El hombre más famoso del mundo
Así proclamaban a Chaplin en su vida y así lo presenta Attenborough en su película biopic. No se puede negar que las dotes en la dirección son más que patentes. El respeto hacia la figura mastodóntica de uno de los directores más atemporales de la historia es perceptible. Incluso el grado fidedigno hacia su biografía e historia es sorprendente. No se dejan nada en el tintero. Incluso la creación de la United Artists, que es una mera pincelada, es expuesta. La vida de ese niño pobre que empezó rodeado de miseria y desgracia con una madre enajenada que tuvo que ser internada en un sanatorio está expuesta para que la conozcamos.
Su vida en el vodevil, en el teatro de variedades, en su intento de triunfar en el mundo del espectáculo, el recelo que le provocaba el mundo del cine y como este fue el que lo encumbró a la fama y la eternidad. Sus amoríos, su incesante predilección por las chicas mucho más jóvenes que él, sus variopintos matrimonios, la creación del personaje que se convirtió en un icono de leyenda y símbolo de un grito de atención hacia las minorías peor tratadas y como el vagabundo Charlot era un ataque (directo) hacia los estatutos fundamentales y a su vez un acto rebelde hacia el orden (Hoover a la cabeza). Como su cine se convertía en un cine comprometido, moral, concienzudo y como tuvo que acabar emigrando hacia el exilio por culpa de ideales y jugadas de la sociedad americana hasta acabar recibiendo su Oscar honorífico.
Todo esto (y mucho más) está puesto al servicio de un academicismo correcto pero vacío de emociones, como si fuésemos testigos de un documental de calidad pero carente, por completo, de empatía o incluso de conexión. Simplemente contemplamos la vida de un artista enamorado de su mitomanía, cargado hasta el tuétano de un perfeccionismo que hizo mella en su vida marital y que supo jugar muy bien sus cartas arriesgándolo todo por el cine mudo aún cuando el sonoro era el rey absoluto. Ni que decir que Downey Jr., actor atrapado por las garras de la drogadicción en aquella época, ofrece un Chaplin convincente, casi mimético en más de una ocasión con el rol (difícil) que le tocó interpretar y que acabó consiguiendo ser un personaje creíble, sin apenas aristas y logrando transmitir un Charlot convincente. Acompañado de rostros famosos y que intentan infundir credibilidad a sus respectivos e ilustres famosos como es el caso de Kevin Kline y su Douglas Fairbanks Jr. Incluso la creación ficticia (una de las pocas que hay en el filme) del personaje de Hopkins como el biógrafo personal de Chaplin se agradecen para convertirse en hilo conductor narrativo.
Sería injusto obviar ciertos momentos que sí merecen la pena el aplauso. Los primeros segundos, donde vemos a un Downey Jr. despojándose de su personaje Charlot, en un tono color sepia bajo la melodía de su mítico tema "Smile", para acabar siendo el Chaplin actor envuelto en color es una declaración de intenciones perfecta, donde nos deja ver que vamos a acudir a la historia que menos se conoce o la que menos llama la atención. O esa otra escena donde Chaplin acude a su estudio donde se proyecta una sombra alargada en el suelo a modo de descubrir hasta dónde llegará su fama y gloria. Imposible no sorprenderse ante la magnífica interpretación como Charlot en un momento que capta a la perfección las formas y fondo del slapstick con el corto de la boda. O los momentos tensos donde Chaplin intenta despojarse de la culpa por la riqueza ganada a costa de interpretar la pobreza con su vagabundo. Pero por desgracia son momentos sueltos que si bien no es que sean menos interesantes el resto dejan mucho que desear o no tienen el peso dramático que necesitaban para convertir este biopic en el mejor de la historia, más aún cuando versa sobre una de las leyendas atemporales de la historia del cine.
Una película profunda pero no lo suficiente, una historia interesante pero por desgracia para nada trascendental. Una epopeya que carga las tintas hacia muchos matices y temas pero no todos logran su objetivo o intención. Funciona a medio gas y no siempre con el ritmo por bandera (hay momentos que se hacen realmente lentos en cuanto a exposición) y no toda la película funciona en conjunto siendo más carne de escenas concretas que de algo plausible por su homogeneidad. Quizás Attenborough quiso repetir el mega éxito conseguido con su anterior proyecto, Gandhi, y aquí la cosa le resultó menos acertada o no tan trabajada a pesar de contar con un encomiable trabajo de dirección, cosa que logró la tan merecida candidatura al Oscar por parte de Downey Jr, un actor que ya empezaba a demostrar sus dotes artísticas y actorales. Quizás la admiración extrema del director por el cómico no reparó en que el resultado iba a ser mucho mayor que el riesgo y no acabaría saliendo como se pensaba en un principio. Uno de esos casos donde la vida del artista interesa menos que su obra.