Surgida dos dos restos: Justin Roiland desenterrando su inenarrable versión animada de Regreso al futuro, y un Dan Harmon entonces exiliado de Community. Así crean RICK AND MORTY, quizá la mayor prueba de que las series de animación están en una época de libertad y potencial como nunca han conocido.
RICK AND MORTY, las aventuras interdimensionales de un niño suburbano un tanto bobo y su abuelo inventor alcohólico. Es la pesadilla de LSD de Marty McFly después de hacer maratón de Futurama. Es Douglas Adams escribiendo para el primer McFarlane. Está entre el desprejuicio de tono de Hora de aventuras, la exhuberancia de Doctor Who, el empeño en desarrollar personajes a base de gags de la propia Community.
Y así, saltando entre Cronenberg, Bradbury, Shyamalan, Freddy Krueger, los fanboys de Nolan y Cameron, viajes al cuerpo humano, pactos con el diablo, ridículas dimensiones paralelas en loop, gominolas violadoras, cyborgs híbridos de Lincoln y Hitler... al centro de ello, siempre al centro, los personajes: Morty y su familia. Porque en última instancia, la serie usa toda esa voluptuosidad sci-fi para hablar de ellos, ergo de sus creadores, ergo de su público.