- Para mí es un título redondo de guión e interpretaciones.
Tiene muchos, muchísimos momentos grandes. Destaco tres que ya he comentado alguna vez, el primero es la aparición de Jesús en el desierto dándole agua al sediento y derrotado Judá. Se aproxima un centurión que de muy malos modos intenta apartar a Jesús del prisionero "¡No hay agua para él!", y en ese instante sus ojos se cruzan con los de Jesús (cuyo rostro nunca veremos) y su mirada atraviesa el alma del centurión y se clava en su conciencia. Avergonzado el rudo soldado baja los ojos, desnudo ante la magnificencia del sencillo hijo de un carpintero.
Se ha hablado siempre de esa secuencia como símbolo de no desfallecer porque siempre hay una esperanza pero a mí me interesa más esa mirada el romano y el de Nazaret. Todo lo que dice y supone en unos segundos, sin utilizar la palabra.De hecho, casi parece que por un momento el centurión va a arrancarse a llorar. Toda su vida y acciones pasan ante él y no sería aventurado decir que recordaría hasta el final de sus días este episodio.
Por cierto que nunca se me ha apetecido más un vaso de agua fresca, que viendo esa secuencia.
El segundo es del retorno de Judá a Roma como emisario de Quinto Arrio. Su aparición en la sombra en los aposentos de Mesala y Druso y la cara de sorpresa/pavor de estos como diciendo: "Te vimos condenado a galeras y ahora nos vuelves en plan Conde de Montecristo, forradísimo y ahijado de un noble romano".
- "¿Reconoces su sello?"
El tercero es el reencuentro final de los amigos, ahora enemigos en el matade... en el hospital en el que se está muriendo Mesala. La aparición de nuevo entre sombras de Judá.
- "¡El vendrá... vendrá... ¡EL VENDRÁÁÁÁÁÁÁÁ!"
- "¿Y qué esperabas ver? ¿El cuerpo destrozado de una alimaña?"
- "¡La carrera no ha terminado todavía Judá!".