival y así neutralizarlo. Y ya no hablemos cuando pocos capítulos después el niño con rabo se convierte en un mono gigante...
Nunca olvidaré la constante sensación de asombro viendo aquellos primeros episodios. "As bolas máxicas" (nombre de la serie en gallego) no se parecía a nada que hubiera visto antes, ni en términos estéticos ni narrativos. Las escenas de acción eran las más impresionantes y emocionantes que hubiera visto nunca. Los diseños y las personalidades de los personajes eran lo más original que había visto nunca, la música era épica a más no poder, el sentido del humor era tremendamente surrealista y la serie trataba sin tapujos de temas (como la violencia o el sexo) que estaban completamente vetados en todos los demás dibujos animados. No tardé muchos episodios en volverme en fan acérrimo de aquella serie que, para mí, era la mejor serie de dibujos animados que hubiera visto nunca. Y visto el éxito que acabó teniendo la serie, es evidente que no fui el único al que la serie dejó tremenda huella. Impacto que fue especialmente profundo entre nosotros, la primera generación de chavales que descubrió la serie. Pero la mayor prueba de que "Dragon Ball" es una serie inmortal es de que a día de hoy las nuevas generaciones siguen descubriendo su obra y flipando tanto como lo hicimos nosotros en su día.
Es cierto que, analizado fríamente, Toriyama alcanzó su cumbre creativa en los años 80 ("Dr. Slump", los primeros 15-16 tomos de "Dragon Ball", "Taller de manga" y la infinidad de historias cortas de aquella época) y que desde entonces no ha vuelto a ofrecer nada remotamente similar. En los años 90, "Dragon Ball" fue haciéndose cada vez más repetitivo, y todas las obras cortas que siguieron a "Dragon Ball" han sido de segunda división. Su retorno a la franquicia de "Dragon Ball" a modo de asesor de la franquicia "Super" no fue malo, pero tampoco especialmente memorable. Y, a pesar de que Toriyama llevaba alrededor de tres décadas sin ofrecer nada que estuviera al nivel de los inicios, su producción de los años 80 fue tan buena, que solo por ella se merece un puesto permanente en el Olimpo de los mejores dibujantes de cómic de la historia.
Una de las mayores pruebas de lo enormemente querido que era Toriyama es que hayan tenido que retrasar el comunicado de su muerte una semana. Sabían que, de haberlo hecho inmediatamente, decenas de miles de fans se hubiesen plantado en el entierro. Y esa es, quizás, una de las cosas más amargas de la historia. Porque Toriyama es una de las celebridades más queridas de Japón, pero se ha tenido que pasar años encerrado en casa porque no podía salir a la calle sin que le asaltaran varias docenas de admiradores.
Y del mismo modo que tengo grabado a fuego el día que descubrí "Dragon Ball", creo que la fecha de hoy también quedará grabada a fuego en mi recuerdo. Para la mayoría de la gente, el 8 de marzo seguirá siendo el Día Internacional de la Mujer. Pero creo que existe un grupo muy grande de gente que a partir de este momento siempre recordará el 8 de marzo como el día que nos enteramos de la muerte de Akira Toriyama.