Un locurote de principio a fin. La Julia va a tope, va folladísima. Redobla su inclinación por lo truculento, por remover estómagos (contiene secuencias que son de mirar para otro lado) y cuestionarse lo que damos por sentado, asumiendo la propia peli su condición bizarra, como pidiéndonos que aceptemos toda la sarta de delirios que nos tiran a la cara, que entremos en su juego; desde luego si uno opta por el realismo, por la lógica, está más que jodido. Lo mejor, que la directora saca esto adelante con absoluta convicción, con una potencia visual (luces, colores, no demasiado lejos de un giallo), sonora (canciones muy bien puestas), interpretativa... tan de armas tomar como una protagonista enigmática, femme fatale de incontrolable instinto asesino y sexual con una más que peculiar relación con los vehículos de gran cilindrada. Se opone lo orgánico a lo inorgánico, lo masculino a lo femenino, el nacimiento a la muerte… también la herida física y la psicológica. Pero es que los personajes nunca dejan de estar muy vivos, de ser muy humanos, en conflicto consigo mismos y con el mundo; sea por una coraza de metal que nos aísla de los demás, sea por un incendio interior imposible de extinguir, una culpa que nos devora por dentro y nos hace ver lo que no hay (fuego y metal, elementos de peso que conducen el relato, en sus imágenes y en concepto)... los dos protas son igualmente freaks y almas gemelas condenadas al encuentro pese al abismo que les separa en apariencia.
Identidades mutantes, indefinidas, procesos de degeneración física, numerosos fluidos, drogas, máquinas. Consecuencias muy diferentes de un trauma. Y una reivindicación, pese a lo “queer” que parece todo, de los lazos familiares, que a fin de cuentas, persisten, se anhelan, auténticos a su absurda manera, pues se trata de una búsqueda del otro, del amor; un amor incondicional, obsesivo y más allá de la muerte, del que nos mantiene vivos pero nos destruye, rozando incluso lo incestuoso en este caso y capaz de quebrantar un orden social; el de una masculinidad tan férrea, tan codificada, como cómoda (esa “familia” que es el cuerpo de bomberos, con sus jerarquías propias y sus rituales). El miedo a la maternidad (especialmente la no deseada) se mezcla, creo yo, con una exaltación de esta, elevada a un grotesco milagro, a un acto místico y redentor (con Bach de fondo) que supone casi una resurrección, la vuelta del hijo pródigo, encaja de algún modo lo que antes no encajaba; entiendo que la conclusión, pese a todo, es esperanzadora.
Pero cuidado, que también tenemos comedia (¡la Macarena!), una frivolidad extrema en el tratamiento de la violencia, de sacársela mucho. Mucha presencia de los cuerpos, siempre magullados, desnudos, cuerpos fuertes, o bien vulnerables; la cámara se recrea además en continuas escenas de bailes que expresan bastante; sobre el coche (planazo-secuencia incial) y sobre el camión, de objeto de deseo a objeto de confusión y ambivalencia.