Zeros and ones es inenarrable, una locura en el sentido más literal, de película que parece concebida por un chalado, un drogadicto o simplemente alguien a quien se la suda todo al máximo nivel.
Sobre los fragmentos rotos de un thriller de acción Ferrara levanta un experimento visual, casi a la manera videoartística, con texturas, filtros, filmaciones o qué sé yo; con la imagen, a través de un marasmo visual en digital que parece renunciar a una concepción objetiva tanto de la narración como del punto de vista. El resultado es un film cuyo argumento es del todo incomprensible por mucho que uno intente armarlo en su cabeza a partir de lo que le dan, con un Ethan Hawke como hermético, impasible protagonista que además hace doble papel, cual dos polos opuestos (uno militar, el otro, perroflauta subversivo). A la búsqueda de no sabemos muy bien el qué (no lo sabe ni él mismo) y adentrándose en turbios submundos, encontrándose con gente y moviéndose por una Roma nocturna, quizá el mayor acierto de la peli; una ciudad enorme y vacía, lúgubre, desoladora, que parece el escenario de un apocalipsis que está a punto de desencadenarse, si es que no está aquí ya. A lo largo de una sola noche interminable en la que se sucede, en teoría, una siniestra conspiración. Militares ¿fascistas?, rusos ¿terroristas? además de ricachones y degenerados, asiáticos traficantes y proxenetas, y por si fuera poco, andan el Vaticano y los islamistas de por medio, conforme se aproxima un evento ¿político, religioso? de gran calibre que forma parte de una guerra que lleva milenios librándose...
Con un comentario musical de Joe Delia siempre evocativo, el lirismo, la pura fuerza expresiva y formal de la propuesta, es lo que permite aferrarse a algo. A un cine esquizoide, en carne viva y como a brochazos, donde se insertan libremente discursos, alusiones eruditas tan de este señor. No sabemos quién es quién, ni quién quiere qué, ni si algunas cosas son reales, sólo lo intuimos. En medio de los bandos, gente normal y corriente, la madre con el niño, al parecer la pareja de Abel en la vida real; el carácter de metaficción y artificio lo resalta nada menos que un prólogo y epílogo con el Hawke real, hablándonos desde su casa e intentando discernir qué coño hemos visto (gracias, Ethan). Era necesario que alguien diese la cara. Omnipresentes cámaras, drones, el Skype, torturas como las de la CIA, unos planos de explosiones que son dignos de The Asylum, sin exagerar. Una escena de sexo con un ¿hombre siendo abusado? Y todo despachado en hora y cuarto.
Me imagino a alguien viendo esto sin saber lo que hay y pensando que es una americanada de tiros corriente y moliente. Retrato impresionista, en definitiva, del estado de crisis pandémico y de la sensación volátil de caos, de fin del mundo, de poderes siniestros que emergen para apoderarse del mundo, pero que nada pueden hacer ante el gran acontecimiento, ante el milagro cotidiano de, atención a la revelación, la gente normal, los hombres, mujeres, niños, que un día recuperarán sus vidas, volverá a salir el sol, en el raro y esperanzador anticlímax que es el fin de la pesadilla, de la oscuridad.