Pues ahí estoy en mi segundo intento de pasarme el juego.
La primera vez que lo intenté, avancé bastante y llegué a tener nivel 80 o así. Por cosas de la vida (ya sabéis, trabajo, familia y todas esas cosas que nos apartan de lo verdaderamente importante) lo tuve que dejar y, cuando quise retomarlo, vi que había perdido el hilo y no me enteraba de por dónde iba. Así que decidí empezar de cero.
El inicio en este juego es duro, bien lo sabéis vosotros, sobre todo hasta que acabas con el Padre Gascoigne. Ahí se empieza a subir de nivel más rápido y se hace más llevadero... Hasta que te encuentras algún hueso duro de roer.
En mi caso es el hijo de mil padres que está en la torre de Viejo Yharnam. Ese desgraciado me hizo sufrir la primera vez que nos encontramos y me está haciendo sufrir ahora. He llegado preparado, nivel 32, pero aún así hace conmigo lo que quiere. Es que ni le rozo. Pero no podrá conmigo, le destrozaré como hice en su día. Todavía recuerdo el día que le maté la primera vez... Me caí de la torre mientras el incaba las rodillas. El grito que pegué todavía resuena en mi barrio y mi deuda con dios se multiplicó por todo lo que maldecí aquel día. Si, el juego me castigó sin piedad. Le había matado, lo vi. Vale, me caí y me maté, pero una visita al sueño del cazador lo habría arreglado todo. Aún así tuve que volver a enfrentarme a el. La rabia y la ira que sentí se salían de todas las escalas.
Hay veces que me pregunto por qué sigo con este juego, si no hace más que torturarme. No es normal urgar en una herida que te duele ni seguir echando picante a la comida cuando estás llorando por el picor. ¿Por qué sigo entonces con Bloodborne? ¿Por qué me he empeñado en sacar el platino de un juego que puede acabar con mi maltrecha salud mental?
¿Tenéis alguno respuestas a estas preguntas?