Una famosa actriz (López Arnaiz) con dudosas intenciones y armada con una escopeta vuelve a su pueblo natal del norte, que tuvo que abandonar después de ciertos sucesos oscuros del pasado.
Thriller de venganzas en torno a los abusos, las heridas del alma y también las físicas y que quedan a perpetuidad. Sobre los depredadores que, revestidos de una aureola artística y de prestigio, logran seducir a personas inocentes, jugar con ellas, para utilizar, dañar y, a la hora de la verdad, desembarazarse de ellas a conveniencia. La relación de hombre adulto y adolescente ingenua y llena de ilusiones pasa por un amor puro, pero nunca es igualitaria, contando además con la impunidad que permite el silencio cómplice de la colectividad.
La película en general lo tiene todo bastante claro y condena sin ambages a este personaje patético y despreciable, pero cuando llegamos al momento de la verdad, a ese estallido de la violencia y de la retribución, parece que le tiembla el pulso (como a la protagonista, vaya) y nos abandona en la incertidumbre y con nuevos interrogantes, de manera circular y conforme a la cita de T. S. Eliot: “en mi fin está mi principio”.
Como propuesta me ha parecido, tengo que decirlo, bastante inane. Genera y dilata un misterio, con una tensión considerable, para resolver algo que, precisamente, carece de mucho misterio y que nunca deja de ser lo que parece; un film de denuncia, sin ahondar en grandes sutilidades que, en el contexto actual, serían inadmisibles... a diferencia de “La mala educación” de Almodóvar, o lo que es lo mismo, algo mucho más provocador, denso y problemático en lo moral.
Y me tomo la libertad de comparar directamente esta Nina con el manchego por la sencilla razón de que estamos ante una copia de su cine al máximo nivel de descaro, más allá de que lo asuma como referente directo (sin alcanzar nunca sus dimensiones). Estética en colores fuertes, música efectista, homenaje al suspense clásico, vestuario, iconografía y referencias cinéfilas, presencia de la literatura… incluso los secundarios entre mágicos y simpaticotes, cierta deconstrucción temporal del relato, ese desgarro con un punto de nostalgia, o las alusiones a un folclore muy castizo en forma de procesiones y religiosidad popular, lo toma todo de Almodóvar.
La leyenda de la virgen, los cazadores furtivos y sus disparos que todos oyen pero ignoran… metáforas muy de chichinabo. Nos queda, pese a todo, una destreza de la directora con el montaje y la puesta en escena, con secuencias hábilmente resueltas, buenas interpretaciones (mayestática Arnaiz y siempre elegante y siniestro Grandinetti) y la esperanza de que Jaurrieta puede hacer cosas interesantes en el futuro, pero suyas propias y sin pretender imitar a nadie.