Respuesta: Roger Waters y la gira "The Wall"
Pues mi sensación fue todo lo contraria: me decepcionó, muchísimo. Hasta el punto que salí fuera del recinto durante muuuuucho tiempo. Más de 100 pavos tirados inúltimente a la basura... pero tenía que ir y darme cuenta de ello.
Fui al concierto del sábado, pues ya no quedaron entradas en su momento para viernes (aunque no me importa). Empezó todo mal, con la imposibilidad de ir a pista (con entrada General) y la alternativa fue subir a las gradas del 2-4 piso, a tomar pol culo literalmente. Mi mujer no lo entendía, pero el The Wall era, entonces, para mi un espectáculo, no un concierto (o simplemente un concierto). Era consciente que me acercaba a ver algo más que un grupo musical tocando, y "necesitaba" estar cerca, sentirlo, vivirlo. Por eso, conseguimos tras un rifi rafe poder acercarnos a pista... y ahí otro caos. Conozco bien las normativas sobre seguridad y espectáculos, y ahí, en pista, se pasaron por el forro una de las básicas: tantos metros cuadrados, tanta gente y punto. Era agobiante. Seguramente tan agobiante como estar en un concierto de Dani Martín (hace poco hice uno), pero ni tengo la edad de una teenager loca, ni creo que por la pasta pagada mi "premio" fuera o bien ir a tomar pol culo a ver el concierto o bien apretujarme como una sardina y recorrer sudores que no eran de mi agrado. En ese momento me encontraba justo en un lateral de pista, a mi izquierda las 3 mesas de sonido, 2 de ellas las magníficas XL4 de Midas (el lujo y magnificiencia del mundo analógico). No pude ver la tercera... pero bueno. Ya no me gustó, tampoco, no encontrarme con Joe O'Herlihy, el ingeniero de mesa FOH para Waters como mínimo durante su gira en EEUU, y no conocía quién estaba detrás de los mandos esta vez (ese señor mayor de pelo blanco). Pero bueno, que empiece todo que ya disfrutaremos.
La sensación de agobio con la gente se acrecentó a las 21.30 en punto, cuando empezó el concierto con un tic tac abrumador (quiero decir con precisión anglosajona). No pensaba que las sardinas pudieran vivir tan bien cuanto más apretujadas. Si ya desde esa posición, justo en línea de FOH, no veía el escenario (¿por qué no lo subieron 1 metro más?), justo empezar mi visión eran miles de brazos y miles de teléfonos móviles (¿porqué pagas para ver ese concierto y centras tu atención en registrarlo todo?). Ni tan siquiera era posible ver la cabeza de ningún músico. Eso no era placer. Ni de coña.
Nos retiramos, unos 10 metros atrás. Pierdo toda sensación sonora y me quedo con un 75% de visión (seguramente menos). Adiós al estéreo, adiós al QUAD (lo que los periódicos han llamado "sonido surround 5.1", demostando una vez más la inclultura global de la gente). Necesitaba perder todo el interés para poderme centrar en algo, en poder disfrutar... pero era imposible. El nivel de presión sonora, en ese momento, apenas alcanzaba los 90 dB A, o sea, que tampoco estaban por la labor de buscar un nivel de presión sonora adecuado. Si en esa posición tenía 90 dB A, ¿cuál hubiera sido en el piso 2-4?
Una mezcla sonora insulsa, basada en la inteligibilidad de Waters, que nunca, desde mi punto de vista, arriesgó su voz. Sí, sonaba todo muy bien, pero la mezcla no tenía dinámica (el sonómetro apenas se movía): todo comprimido, todo tirando a una reproducción MIDI (de calidad).
Cierro los ojos e intento entrar. Y escucho, de golpe, esa claqueta. Todo se reprodujo absolutamente fiel a un disco que sí supo emocionarme. Putos metrónomos. Todos ellos. Nada de emoción, el guión no lo permite. Todo tiene que estar reproducido quirúrjicamente, y más cuando poco a poco me doy cuenta de la cantidad de efectos enlatados e incluso pasajes musicales, que no dan pie a la sensibilidad. No puedo entrar, mi cerebro no me deja.
Decidimos subir arriba, al puto 2-4 piso y ver qué se puede disfrutar allá. Lo primero: a tomar por el culo el sonido. Ni efecto estéreo (evidente), ni QUAD ni tan siquiera presión sonora. Nada. Una imagen, allá al fondo, resumida en un punto negro, un tal Roger Waters, que escupía sus voces a son de partitura. Incapaz, según mis sensaciones, de unirse al público, sino más bien de querer que el público hiciera lo que él necesitaba en cada momento. No hubo comunión. No veo nada, no disfruto nada. A 10 pavos los 500 cc de cerveza, mejor me voy a la calle, tomo aire y lo pruebo de nuevo.
Eso me hizo perder, y sin acritud, gran parte del concierto. Ni tan siquiera la primera parte del Another brick... me hizo saltar lágrima alguna.
Consigo entrar de nuevo, tras otro rifi rafe con seguridad (ahí fue bien tener según qué contactos). Todo sigue igual, amén de un índice de alcoholizados muy superior, varios energúmenos que pedían una y otra vez el Another brick..., cocainómanos idos de vueltas aunque apenas molestaban, una pelea en pista... Céntrate.
Cuando sí empiezo a "disfrutar" me doy cuenta de que lo hago gracias a lo vivido en el disco (el directo -falso- de Berlín). Para nada el concierto me arranca sensación alguna. Llega una de las partes apoteósicas: el juicio. Se apagan los micros, se apagan las luces y venga, a sacarle provecho a los 17 proyectores (15 frontales, 2 retros) y a la pantalla-muro del momento. Sí, espectacular proyección, pero nada que no sea fuera de lo conocido. Largos minutos escuchando un puto CD. Cae el muro, sin espectacularidad. Adiós al concierto. Roger Waters agradece la presencia de toda esa gente ahí: "dos días, dos llenos absolutos", claro, eso es lo que te importa chaval: tener llena tu cartera.
Por cierto, The Reeler: el sistema empleado esta vez era el QUAD en configuración de 360º. Sólo los energúmenos de pista (lo de energúmenos va por la necesidad de estar empujando cada dos por tres y tener que ser cómplice de las tonterías de la mayoría) tenían una sensación "envolvente" más o menos digna. El equipo volado a media pista estaba en configuración de 360º (eran 4 arrays en X, los subgraves estaban dentro de la isla de control, a ambos lados -en tus pies), lo que conseguía generar alguna sensación extraña fuera de ese eje de pista. La gran manguera de señal que veías se podía evitar, pero hubiera restado tiempo y eficiencia al montaje. Era algo que no se quiso tener en cuenta, y ahí estaba. Jodido, tienes razón.
Lo único bonito que sonsaqué fue que el Palacio de Deportes de Madrid tiene muchísima mejor acústica que el Palau Sant Jordi de BCN. Y claro, no terminar sin aceptar, evidentemente, que todo mi juicio es subjetivo y que sin duda estuvo condicionado por el incumplimiento de unas espectativas que esperaba con ansias...
Saludos
R. Sendra