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Al margen del tema principal y bastante obvio de
El gran carnaval, es decir, la denuncia del amarillismo y los fenómenos mediáticos creados artificialmente, donde no es prioritario el interés humano sino el de unos pocos ansiosos por sacar tajada, esto viene a ser una crónica de perdedores de lo más amarga. De un tipo resentido y temperamental, perseguido por sus demonios alcohólicos y que viene a alterar la tranquilidad de un pueblo de mala muerte en Nuevo México, manipulando, usando a su favor y removiendo los bajos instintos de quienes encuentra a su paso.
Todo sea por la noticia, el filón económico, lo que sea; la situación (un pobre desgraciado atrapado en una cueva) se va de las manos y le estallará en la cara a nuestro hombre cuando ya es demasiado tarde. Pero por muy miserable que sea, de nada valdrían sus esfuerzos si no contara con un caldo de cultivo ideal, con la de indiferencia de unos, la ambición desmedida de ciertas serpientes de cascabel bajo la piel de agentes de la ley y el orden, o con las frustraciones de una mujer que se ha equivocado de vida; la femme fatale de un turbio e inusual noir en el que no falta ese pobre cabrón que sólo tenía la ilusión de la riqueza y que acaba siendo víctima nada menos que de una maldición. Él es de los pocos ajenos a este “carnaval” de seres indeseables que colaboran únicamente por sus motivos egoístas; un circo literal tras cuyos oropeles sólo se esconde la mentira, la corrupción en todos sus órdenes, y en última instancia, un asesinato colectivo.
Relato sobre la culpa, sobre un sujeto enfrentado a sí mismo y sus intentos de engañarse, donde asoma cierto componente religioso (tanto católico como propio de las creencias de los nativos) y moral. Kirk Douglas entrega una de sus interpretaciones más intensas, en lo que se nota que es una película para su puro lucimiento, de actor muy bueno que lo sabe y que ofrece un recital tal vez pasado de rosca, en cada uno de sus gestos y de sus movimientos; una presentación, con el coche arrastrado por una grúa, que por sí misma ya lo dice todo. Sobre la redención también, pues parece que al fin y al cabo hay un ser humano ahí dentro, por mucho que hasta el final demuestra esa fiereza, ese periodismo canalla de pura raza que muere matando si hace falta. En ningún caso una crítica al oficio, pues se defiende ese periodismo honrado y en minoría, cierto idealismo encarnado en ese director de un periódico de provincias.
En lo visual destaca el encuadre y la disposición de elementos en él, en interiores y también en secuencias de masas, un paisaje rocoso y cómo éste va llenándose, con cada vez mayor ironía (el precio de entrada incrementándose, la canción de pacotilla que le componen al accidentado, la excusa de lo caritativo…). En las transiciones y elipsis, por cierto, es donde tal vez se ve el célebre “¿cómo lo haría Lubitsch?” de Wilder; las escaleras, la máquina escribiendo sola…
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