y escondiendo los tatamis, Grubert
Después del trauma del pase de prensa de anoche, parece que la prensa especializada ha empezado a digerir la radical e interesantísima nueva película de Jaime Rosales. Ya saben, ‘Tiro en la cabeza’, una película que sigue a un terrorista de la banda ETA en su vida cotidiana rodada con teleobjetivos, sonido ambiente y diálogos inteligibles ininteligibles (ver crítica aquí). Una película que ha dividido más a la prensa especializada que la polémica Boyero/anti-Boyero o la ausencia de máquina de café en la sala de redacción.
Antes de la rueda de prensa, los corrillos del Kursaal afilaban sus cuchillos en lo que se preveía una escabechina old school. Se me ha llegado a decir que tengo que ir al psiquiatra por haber escrito que la película es interesante y en los caldeaditos pasillos daba un poco de miedo pensar en lo que mis compañeros dirían a este autor, autor con mayúsculas, autor a la vieja usanza, que no tiene miedo en proponer nuevas formas para viejos problemas. Al final, la sangre no llegó al río a la espera de su presentación, esta tarde, al público del Festival.
Rosales llegó a la rueda de prensa del Kursaal acompañado del actor principal de película, Ion Arretxe, y de los productores. Tenso silencio, flashes de fotógrafos, alguna tosecilla, y empiezan las preguntas. Rosales contestó cada una de ellas mostrando una mezcla de confianza y humildad, pensando muy bien sus palabras y dando suculentas pistas para entender su última obra. Incluso se mostró dolido cuando un asistente, preso de la rabia, le esputó que no entendía que el Gobierno de España subvencione películas como la suya.
“No se trata de una película local. En cada sitio se verá de una forma distinta. La vamos a presentar en Festivales de Nueva York, Paris y Londres”
“La película cuenta lo absurdo. Si necesitamos un poco de ideología para entender la película, la ideología se vuelve absurda.”
“Cuando hago una película pienso en el público. Quiero agradar, pero también quiero buscar nuevas formas y a veces es difícil encontrar el punto medio”
“Al conocer el asesinato de los Guardias Civiles, se me ocurrió una narración y una forma para narrarla. No es que no haya diálogos, es que no se escuchan.”
“El inhumano tiene sensibilidad como nosotros. “
“He hecho esta película desde la ingenuidad con la idea que de la ciudanía recoja sus ideas.”
“Se trata de una experiencia mixta. Por un lado hay mucho del cine clásico, incluso del cine mudo. Pero también hay algo de instalación. De hecho, vamos a proyectar la película en el Museo Reina Sofía.”
“Yo no tengo miedo, lo que tengo es mucho respeto. Si tuviera miedo, no habría hecho esto.”
“A veces sí que siento miedo. A veces voy caminando por Donosti y miro hacia atrás. Pero tengo un mecanismo psicológico que desactiva ese miedo.”
“Tenemos que buscar al otro, y reflexionar sobre él.”
Y, mientras tanto, Ion Arretxe miraba a Rosales. Un periodista preguntó a Arretxe y con ese laconismo tan vasco, abrió la boca y no hubo más que aplaudir.
“Tengo fe en Jaime Rosales. Cuando me dijo de hacer la película, un resorte interno me hizo decir que sí. Sin más. Pero además, como vasco, yo sabía que podía aportar algo a la película. Yo en esto tengo que dar la cara. Y eso es lo que hago, dar la cara.”
Y aplausos.
Esperemos que con las explicaciones del director, la película haya entrado más fácilmente en el sistema digestivo de la crítica viejuna. Después de escuchar a Rosales y Arretxe salgo reconfortado por haber visto una película de la que se podría hablar y escribir durante horas. Una película que tiene de cualidad principal la de generar debate obviando uno de los elementos que más enturbian el debate: la ideología. Ahí es nada.
LUIS MARTÍNEZ (Enviado especial)
SAN SEBASTIÁN.- Michael Haneke, el director de Funny games y uno de los cineastas que más y mejor ha investigado sobre la violencia en la imagen, confesaba no hace mucho que él jamás en su vida había asistido a un acto violento.
Cualquiera que conozca la filmografía del realizador alemán tiene derecho a sentirse sorprendido. Cualquiera que haya visto Funny games no puede volver a ver cómo se rompe un huevo sin sentir un pellizco en las cervicales. A continuación, en la misma entrevista, añadía: "Sin embargo, cualquiera que vea la televisión puede pensar que la violencia está por todas partes".
El lunes, a las siete y media de la tarde, se proyectó por primera vez en público la esperada película de Jaime Rosales 'Tiro en la cabeza'. Va sobre ETA y, obvio es recordarlo, estamos en el País Vasco. Segundos antes de la proyección, una voz aséptica se solidarizaba con las últimas víctimas de la banda terrorista en tres idiomas: euskera, español e inglés: "La dirección del Festival de Cine de San Sebastián quiere expresar su rechazo a la violencia de la banda terrorista ETA y mostrar su solidaridad con los familiares de las víctimas de los últimos atentados".
En este contexto, se antoja que las palabras de Haneke, del que Rosales parece algo más que simple asiduo, cobran especial relevancia. A él también le llama la atención el contraste que provoca la omnipresencia de la violencia en una sociedad aparentemente apacible. La idea de la película es contar una vida y, de su mano, muchas otras. Todo discurre con normalidad, se diría que todo es aburrido y simple. Como la vida misma. Y, de repente, un asesinato. Un crimen de ETA.
Con este punto de partida, el director de 'La soledad' compone una obra reveladora. Desde la lejanía, Rosales filma como lo haría un simple fisgón. El narrador se mantiene a cientos de metros de distancia para no interferir. No hay palabras. Sólo ruido (una vez se escucha nítidamente la palabra txakurra, perro policía, y nada más). Atento, como un depredador de la conducta humana, el cineasta juega a imaginarse un drama sin guión, un documental dictado por el azar. No es más que una herramienta narrativa.
Lo que importa es la sensación; la incomodidad que se transmite a un patio de butacas que se oye a sí mismo toser, moverse, enfadarse. Contados por las empleadas del cine: 500 entraron y 70 se fueron antes de que acabara la proyección. Poco a poco, minuto a minuto, el espectador se descubre él mismo espía de una realidad cercana, demasiado real. Anómala y tranquila. Y, de golpe, un asesinato de ETA.
El director Jaime Rosales (izda.) y el actor Ion Arretxe, ayer, en San Sebastián. (Foto: AFP)
Pocas veces una película ha sido tan oportuna. Probablemente, cualquiera de los visitantes que dedican gran parte del día a pasear por San Sebastián no ha contemplado un acto de violencia en su vida. Sin embargo, la violencia está ahí, forma parte de cada piedra que habita en el País Vasco. El contraste opera como catalizador del horror. Acaba la proyección y se deja de mirar desde la lejanía como lo hace el objetivo de Rosales. Ya de cerca, en el bulevar al que da el cine Principal, todo es normalidad. Y, anteayer, lo dicen los periódicos, un atentado de ETA.
En 71 fragmentos de una cronología del azar, Haneke imaginaba vidas puerilmente anónimas. A todas les unía un accidente del destino. Un asesinato violento. Rosales reproduce el mismo juego y lo dobla. La idea es enseñar la violencia real, la que cuesta mirar sin cerrar los ojos, para desenmascarar la mirada pornográfica con la que se contempla a sí misma una sociedad que ha decidido ignorar la enfermedad que padece.
Ese que aprieta el gatillo sobre la nuca de una persona que no conoce de nada, es, si se observa desprejuiciadamente, uno más de nosotros. Molesta ponerse al mismo nivel. Una valla publicitaria de una empresa de fotografía preside el asesinato. En el cartel se lee "La liberté en développement". El asesino come, duerme, hace el amor, sufre por los suyos, se alegra con ellos... Y, de repente —lo hizo en la localidad francesa de Capbreton el 1 de diciembre pasado y lo repitió hace dos días—, dispara.
Rosales transforma el cine en una ventana desde la que ver el paisaje desolado que deja una muerte violenta. La suya no es una propuesta, digamos, política como lo era la película reciente de Gutiérrez Aragón, 'Todos estamos invitados', o como lo era, desde el otro extremo (el extremo equidistante), 'La pelota vasca', de Julio Medem.
'Tiro en la cabeza' va más allá (o más acá, según se mire). No se trata de dar con el culpable. Ese ya está localizado o en busca y captura. Se trata de inquietar, de alertar. Se duerme peor después de ver 'Tiro en la cabeza' y, mientras exista ETA, es justo que así sea.
Uno se asoma a la ventana, a la pantalla, para ver a un asesino y, lo que son las cosas, ve algo peor, se ve a sí mismo a su lado. Sencillamente brillante.
Grubert dijo:
Fernando Savater se fue ayer al cine a las nueve de la mañana junto a su mujer y dos guardaespaldas. Salió bufando de la proyección de 'Tiro en la cabeza'. «Es algo que nunca se había hecho antes, y espero que nunca se vuelva a hacer», ironizaba. «La película es una vaciedad mental. Revela el vacío mental que mucha gente tiene respecto al terrorismo, sobre todo los que creen que saben algo».
El filósofo reconoce que tuvo que hacer serios esfuerzos para no quedarse dormido. «Es un filme democrático, porque aburrirá tanto a partidarios como a detractores de ETA, una tortura para todos. Y por cierto, ¿por qué en estas películas que quieren reflejar la cotidianidad de la vida real no sale nunca nadie cagando?».
Y no es que me haya vuelvo tolerante con la falta de respeto. Es que no existen diálogos audibles en ella. ¿Que si es cine mudo? Tampoco. De vez en cuando percibimos el sonido de ambiente, el tráfico de la calle, el chirrido de una puerta al abrirse, esas cositas que te transportan a la realidad y evitan que un público vulgar y no iniciado en la factura del gran arte amenace con quemar la sala porque el proyeccionista le ha quitado el sonido a las conversaciones de los personajes. No es un fallo humano. Es que el transgresor director ha decidido que no tiene el menor interés para los espectadores saber lo que piensa y lo que habla un tipo con una existencia aparentemente muy normal que va a quitarle la vida a una persona en nombre de su oprimida patria. Y por supuesto que la ausencia de diálogos no impidió en el nacimiento del cine comprender y admirar la trama que te estaban contando exclusivamente a través de las imágenes creadores como Murnau, Stroheim, Keaton y Chaplin. Pero aquí, Rosales, además de ahorrarse eso tan laborioso de tener que currar con las palabras, ha conseguido que tampoco fascine ni un poquito imaginar de qué coño está hablando el futuro verdugo.
¿Y qué hace este apasionante y trascendente personaje? Pues de todo, excepto las funciones fisiológicas relacionadas con la escatología. Si el director le retratara en el váter, a lo mejor aumentaba su dimensión dramática. Por lo demás, come en soledad, toma vinos con los colegas, visita oficinas, oye música en la Fnac, habla en un parque con una mujer y dos niños, creo que folla con una desconocida (o tal vez conocida, no se sabe), se cita con otro pavo, van a Francia, su mirada se mosquea (ése es al parecer el auténtico clímax, el momento cumbre, la leche) al reconocer a dos tipos que están en la mesa de al lado, les persiguen, les matan, secuestran un coche, atan a la dueña en un bosque. Y se acabó. Ahora, que el espectador encuentre el significado y el significante, el discurso moral y la metáfora.
¿Es grande por faltar el respeto a una persona y su trabajo, sobre una película que NO has visto?
Magnolia dijo:No, porque yo había visto la película. Hablaba de ti, no de él. Él es inofensivo...