No tenemos vacunas, pero sí elecciones
Jesús CachoSon los síntomas de un enfermo en apariencia irrecuperable. Cada semana, casi cada día, los datos que el equipo médico libera sobre este paciente de quinientos y pico mil kilómetros cuadrados y casi 47 millones de habitantes son peores que los de la semana, que los del día anterior. El enfermo ha perdido el pulso y delira extraviado cual náufrago abandonado a su suerte. Ayer miércoles supimos de la moción de censura planteada en Murcia contra el Gobierno de López Miras por el PSOE (17 escaños en el Parlamento regional) y Ciudadanos (seis escaños). No es baladí: el PSOE es el partido que sostiene al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. El enfermo que yace en la UCI arrastra cuatro millones de parados, con otro millón de trabajadores en ERTE y millón y pico de autónomos que no saben si tirarse al tren o a la vía. Con un déficit público de más del 12% y una deuda que se acerca al 120% del PIB. Con el turismo gripado. Y el consumo escondido en casa por el miedo. Con poco más de un millón de españoles vacunados y 100.000 muertos en los camposantos. El señor presidente del Gobierno no tiene soluciones para estas tragedias, no tiene vacunas para salvar la vida de los españoles, pero sí tiene elecciones con las que seguir hundiéndonos en la miseria.
De modo que ha susurrado al oído de Inés Arrimadas para descabalgar al Gobierno regional del PP, sin sospechar, o plenamente consciente de ello, que la ficha murciana iba a provocar un efecto dominó sobre el tablero político español, porque resulta que en la Comunidad de Madrid gobierna una señora con visos de estrafalaria, alejada del estereotipo de mujer pegada al libreto feminista en boga, que ha resultado tener un par de ovarios y este miércoles mismo decidió desempolvar la disolución de la Asamblea madrileña que tenía preparada desde el mes de octubre en evitación de que en Madrid se repitiera lo acontecido en Murcia. ¿Con el visto bueno de Casado? ¿Con la anuencia de Casado? Difícil saberlo. Lo que sí sabemos, porque los hechos mandan, es que Teodoro García Egea, secretario general del PP en Génova 13, “mi consejero delegado”, no se ha enterado de la tostada que se estaba cociendo en el horno murciano, su pueblo natal, la tierra que estaba obligado a conocer al dedillo, volcado como está en reordenar los territorios del partido con gente de su absoluta confianza. ¿Qué te ha pasado en Murcia, Teodoro, cómo es que te han cogido con los pantalones en los talones? Isabel y un señor de Murcia.
Sánchez tiene paro, tiene muertos y tiene ruina. Y quiere elecciones. Cierto tipo de elecciones. Porque, tras lo ocurrido en Cataluña, aún no ha terminado de arrasar el Partido Popular, aunque parece que no anda muy lejos. Y ha considerado que este es el momento oportuno. La ocasión de reducir a cenizas lo que queda de ese partido. Cuanto antes. Para gobernar en solitario con el espantajo de Vox por toda oposición a su derecha. Ese Vox presentado por él mismo como el diablo con rabo. No hay otra explicación a la fanfarria murciana en un país que ahora mismo se cae a pedazos. No hay más razón para esta gravísima irresponsabilidad por parte del saltimbanqui que hoy ocupa la presidencia del Gobierno. Sus intenciones han quedado claras con la presentación de las mociones de censura en Madrid (llegaste tarde, corazón) y en Castilla y León. A ver cómo lidia esta situación en Valladolid ese curioso personaje apellidado Fernández Mañueco, a quien a veces parece que han votado los socialistas castellanoleoneses.
Tenemos paro y abocamos miseria; reclamamos vacunas a gritos, pero vamos a tener elecciones. Lo último que ahora mismo necesita España. Fiestas partisanas. Juegos partidarios. En esta España desnortada, los líderes se divierten con sus guerras personales y de secta, ambiciones a ras de suelo, reparto de tartas en RTVE, en el CGPJ, en esos fondos europeos con los que aspiramos a hacernos ricos, intereses particulares todos, ensoñaciones propias de capo di tutti capi que dejan a Juan Español mirando pasmado “pal” Albacete de la desolación más completa. ¿Qué hemos hecho para merecer esto?
Nuestro Titanic se hunde en el sectarismo y la estulticia, en la desesperanza, pero la orquesta de Wallace Hartley sigue tocando en el castillo de popa, desde el que se divisa un escenario de polvo y cascotes. No hay botes salvavidas más que para los granujas. Sánchez (medio día de este miércoles encerrado en Ferraz) acaba de inaugurar un nuevo capítulo en sus memorias. Lo que no gana en las urnas lo alcanza con pactos pagados con la desgracia de España y con puñaladas por la espalda como la que acaba de protagonizar en Murcia. Él es así. No conoce el fair play. Solo el juego sucio del que ahora vamos a tener taza y media. Este miércoles, poco después de mediodía, escuché Telemadrid durante un buen rato, la televisión regional madrileña cuya teórica jefa es Díaz Ayuso. La manta de bofetadas que recibió la susodicha en “su” cadena fue de antología. La izquierda también controla Telemadrid. A partir de ahora y hasta la fecha de las elecciones madrileñas vamos a asistir al divertido espectáculo de huelgas, desastres naturales o inventados y desfile de niños menesterosos por la calles de la capital. Las supuestas calamidades de Madrid cantadas por los mariachis de Sánchez y sus altavoces mediáticos.
Para quienes desde el año 2004 venimos votando Ciudadanos la jornada de este miércoles fue un día muy triste. Porque muchos sentimos que se rompían los últimos lazos emocionales que nos unían a aquel Ciudadanos de Albert Rivera capaz de plantarle cara al separatismo en el Parlamento de Cataluña y de sacar a la calle por dos veces a un millón de personas en Barcelona portando tricolores y cuatribarradas. De aquella emoción ya no queda nada, Inés, Inesita, Inés. No me puedo creer, como sugerían algunos malvados, que hayas aceptado una vicepresidencia en el futuro Gobierno Sánchez a cambio de ayudarle a reducir el PP a cenizas. Como también ayer decía aquí Rubén Arranz, no solo Ciudadanos merecía un final mejor, una despedida más digna. Con toda mi vieja admiración: también tú la merecías. Nosotros, que te quisimos tanto, debemos separarnos, no me preguntes más… No es falta de cariño, te quiero con el alma, te juro que te adoro y en nombre de este amor y por tu bien te digo adiós. ¿Era necesario este final desgarrado, Inés? ¿No había otra forma más elegante de destruir tanta pasión con tantos millones de españoles?