Takashi Miike: El post

Gozu

Miike en todo su esplendor, o un pirado capaz del mayor disparate, dueño de una mirada como infantil y perversa al mismo tiempo; todo es posible en su cine, con buenas dosis de humor tan negro como absurdo de por medio... en este caso, valiéndose de mimbres bastante poco originales, pertenecientes a la temática yakuza, pero útiles para perpetrar, en plena moda del j-horror dosmilero, esta puta cosa, que sin duda es muy suya e irregular en su desarrollo (todo lo de este hombre siempre tiene algo de desafío a la paciencia del espectador); comienza siendo un mero desfile de freaks de lo más gratuito, antes de introducirse por vericuetos cada vez más freudianos... y es que no estamos ante un pajote mental vacío, sino que hay “algo” tras el cúmulo de delirios que vemos, que va tomando cuerpo. Están presentes los códigos de un género: jerarquías entre jefe y subordinados, relaciones de íntima fraternidad entre los miembros del grupo... honor, amistad, muerte, todo mezclado. Y entre medias, un viaje a un Japón profundo que representa el infierno (las referencias al “calor”), lleno de sujetos pervertidos, huraños, solitarios...

Lo formal, a veces, destila cierta elegancia (el plano de ellos junto al paisaje), a veces parece que da igual (cámara en mano porque sí), a veces los colores (como el amarillo ominoso) parecen cobrar cierto protagonismo. El protagonista inicia una búsqueda de su compañero desaparecido que también es una búsqueda de sí mismo, de su identidad, reconociendo unas pulsiones y sentimientos inconfesables. Por el camino, símbolos; leche, arroz, sexualidad, maternidad, vínculos de sangre, incesto, muerte... qué sé yo, con una criatura-vaca que parece presidirlo todo ambigüamente. Los mejores arranques cómicos, para mí, la paranoia del compi (con lo del perrito, un prólogo que es toda una declaración de intenciones), los dos viejos de la taberna, la americana... me sobra el tipo de la mancha. Llegamos a un tercio final donde resuenan Lynch (onirismo, identidades trastocadas) y Cronenberg (horrores corporales cual eco de algo psíquico); ¿una muerte y un renacimiento cual proceso de aceptación de una relación? ¿un trío “noir” chalado para matar al padre y follarse al hermana? ¡Venga, fiesta! ¡Dame más, japo cabrón!

Me lo he pasado en grande con esta mierda.


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Pues parece que la última de este hombre está llamando la atención para bien y dicen que es de lo más digno que ha hecho (de las 100000 películas que ha hecho).



 
Pues parece que la última de este hombre está llamando la atención para bien y dicen que es de lo más digno que ha hecho (de las 100000 películas que ha hecho).




Ta chula.

Miike tiene la habilidad de pasar prácticamente en un mismo plano y en cuestión de segundos de lo terrorífico a lo cómico. Está rodada con pasta y luce para lo que son las producciones de este hombre. Y es tan loca y violenta como siempre, hasta hay escena anime con dibus.

Vedla.
 
Pues con First love me ha parecido que el japonés se acerca más a Ritche que a su amigo Quentin, pese a que comparte con este último un idéntico gamberrismo de tebeo. Nos trae un thriller en plan odisea nocturna disparatada, un buen jaleo de trama con cruce de bandos enfrentados, entre yakuzas, tríadas chinas y policías corruptos, con unos dobles del Comisario Villarejo y del Pequeño Nicolás que precipitan un lío de traiciones y guerras con la droga como mcguffin.

Panorama más que putrefacto en lo moral, pero inesperadamente surge el amor más puro entre dos tórtolos, los únicos inocentes, metidos por casualidad y cuyas andanzas contemplamos en paralelo. Lo esperanzador de esta relación entre náufragos de las calles de Tokio nos descubre, de una vez por todas, que Miike es un tipo optimista, capaz de querer profundamente a sus personajes pese a la fama de depravado y de terrorista visual que cosecha en occidente; eso sí, no faltan sus golpes de humor, sus ocurrencias grotescas (como ese perrito en llamas), o su gazpacho de géneros que le permiten incluso colar referencias a fantasmones nipones con sábanas encarnando traumas, por no decir del inserto de metaficción que habla a las claras.

Un tanto rara y anticlimática la conclusión, con ese encuadre lejano (siempre raro este hombre en sus decisiones, me da a mí, incluso en un producto más convencional para sus estándares), o en cierta morosidad del relato, con algún plano fijo. Les vemos a ambos peleando contra sus demonios respectivos, y es el humor (esa escena clave del metro), el tomarse las cosas a broma y aprender a superar unidos los problemas, la forma de superarlos o exorcizarlos. Frente a quienes se abren paso en la vida están los típicos delincuentes viejunos y hastiados de todo, aunque incluso ellos pueden desmarcarse con un gesto de nobleza (“lo más importante es la humanidad”). De lo más vistosa la secuencia de animación, muy útil para ahorrar pasta y rematar espectacularmente una persecución... destacando además el desmadre de combate en el almacén. El giro casual de los acontecimientos sólo podemos pensarlo como otro chiste, esta vez compasivo, una suerte de fatalismo noir a la inversa que sirve de redención, de reencuentro para almas tan solitarias como la del prota, un tipo vacío que avanza a golpes, sin aparentes metas ni sentimientos, pese a que todo ha estado siempre ahí.

Y otra que me he visto es 13 asesinos, ejemplo de los registros varios del Takashi, capaz aquí de dar el pego como cineasta clásico que homenajea los códigos del cine de samuráis. Durante la era del shogunato, los excesos de un gobernante sin el menor escrúpulo generan disputas en las altas esferas y un viejo samurái se propone enfrentar directamente al déspota, aún siendo lo contrario a los principios más elementales y haciéndolo en inferioridad de condiciones.

La peli empieza fuerte con un harakiri que detona el conflicto principal, ese qué hacer cuando el señor al que sirves es lo peor (si es legítima la rebelión o se le debe fidelidad ante todo)... o la diferencia entre el prota y su rival y archienemigo envidioso, posturas muy opuestas que sólo pueden resolverse con un duelo final a espada. La primera parte se dedica a explorar, con mucho sosiego y con los letreros característicos, una serie de diálogos, presentaciones, etc. que disponen cuidadosamente las piezas en el tablero, ahondan en las lógicas de este período histórico (con ese shogun tan importante, pero que nunca hace acto de presencia), la extinción de la filosofía de los samuráis, cada vez más puesta en evidencia.

Los apuntes tirando a bizarros que podrían esperarse del director quedan reducidos, por lo tanto, a las tropelías del villano y a una imagen aterradora que muestra los estragos de la mutilación en un cuerpo humano. El malo malísimo, aunque nunca se sale de su rol, tiene incluso su momento de despertar y darse cuenta de la nobleza terrible tan característica de ese espíritu guerrero del pasado. El último tramo de peli consiste en una batalla épica en un poblado convertido en una enorme trampa, entre fango, espadazos y construcciones de madera; aquí se da rienda suelta a toda esa violencia contenida en una secuencia que sólo puede calificarse como sacada de chorra, tras haber asistido previamente al proceso de reclutamiento de los trece tíos del título (aunque no estoy seguro de si me salen las cuentas), y de costumbres protocolarias, como la de detenerse en cada pueblo, que resaltan de nuevo ese mundo entre lo tradicional y lo moderno con sus propias reglas.
 
Yo creo que Ritchie es mucho más postmoderno y artificial que el Miike de First Love, a Ritchie le van los iconos y la pose y en First Love hay mucha verdad en el romance, quizás en la línea de Amor a quemarropa, en la que Tony Scott se cree con toda su alma a los personajes ...
 
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