No está mal. Trabajo de Shyamalan como esbirro de los Smith donde se cuelan rasgos de su arte, que ya es algo, al contrario que Airbender (que era la nada, y mejor ni acordarse). La historia, una memez con unos diálogos que juraría haber escuchado mil veces antes, unos confictos y traumas de manual, y un principio y un final como para echarlos a todos a los cocodrilos, de puro tópico y blando. En medio del paréntesis, una aventura videojueguil que se deja ver con agrado gracias al pulso narrativo del indio, a lo cual hay que sumarle una elegancia y un cuidado visual inusuales para el juntaplanos de turno. O sea, que la película podrá ser descafeinada, cursi, falta de originalidad... pero al menos hay una evolución marcada de los personajes, una manera de contar pausada que se adecúa a lo contado y cierto sentido de la aventura.
Lo peor de la función, precisamente papá y el niño, que son la antipatía personificada. El Smith, con cara de estreñimiento perpetuo (menos mal que no estorba demasiado), y el otro, pues un cani que oscila entre lo inexpresivo y el gesto de caniche apaleado en los momentos dramáticos. Luego está un atentado a la lógica como es el de los supermarines espaciales con una tecnología acojonante que luchan... con putas lanzas, o sin ir más lejos, el trasfondo de esa humanidad emigrada a otro planeta frente a los monstruos aquellos, que apenas nos lo cuentan al principio de pasada. La moralina “new age” de vencer nuestros miedos y tal, más obvia y de garrafón imposible.
Haciendo balance, el resultado es (en mi opinión) positivo, dentro de la mediocridad. Una de ciencia-ficción discreta, sin alardes, tras la que se percibe al Shyamalan de siempre y sus temáticas (familia, incomunicación, naturaleza, prueba de fé...) aunque lejano y prostituido. No sé cómo le sentaría un segundo visionado.