Cajón de sastre

Respuesta: Cajón de sastre

como lector del ABC lo considero mil veces mejor que La Razón en todos los aspectos (de forma y fondo), de La Razón lo único destacable (que no es poco) es Marhuenda desatado.

el problema es que el nacimiento del segundo, por puro despecho, nunca consiguió asentarse y uno no sabe muy bien cuál es el lector tipo del periódico, mejor cubierto por otros diarios con más profesionalidad.

aunque a estas alturas, entre que el papel cada vez vende menos e Internet es una selva de sobreinformación, cada vez desconozco más esta realidad mediática en profunda transformación, ¿hay recambio generacional suficiente en el lector habitual del ABC? tengo serias dudas :pensativo
 
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ARTURO PÉREZ-REVERTE
El cáncer de la gilipollez



No somos más gilipollas porque no podemos. Sin duda. La prueba es que en cuanto se presenta una ocasión, y podemos, somos más gilipollas todavía. Ustedes, yo. Todos nosotros. Unos por activa y otros por pasiva. Unos por ejercer de gilipollas compactos y rotundos en todo nuestro esplendor, y otros por quedarnos callados para evitar problemas, consentir con mueca sumisa y tragar como borregos -cómplices necesarios- con cuanta gilipollez nos endiñan, con o sin vaselina. Capaces, incluso, de adoptar la cosa como propia a fin de mimetizarnos con el paisaje y sobrevivir, o esperar lograrlo. Olvidando -quienes lo hayan sabido alguna vez- aquello que dijo Sócrates, o Séneca, o uno de ésos que salían en las películas de romanos con túnica y sandalias: que la rebeldía es el único refugio digno de la inteligencia frente a la imbecilidad.

Hace poco, en el correo del lector de un suplemento semanal que no era éste -aunque aquí podamos ser tan gilipollas como en cualquier otro sitio-, a un columnista de allí, Javier Cercas, lo ponían de vuelta y media porque, en el contexto de la frase «el nacionalismo ha sido el cáncer de Europa», usaba de modo peyorativo, según el comunicante, la palabra cáncer. Y eso era enviar «un desolador mensaje» e insultar a los enfermos que «cada día luchan con la esperanza de ganar la batalla». Y, bueno. Uno puede comprender que, bajo efectos del dolor propio o cercano, alguien escriba una carta al director con eso dentro. Asumamos, al menos, el asunto en su fase de opinión individual. El lector no cree que deba usarse la palabra, y lo dice. El problema es que no se limita a expresar su opinión, sino que además pide al pobre Cercas «que no vuelva a usar la palabra cáncer en esos términos». O sea, lo coacciona. Limita su panoplia expresiva. Su lenguaje. Lo pone ante la alternativa pública de plegarse a la exigencia, o -eso viene implícito- sufrir las consecuencias de ser considerado insensible, despectivo incluso, con quienes sufren ese mal. Lo chantajea en nombre de una nueva vuelta de tuerca de lo política y socialmente correcto.

Pero la cosa no acaba ahí. Porque en el mentado suplemento dominical, un redactor o jefe de sección, en vez de leer esa carta con mucho respeto y luego tirarla a la papelera, decide publicarla. Darle difusión. Y así, lo que era una simple gilipollez privada, fruto del natural dolor de un particular más o menos afectado por la cosa, pasa a convertirse en argumento público gracias a un segundo tonto del culo participante en la cadena infernal. Se convierte, de ese modo, en materia argumental para -ahí pasamos ya al tercer escalón- los innumerables cantamañanas a los que se les hace el ojete agua de regaliz con estas cosas. Tomándoselas en serio, o haciendo como que se las toman. Y una vez puesta a rodar la demagógica bola, calculen ustedes qué columnistas, periodistas, escritores o lo que sea, van a atreverse en el futuro a utilizar la palabra cáncer como argumento expresivo sin cogérsela cuidosamente con papel de fumar. Sin miedo razonable a que los llamen insensibles. Y por supuesto, fascistas.

Ahora, queridos lectores de este mundo bienintencionado y feliz, echen ustedes cuentas. Calculen cómo será posible escribir una puta línea cuando, con el mismo argumento, los afectados por un virus cualquiera exijan que no se diga, por ejemplo, viralidad en las redes informáticas, o cuando quien escriba la incultura es una enfermedad social sea acusado de despreciar a todos los enfermos que en el mundo han sido. Cuando alguien señale -con razón- que las palabras idiota, imbécil, cretino y estúpido, por ejemplo, tienen idéntico significado que las mal vistas deficiente o subnormal. Cuando llamar inmundo animal a un asesino de niños sea denunciado por los amantes de los animales, decir torturado por el amor sea calificado de aberración por cualquier activista de los derechos humanos que denuncie la tortura, o escribir le violó la correspondencia parezca una infame frivolidad machista a las asociaciones de víctimas violadas y violados. Cuando decir que Fulano de Tal se portó como un cerdo irrite a los fabricantes de jamones de pata negra, llamar capullo a un cursi siente mal a los criadores de gusanos de seda, tonto del nabo ofenda a quienes practican honradamente la horticultura, o calificar de parásito intestinal al senador Anasagasti -por citar uno al azar, sin malicia- se considere ofensivo para los afectados por lombrices, solitarias y otros gusanos. Sin contar los miles de demandantes que podrían protestar, con pleno derecho y libro de familia en mano, cada vez que en España utilizamos la expresión hijos de puta.

:mparto
 
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Enric González: Con todos mis respetos

El nacimiento de mi hija fue complicado. Clara y Lola, su madre, tuvieron que permanecer un cierto tiempo en la unidad de cuidados intensivos de la Clínica Dexeus. Resultó que la Seguridad Social sólo cubría el parto y el resto me correspondía a mí. La factura ascendió a 12 millones de pesetas, lo que entonces costaba un piso. Me era imposible pagar. El diario El País, que entonces dirigía Juan Luis Cebrián, se hizo cargo del asunto. El mismo diario, con el mismo director, me pagó cursos en Esade y me procuró una beca en Estados Unidos.

No quiero olvidar esas cosas.

Incluso teniéndolas presentes, ahora comparto la opinión universal sobre Cebrián. A mí también me causa horror y una cierta repulsión. Pero prefiero pensar que está enfermo y que la cura a su enfermedad no puede pagarse con dinero. No debe ser, como pensé hace unos años, un simple caso de ludopatía bursátil. Si fuera así, habría recuperado ya la lucidez. Dudo que lo suyo tenga remedio. Es una lástima.

Después de 27 años en El País, creo que debo irme. La decisión de despedir a un tercio de la redacción me permite acogerme, sin negociaciones particulares, a la indemnización que se establezca para el colectivo. El País ha hecho por mí mucho más que yo por él y hasta no hace mucho confiaba en que pese a la crisis, la general y la del sector, lograría superar sus disfunciones. Ya no confío. Conviene, sin embargo, subrayar algo: en 1976 trabajaba en la Hoja del Lunes de Barcelona y cuando llegó a mis manos el primer ejemplar de El País pronuncié una frase lapidaria: “Esto no dura seis meses”. Como se ve, carezco de dotes proféticas.

Desconozco quién figura conmigo en la lista de los que se van. Solo sé que son compañeros y amigos. Igual que casi todos los que se quedan. Por eso quiero suponer que me equivoco de nuevo y que El País, que seguirá contando tras los despidos con bastantes de los mejores periodistas de España (e, inevitablemente, con unos cuantos personajes lamentables), aún valdrá la pena.

He escrito estas líneas con vergüenza. Que yo deje un empleo carece de interés. Que más de diez docenas de periodistas sean despedidos de un periódico que baña en oro a sus directivos y derrocha el dinero en estupideces es bastante grave. Que en España haya millones de personas sin trabajo y con muchísimas dificultades para llevar una vida digna, mientras algunos se enriquecen a costa de la miseria ajena, es una tragedia.

Perdonen el desahogo. No volverá a ocurrir

http://www.jotdown.es/2012/10/enric-gonzalez-con-todos-mis-respetos/
 
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ARTURO PÉREZ-REVERTE


Dunkerke y Melilla (por ejemplo)


Mientras repaso las Memorias de Winston Churchill, caigo sobre el relato de Dunkerke. Como saben ustedes, cuando los alemanes invadieron Francia y Bélgica en 1940, la fuerza expedicionaria británica se replegó hacia esa ciudad de la costa. Y allí, bajo duros bombardeos, la Armada Real evacuó de modo ejemplar a 340.000 hombres, incluidos franceses y belgas. Los británicos, según su envidiable costumbre, dieron la vuelta a la derrota para convertirla en episodio heroico: omitieron mencionar los episodios de saqueo, destrucción, alcoholismo colectivo e indisciplina que sus tropas protagonizaron en la retirada, pusieron el acento en la proeza de rescatar a las tropas cercadas, y adornaron el asunto con detalles patrióticos eficaces, entre los que destacó el hecho real de que en los dos últimos días, una flotilla de pequeñas embarcaciones tripuladas por navegantes particulares y miembros de clubs náuticos ingleses, que acudieron con carácter voluntario al llamamiento del Gobierno, cruzaron el canal y estuvieron recorriendo la costa francesa para rescatar a grupos de rezagados.

Coincide mi repaso a Churchill con tiempos de agitación mediática por las elecciones en Cataluña y otras discutibles lealtades periféricas, pasto de columnistas de prensa y tertulianos varios. Y escuchando a la peña, oigo subrayar la diferencia entre tener una Escocia o un Gales británicos, tener una Bretaña, una Córcega, una Cataluña o un País Vasco franceses, o tener aquí el espectáculo que tenemos. ¿Cuál es la diferencia?, inquiere retóricamente el tertuliano. Y claro. Mi imaginación calenturienta, tocada de refilón por Dunkerke, se pone al tajo. La diferencia, concluyo, es la que va de las Malvinas a Perejil. De Gibraltar a Vélez de la Gomera. De la Batalla de Inglaterra a los reinos de taifas. De la guillotina que nunca tuvimos al confesor de Fernando VII. De la reina Victoria al putón de Isabel II. De Churchill, De Gaulle o Ángela Merkel a Franco, Azaña o Companys para acabar en Aznar, Zapatero y Rajoy. Y metidos en hazañas bélicas, de Dunkerke a Ceuta. O Melilla.

Porque ahora, háganme el favor, imaginen una crisis gorda, de las nuestras, al otro lado del agua. En Melilla, por ejemplo. Estimen el paisaje: esas masas musulmanas con velo y barba, sus imanes a la cabeza, bajando del Gurugú camino del paraíso del Profeta. Esa intifada moruna en la ciudad, con los barrios más duros, que son unos cuantos, llenos de barricadas y patas arriba. Esos minaretes comunicando al personal, por megafonía, que Alá ilá-lá ua Muhammad rasul Alá. Esos legionarios y soldados regulares que se llaman Alí, Mimún y Mohamed diciéndole a la sargento Maricarmen que sí, en efecto, que faltaría más. Que están dispuestos a defender la ciudad como fieras. Que la duda ofende. E imaginen, también, al enérgico Gobierno español diciéndole a la población europea de allí que tranquila, que todo está bajo control; y la población europea, en lógica respuesta a las ya famosas garantías gubernamentales, corriendo acto seguido maleta en mano hacia el puerto, despavorida, en plan mahometano el último. Y en pleno pifostio, como España ni tiene barcos de guerra, ni tiene flota mercante ni tiene una puñetera mierda, al ministro de Defensa de turno se le ocurre la idea: «Vamos a hacer como en Dunkerke -dice-. Con dos cojones». Y en el telediario sale Ana Blanco pidiendo a los capitanes y patrones de embarcaciones deportivas, a los particulares que tienen velero o motora amarrados en los clubs náuticos, a los cuatro pescadores con barco que nos quedan, a Álvaro de Marichalar con su moto náutica y a Borja Thyssen con el yate Mata-Múa de su madre, que acudan a Melilla para evacuar a la peña. Por la cara. Y los antedichos, imagínense, dándose bofetadas en los pantalanes para embarcar los primeros rumbo a donde haga falta; y en vez de irse a Ibiza ponen todos el cabo Tres Forcas en el Gepeese y tiran millas para el norte de África, haciendo sonar las sirenas mientras cantan emotivos himnos solidarios, con sus bermudas rojas de raya y dobladillo, sus náuticos Rockport y sus polos Lacoste -La flotilla de la esperanza, titularía ABC-, húmedas las mejillas con lágrimas de emoción fraterna, a rescatar compatriotas jugándose el todo por el todo. Y una vez allí, bajo las bombas de la Luftwaffe moruna, a arrimarse heroicamente a las playas y al puerto, con un ojo en la sonda y otro en la enseña nacional, para evacuar a civiles y militares mientras, en tierra, los ciento cuarenta panchitos de la compañía Bravo de la XXXIII bandera paracaidista se sacrifican hasta el último cartucho para asegurar la defensa del perímetro.

Y claro. Luego me preguntan por qué a veces a menudo, últimamente me gustaría ser inglés. O francés. Lo que fuera.

:cuniao
 
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Desengaños por Fernando Sánchez Dragó.

No se engañen. No van a venderse ni a leerse más libros por mucho que los libreros instalen en las librerías tableros de ajedrez, butacas de orejas, wifi de gorra, teatrillos de cámara, proyecciones de cortos, barras atendidas por camareras de buen ver, espacios de tertulia, obrador de dulces caseros, retransmisión de partidos de fútbol, salitas de exposiciones, almonedas de vintage, tarimas para que un premio Nobel perore o básculas para calcular el precio de la mercancía impresa.

Esos libreros son como los directores de periódico convencidos de que sus cabeceras saldrán de apuros si regalan deuvedés, manuales de yoga, condones con sabor a fresa, prontuarios de consejos para adelgazar, papeletas para la rifa de un apartamento en Aluche o bonos para subirse a la noria del parque de atracciones. Ignoran los unos y los otros que la lectura es atención, no distracción, y caen en la trampa de pensar que el medio es el menaje y no el mensaje.

No se engañen. Lo que se ve en Gandia Shore no es la imagen de Gandía ni, menos aún, la de Gandhi, por más que éste, como los protagonistas de ese documental nauseabundo, también fuera en taparrabos. Lo que se ve ahí es la imagen que la España corrompida por la lepra del turismo y la moral del "todo vale si arroja dividendos" proyecta en el resto del mundo. Ya lo dijo Fraga: somos diferentes. ¡Y tanto! El país es un inmenso botellón en el que la turba –ya sea foránea, ya vernácula– hace lo que le sale del culo, porque cabeza no tiene.

No se engañen ni se dejen engañar. No vamos a salir de esta crisis en 2013, ni en 2017, ni nunca. La situación es irreversible. El naufragio es definitivo.

No se engañen. Entrar en Europa e incorporarse al euro fue algo similar a lo que en la Biblia dicen que hizo el idiota de Saúl. Pongan "soberanía" donde el texto citado puso "primogenitura". No hay plato de lentejas que no se acabe.

No se engañen. El grueso de la culpa del maremoto que nos ahoga no es de los banqueros (eso pensaban los nazis y llegó Auschwitz). La banca es sólo un cauce, un pararrayos, un catalizador, una anécdota. El verdadero, aunque no único culpable de lo que sucede, es la socialdemocracia. Quizá sea Keynes, que nunca derramó una gota de sangre, pero sí muchas de tinta envenenada, el mayor genocida de la historia.

No se engañen. Los chinos, que no son socialdemócratas, aunque sí mafiosos, están a la vuelta de la esquina. Seguro que hay uno en la de la calle donde ustedes viven. Salgan y lo comprobarán.

http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/dragolandia/2012/10/20/desenganos.html

:juas
 
Respuesta: Cajón de sastre

No se engañen. El grueso de la culpa del maremoto que nos ahoga no es de los banqueros (eso pensaban los nazis y llegó Auschwitz). La banca es sólo un cauce, un pararrayos, un catalizador, una anécdota. El verdadero, aunque no único culpable de lo que sucede, es la socialdemocracia.

:mparto
 
Respuesta: Cajón de sastre

Pues si lo analizas sin prejuicios y lo despojas del poso deironía y mala leche, no es tan gracioso... Ni mucho menos. :|
 
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Claro, claro... la socialdemocracia es la causante de la crisis, por eso países con gobiernos de derechas se han hundido tanto o más que aquellos con gobiernos socialdemócratas.
 
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Decir que la banca no es culpable de esta crisis o tratar a Keynes de genocida... sí, es graciosísimo, ya sea porque quien lo defienda así es o bien un ignorante o bien un provocador malicioso y la única respuesta razonable es burlarse de semejante pendejada.
 
Respuesta: Cajón de sastre

El liberalismo nos ha llevado a esto, de eso no duda nadie. Y concretando en este pais, seguido de servilismo, ignorancia y corrupción
 
Pues si, junto con los economistas del mundo. A ver si crees que lo del crash mundial y las burbujas son por exceso de regulación... :doh

Un poco de seriedad, por favor


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Léete como ha sido el crash, léete como Lehman cayo y arrastro media Europa por la desregulacion y el liberalismo económico sin limites. ¿De verdad lo dices en serio? La desregulacion ha hecho que los mercados agiten a los países como muñecos de trapo, ha multiplicado la pobreza por diez y expande las diferencias, mientras que los políticos campan a sus anchas vendiendo los negocios públicos a sus amiguitos, "liberalizando"

No se ni como insinúas lo contrario, el liberalismo es el paradigma económico que acaba de fracasar y hundiendo en la miseria. Menos en España, en el resto de países que han producido el crash eran de derechas (y aqui es el banco gestionado por la derecha, Bankia, quien nos hunde)

Dame un solo argumento para decir que el liberalismo nos ha traído algo bueno. Por favor no confundamos al personal, que ya tenemos a Rajoy para eso


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Respuesta: Cajón de sastre

y aqui es el banco gestionado por la derecha, Bankia, quien nos hunde

Bueno, la verdad es que estaba un poco gestionado por todos.

Dame un solo argumento para decir que el liberalismo nos ha traído algo bueno.

Hay cosas del liberalismo como ideario que son indiscutiblemente buenas: libertad de prensa, de expresión, principios de igualdad, laicismo, división de poderes, etc. Ocurre como muchas otras ideologías: la intención es buena, la teoría no suena mal, la práctica es dudosa y sus practicantes aún más.
 
Respuesta: Cajón de sastre

Eso no es del liberalismo contemporaneo, o en los paises no liberales (aka socialdemocratas no tienen libertad de prensa, de expresión, principios de igualdad, laicismo, división de poderes, etc
 
Respuesta: Cajón de sastre

Una cosa es el liberalismo -como sistema que promueve las libertades civiles- y la otra el liberalismo económico.
Negar que el liberalismo económico ha fracasado como sistema económico es de torpes, o de gente temerosa que se resiste a admitir un futuro negro.

Quién nos ha llevado a esto?
"El mercado se autorregula solo", "el problema es el estado, el mercado es la solución", "si la vivienda se vende, es que alguien la compra", son ideas repetidas por los defensores del neoliberalismo, como los gobiernos de Reagan, Thatcher o -posteriormente- Aznar. (ZP no lo incluyo por inútil)

Todavía me acuerdo cuando en este mismo foro, y ante el aumento especulativo del precio de la vivienda, yo defendía la intervención del gobierno para regularlo (por ejemplo, mediante un impuesto que gravara las viviendas vacías). Enseguida saltaron los de siempre poniendo a parir esas medidas "intervencionistas".
Pues hala, disfruten el anti-intervencionismo votado :hola
 
Respuesta: Cajón de sastre

Exacto LoJaume, me refería al liberalismo económico como modelo de fracaso
 
Respuesta: Cajón de sastre

No debemos confundir el liberalismo con la doctrina neoliberal nacida en los años ochenta a partir de personajes discutibles como Margaret Thatcher o Ronald Reagan, o el mismísimo demonio que responde al nombre Alan Greenspan con el concepto liberal. Greenspan es un ejemplo de ese viejo dicho español de "bicho malo, nunca muere". Afortunadamente hay excepciones que confirman la regla.

No deja de ser irónico que dos conceptos tan aparentemente bonitos como neo (nuevo) y liberalismo, juntos formen una ideología maligna que nos ha traído a este punto de inflexión histórico. Seguramente, mañana el mundo habrá cambiado.

La doctrina liberal no es negativa per se, es uno de esos sistemas que no son malos, que incluso en momentos como el actual quedan autojustificados. El malo, el malvado, el villano es el ser humano que usa ese sistema y sus posibles y probables debilidades para corromperlo. Es el que ensucia una doctrina, una ideología, una filosofía y un pensamiento. Es el que le da la vuelta y se saca de la manga el neoliberalismo, la desregularización total y vergonzosa promovedora de burbujas enormes que nos devoran y nos machacan.

Pero como digo, es un momento de inflexión. Lineas arriba he dicho que el liberalismo es uno de esos sistemas que aún a día de hoy se autojustifican, y si tengo la suerte de que me lea alguien, seguramente se habrá preguntado a qué diantres me estoy refiriendo. Hoy en día, sería de ingenuos pensar que la respuesta y la salvación a la burbuja es la idea de más Estado. El neoliberalismo ha diluido unas lineas que anteriormente estaban mejor delimitadas. El problema actual, es el sistema, y el Estado forma parte de él. Esos gobernantes corruptos, esos gobiernos sujetos a la voluntad del banquero y no de la soberanía nacional que justifica su existencia, ahora son un cáncer, una enfermedad que está dañándonos más que nunca.

Y es que no deja de ponerte de mala leche, que debido a la mala práxis de los distintos gobiernos y la propia ignorancia y conformismo de los gobernados, en nuestros recibos de IBI venga una bonita subida que no servirá para hacer piscinas o hacer del sitio de mierda en el que vives un lugar mejor, con mayor calidad de vida, no... Te suben los impuestos para pagar los frutos de su corrupción sin que tú recibas nada a cambio más que más y más promesas incumplidas dichas por personas sin honor.

Por lo tanto, lo que uno desea es que el sistema te deje en paz, que te moleste lo menos posible, qué puedas vivir sin que se te revuelvan las tripas pensando en lo que han hecho tantos hijos de la gran puta. Quieres ser libre, en el concepto lo más elevado posible. Y esta democracia no nos da la libertad, sino la dictadura de tener que participar por cojones en un sistema basado en que consumas durante toda tu puta vida sin salirte del reducido redil que te permite la sociedad, brazo ejecutor del sistema.
 
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Arturo Pérez - Reverte
Aquella Hispania cañí

Imposible no sonreír, al principio, y que luego se te vaya helando la sonrisa. Estás una tarde de lluvia dándole un repaso a la Historia Romana de Apiano; y cuando te metes en el libro Sobre Iberia empiezas, como digo, sonriendo al leer aquello de «a la que algunos llaman ahora Hispania en vez de Iberia», y piensas que no iría mal a ciertos oportunistas y analfabetos, los que sostienen que la palabra España es concepto discutido y discutible, leer al amigo Apiano y enterarse de que los romanos ya nos llamaban así en el siglo II, cuando los emperadores Trajano y Adriano; que, para más recochineo, nacieron en esa Hispania que ahora dicen que nunca existió. Y si algo queda claro leyendo a Apiano o a cualquiera de sus colegas, es que España ya era entonces cualquier cosa menos discutible. No sólo por razones geográficas y administrativas, sino por la peña que la poblaba: nuestros paisanos de entonces, que tanto recuerdan a los de ahora. Sus maneras familiares e inequívocas, a poco que te fijes. Si algo hemos sido aquí toda la vida es indiscutidos de pata negra. Indiscutibles hasta el disparate.

Y es que lees y te tronchas. Con risa más bien desesperada, claro. Horrorizándote al mismo tiempo. Sobre Iberia abunda en ejemplos. Ese romano que llega muy sobrado con la toga, las legiones y los planos del acueducto bajo el brazo y pregunta: oigan, ¿con quién hay que hablar aquí? Pero no se aclara mucho, así que pacta con la tribu de los moragos -vamos a inventar nombres-, que son los primeros que se topa. Pero resulta que los moragos son vecinos de los berrendos, que odian a los moragos porque les pisan los sembrados y sus mujeres son más guapas. Así que los berrendos se niegan a pactar con Roma, más que nada por joder a los moragos. Mientras tanto, los castucios, cuyas minas de plata son codiciadas por todos, se llevan mal con los berrendos y los moragos. Y en vez de unirse los tres y darle de hostias al cónsul Flavio Vitorio y a sus legionarios, cada uno va a su aire, con lo que al final allí no manda nadie y todo es un carajal. Así que el tal Vitorio se cabrea; y como no hay modo de ponerlos de acuerdo, pasa a cuchillo a los castucios y a los berrendos, de momento, y vende a sus mujeres y niños como esclavos, para gran gozo de los moragos; que a su vez, secretamente, negocian con los cartagineses por si acaso. Pero resulta que de la anterior matanza escaparon unos cuantos, que se echan al monte mandados por un jefe llamado Turulato. Y el tal Turulato se dedica a sabotear acueductos y cosas así, de manera que destituyen en Roma a Flavio Vitorio y mandan al nuevo cónsul Marco Luchino, que pacta con Turulato. Entonces los moragos, mosqueados por el éxito de Turulato, se sublevan contra Roma y resisten en la ciudad de Cojoncia, donde antes que rendirse se suicidan todos heroicamente. El compadre Luchino se las promete felices y sigue con el acueducto, pero hete aquí que otro pueblo de allende el Betis, los lepencios, se subleva porque ese año no llueve y culpa de eso a Roma. El cónsul Luchino, que va conociendo el percal, convoca a los lepencios para negociar, prometiéndoles todo, y cuando están juntos los degüella a mansalva y vende como esclavos, etcétera. A ver si acabamos el acueducto de una puta vez, dice. Pero de la matanza escapan varios lepencios con sus familias, así que vuelta a empezar. Y cuando a éstos rebeldes los acorralan en la ciudad de Ayamontesia y se suicidan todos y parece que al fin la cosa funciona, Turulato, que se aburre de pactar y quiere un estatuto asimétrico para Lusitania, se subleva otra vez. Y al agotado Luchino le da un ataque de nervios horroroso y lo sustituye el cónsul Voreno Claro, que soborna a los fieles capitanes de Turulato; y éstos le dan a su jefe setenta y ocho puñaladas mientras asiste a una corrida de toros en Rondis. Después, el cónsul Claro, que cada vez lo tiene más claro, convoca a los fieles capitanes que se cargaron a Turulato, los pasa a cuchillo y a sus familias las vende, etcétera. Pero en ésas se le sublevan los quelonios, tribu de aquende el Miño. Así que el cónsul los extermina, se suicidan, los vende y tal. Y justo cuando acaba, se amotinan los malagones, en la otra punta de Hispania. Y al cónsul Claro lo sustituyen por el cónsul Cayo Siniestro. Y entonces...

¿Discutida y discutible? Venga ya. España es tan añeja y auténtica como esta cita de Sobre Iberia referida a un rebelde hispano vencido por Pompeyo y enviado a Roma como esclavo con su gente: «La arrogancia de estos bandidos era tan grande, que ninguno soportó la esclavitud, sino que unos se dieron muerte a sí mismos, otros mataron a sus compradores y otros perforaron las naves durante la travesía».

Y es que llevamos dos mil años siendo los mismos. O casi. Con el acueducto sin terminar.

http://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/725/aquella-hispania-cani/

:cuniao
 
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